¿Pero qué tragedia o paradoja es ésta?... El infinito, el finito, el “todo”, la “nada”, la “eternidad”, el “ayer”, el
“hoy”, el “mañana”…; armas para defendernos, matar y matarnos… La guerra, la
paz…; sin reparar o tal vez sin saber lo que
estamos viendo y “haciendo”... ¿Y el todo primigenio aquél…, infinitamente
pequeño, surgido de qué…, y el “nacimiento” del tiempo, contenían ya hasta la
simiente de los árboles y bosques? No nos sentimos sobre el suelo, ni sentimos
el contacto del “abastecimiento” con el que nos obsequia el planeta Tierra…
Tierra de todos…; Tierra de nadie, siempre “descarnada” por conseguir reino y
sitial… No reparamos en la vegetación que pisamos, que nos da el “aliento” de
la vida… Pero siempre estamos, con hipnótica ansiedad y especulaciones
casuales, místicas e inútiles, como esperando prodigios que nos beneficien,
personalmente… Cuando yo era un mocoso,
recuerdo que la mayor parte del
vecindario aldeano, solía contar y sentir el paso del tiempo, cuando
“nacían” y empezaban a rodar las hojas muertas; con las que el viento retozaba,
trasteándolas por las callejuelas y en los grandes olmos y majestuosos plátanos,
(Platanus x acerifolia) que se
desarrollaban junto a la aldea. En
aquellos tiempos de mi niñez, los montes y los campos no eran muy “hermosos”,
por haber sido “despellejados” y “descarnados” a golpes de destrales, azadones,
hocinos y hachas leñadoras y carboneras… Allí el peregrinar de D. Quijote, por
tierras y llanuras calcinadas, “por el sol en el verano ardiente de la meseta;
llanos y colinas sin árboles; ni un sitio donde a medio día pueda el labrador
recostarse a la sombra; ni una rama donde los pájaros puedan hacer sus nidos”.
(Martín Chico: Mi amigo el Árbol). Hoy, de vez en cuando, recorremos hollando
senderos de las amojonadas, fantásticas y también fantasiosas “trochas” de Don
Quijote y vemos muchos montes y campos
muy “adornados” y “guapos”, con
penachos, cimeras, tapices y floripondios de compuestos orgánicos
macromoleculares…, moléculas lineales permanentemente fusibles: plásticos
Termoestables, Termoplásticos, Elastoplásticos y “otros”…, para el reciclado universal…
El árbol, aunque en la mayor parte del
territorio peninsular, hasta hace pocas décadas, no ha tenido relevante
significación, existen crónicas (aparte la veneración y culto que ciertos
árboles tuvieron en la antigüedad) de la existencia de árboles en parajes,
plazas de pueblos y arcanos lugares; junto a los que se solían celebrar ritos,
fiestas, reuniones, actos religiosos… Son varias las advocaciones de Santos,
conexionados al nombre de árboles;
cargados de leyenda por imágenes, supuestamente, aparecidas en sus troncos y
ramajes.
El árbol es uno de los símbolos, con
magnífica representación del reino vegetal… Se le adoraba en la antigüedad, en
cultos como alegoría de divinidades y como sitio donde moraban fuerzas mágicas,
numinosas… El árbol de hoja caduca, al renovarse anualmente, ha sido símbolo de
la renovación de la vida y el de hoja perenne, lo era de la inmortalidad…
Catre de ramas y hojas, primer lecho del
ser humano… Flexible pletina de madera para lanzar flechas… Astas de lanza…
Cayados de la ancianidad… Cunas de mimbre… Mangos de multitud de herramientas…
El arado primitivo… Cetros de autoridad de los reyes… Báculos de religiosos…
Varas de alcaldes… Féretros de árbol… Sobre postes de madera, todavía se
tienden hilos y cables que difunden datos y energía por la Tierra… Árbol es
este cuaderno donde apunto y árbol es el libro que tengo en mis manos...;
etcétera, etcétera. El sabio Newton, descubrió la fuerza llamada gravedad,
sentado junto a un árbol, al ver caer un fruto maduro… El joven inventor
escocés James Watt, centró su atención en una marmita con agua hirviendo en el fuego del hogar y no
paró de cavilar, al ver cómo los chorros de vapor, levantaban la tapa del
recipiente… Datos históricos, objetivos,
apuntan que fue él quien inventó la
máquina de vapor. ¿Marca el árbol el destino de los seres humanos?
En anales de antiguos narradores, releemos
y compendiamos testimonios de algunos árboles (complicado mencionarlos todos)
simbólicos de la Tierra. Cuentan esas memorias, que César plantó en Córdoba un
Plátano (Platanus x acerifolia), al que el poeta de Bílbilis, Marcial, le
dedicó versos: “Plátano amado de los dioses, no temas ni al fuego ni al hierro
sacrílego. Tu duración y tu lozanía serán eternas, porque es la mano de César
la que te ha plantado”.
Refieren crónicas pos-medievales, relacionadas con el
“descubrimiento de las Américas” que, en la República de Santo Domingo, una Ceiba
(Ceiba pentandra, que suele rebasar los cuarenta metros de altura) rememoraba
el nombre de Cristóbal Colón. Y en la que fuera la aldea de Popotla, próxima a
la ciudad de Méjico, se menciona un ciprés, al que llamaban “Árbol de la Noche
Triste”, junto al cual lloró Hernán Cortés, en las dramáticas horas después de
ser atacados ferozmente por los nativos; muriendo más de doscientos españoles.
Continuará.
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Lunes, 10 de Marzo del 2025
Miércoles, 12 de Marzo del 2025