El frío y la lluvia de este viernes nos empuja con vehemencia a entrar en la cafetería sin pensarlo dos veces. Nuestras vestimentas son las mismas que durante el crudo invierno. Habéis acertado queridos lectora y lector que nos seguís, pensando que Ciri se presenta abrigado hasta la coronilla, cubriéndola con su sombrero de fieltro, “termíforo” lo llama porque le mantiene la cabeza caliente, incluso cuando caen chuzos de punta.
Parece que le inyectan un vial de vida con solo olfatear el café, que nos han servido con puntualidad kantiana en nuestra mesa preferida. Ya conocéis el ritual de Ciri en su bis a bis con la taza y las magdalenas. Evidentemente se transforma y olvida preocupaciones. Su concentración se parece a la del saltador de pértiga, antes de comenzar la carrera. Como lo conozco ni se me ocurre distraerlo, aprovecho para hacer una “cata” a mi servicio. Yo me percibo absorto hasta que mi compañero me dice soto voce:
—¿Tú tienes muchos enemigos?
—¿Qué dices? No te he oído bien.
—Te preguntaba, si tienes muchos enemigos.
—Que yo sepa, ninguno. Bueno hay gente con la que no me trato mucho, no son de mi agrado o he tenido alguna desavenencia, pero enemigos, no.
—Y si te demuestro que tienes uno muy cerca de ti y no te has dado cuenta.
—Ciri, no me fastidies con tus adivinanzas. Cerca de mí te tengo a ti y hasta esta fecha y hora no te considero enemigo, justo lo contrario, el mejor amigo con el que relacionarme.
—He empezado a leer un libro —comenta el compañero— que se llama “El poder del ahora”, su autor es un alemán de nombre Eckhart Tolle. Es muy denso, no sabría cómo calificarlo para que me entiendas. Es un estudio de la persona a la luz de la psicología, ciencia, filosofía y religión.
—Ese tema y esas disciplinas me interesan mucho, explícate bien.
—Llevo muy pocas páginas y está haciendo que piense mucho. Lo primero que me ha impactado es la pregunta que te he hecho sobre los enemigos. Verás, piensa si hay algo que te haga sufrir, pasar malos ratos, dejarte inquieto…
—Muchas cosas, —respondo— me preocupo por el bienestar de mi familia, me duelen mucho las guerras, las injusticas, las manipulaciones de los políticos, por enumerar algunas.
—En eso estamos de acuerdo, pero debemos dar un paso más recapacita a ver si hay algo que, sin existir causa material, te haga pasar un mal rato. No hace falta que alguien externo te amedrante. Algo en tu fuero interno.
Está presionando el compañero mucho, no sé qué responderle. Medito unos instantes mirando por las cristaleras de la cafetería y contemplo el ir venir de gentes, arrebuñadas por causa del frío y agarradas a los paraguas inseguros sobre sus cabezas. Pienso que esas personas no tienen miedo al oraje tan desapacible, cuando han salido del abrigo de sus casas. De ningún modo puedo entender lo que Ciri quiere explicarme.
—Lo siento, amigo, no te sigo. Aclárate algo más, —le pido a ver qué me quiere decir.
—Esta tarde estás un poco romo para entender —responde el compañero poniendo su semblante, tan característico, de profesor sobre la tarima—. Verás qué pronto me comprendes. No hace mucho tuviste una cita médica que habías esperado durante meses. En ocasiones te ponías terco, aprovechando nuestras reuniones, diciéndome que te preocupaban mucho los resultados de los análisis, que posiblemente tuvieras alguna enfermedad grave, que quizás tuvieran que operarte, que todo eso te daba mucho miedo… ¿Recuerdas?
—Cómo no voy a recodarlo si hasta pasé noches de insomnio, dándole vueltas a en mi cabeza, con el miedo metido en los huesos.
—¿Y qué ocurrió cuando por fin te atendió el médico?
—Que los resultados eran muy buenos, “óptimos” me dijo el doctor. Un poco de colesterol y el azúcar en el límite, pero negativos todos los nieles tumorales y demás marcadores.
—¿Qué persona te hizo pasar tanto miedo y sufrir como has comentado?
—Ninguna persona, era mi pensamiento desbocado el que me traía una y otra vez el recuerdo pesimista y temeroso de lo que me iba a pasar.
—Ahí quería yo llegar. Era tu mente, sin causa material alguna, utilizando la influencia del miedo, la que te obligó a sufrir un calvario y del que no se te ocurrió salir, todo lo contrario, te sentías como esclavizado, metido en un pozo imposible de escalar . Esto ocurre infinidad de veces y todo ser humano lo sentimos y padecemos.
—Ciri ¿Estás diciéndome que tengo que pedir cita a un psiquiatra que solucione la enfermedad que tengo en la cabeza?
—No nombre. ¡Por Dios! Solo quiero demostrarte que muchos de los miedos, padecimientos y desazones no tienen causa física alguna, ni material, ni externa. Es imprescindible saber manejar todo el potencial de que disponemos y utilizarlo en nuestro favor. El filósofo Platón ya se planteaba estos temas en sus teorías de las almas y en las alegorías del carro alado y de los dos caballos.
—Entonces no estoy enfermo, ni loco… —inquiero a mi amigo, no sin cierto miedo a que me responda afirmativamente.
El compañero da una carcajada, propia en él cuando percibe que no controlo suficiente la situación, que enseguida acalla con la mano en la boca. Cuando está seguro de algo lo expresa con tal vehemencia de palabras y de sentimientos que me deja pasmado.
—Debes dominar un poco más la mente y pensar, como dice el dicho “con la cabeza fría”, analizar lo que merece ser atendido y lo que es pura imaginación, o sea “los castillos en el aire” o “tigres con dientes de papel”. La apariencia puede ser terrorífica como hemos recordado en tu anécdota, pero no tiene fundamento racional ninguno.
—Sabes, Ciri, creo que voy a hacerte caso. Muchas veces me dejo llevar y yo mismo caigo en la cuenta de que estoy sufriendo sin causa alguna, incluso me entra tiritera y frío.
—¡Gracias a Dios! Compañero, por fin has entendido lo que quiero decirte.
Me hago el distraído, como pensando en lo que acabamos de comentar y doy tiempo, para que Ciri pague la consumición. A veces me gusta hacer el pícaro.
Y como es habitual salimos de nuestra reunión con alegría y sonrientes por tenernos de amigos el uno al otro.
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Sábado, 15 de Marzo del 2025
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