Aún recuerdo el comienzo de la homilía pronunciada por D. Rafael durante
la misa celebrada al fallecimiento de mi madre: “La muerte no es el
final de la vida sino el paso a otra nueva”. Igualmente nuestro obispo
D. Gerardo se expresaba en los mismos términos
ayer ante el cuerpo de D. Rafael en la misa exequial celebrada en la
Catedral: “La última palabra sobre la muerte la tiene la Vida”.
Hace un mes, escribía unas líneas sobre D. Rafael que llevaban por
título “D. Rafael Pérez Piñero, el epílogo de una vida sacerdotal
ejemplar y fecunda”. Ayer Día del Seminario, celebrábamos su partida a
la casa del Padre. El Señor ha querido que sea en este
día tan significativo con su vida sacerdotal, pues la diócesis puso en
sus manos y en su sabiduría la formación de seminaristas nada menos que
durante medio siglo. Quien escribe fue uno de ellos.
De aquellas clases en el Seminario, D. Rafael era profesor de Teología
Dogmática, recuerdo especialmente su claridad a la hora de enseñar y
explicar los contenidos de las materias más profundas relacionadas con
los Misterios de la Fe y que estaban compendiadas
en los cinco tomos del Mysterium Salutis. “El Misterio de la
Salvación”. Más tarde tuve ocasión de charlar con él sobre temas de
distinta índole relacionados con la autonomía de lo temporal, la
dimensión personal, el Misterio Trinitario…y he de confesar pasado
el tiempo que D. Rafael ha sido la persona que he conocido entre
distintas vertientes del saber (y no han sido pocas) con el pensamiento
más profundo sobre las cuestiones trascendentales que dimensionan y
afectan a los seres humanos, cristianos, creyentes
y no creyentes.
Porque D. Rafael, teólogo consumado, tenía siempre como premisas
ineludibles para su Fe, lo enseñado por el Concilio Vaticano I (1.869
-1870): “Mediante la razón natural, el ser humano puede conocer a Dios
con certeza a partir de sus obras” DS 3015. Una afirmación
relacionada con la teodicea o teología natural, cuyo padre fue Leibnitz
(1.646- 1716). Señalo esto, porque el pensamiento cristiano, la
sabiduría teológica de D. Rafael siempre tuvo connotaciones temporales y
prácticas para la vida cotidiana.
Ese ha sido su mayor y mejor legado: Explicar, dar a conocer, la
“utilidad” de la Fe en la vida diaria. Y es que sus charlas,
conferencias o meditaciones, siempre alcanzaron expresiones y
razonamientos de mucha altura filosófica y teológica, pero tratados
desde
un plano existencial. De ahí que no fueran lecciones teóricamente
convincentes y gratas, sino interpelantes y aplicables para la vida de
quienes las escuchaban.
A la hora de escribir estas líneas, el cuerpo inerte de D. Rafael ya
descansa en el cementerio de su pueblo natal, Villahermosa, del que
salió cuando era un niño…pero su alma está ya contemplando en plenitud a
Quien creyó, esperó y predicó con sus palabras
y obras.
Gracias D. Rafael por su testimonio como cristiano y sacerdote, como un hombre de FE.