Opinión

Aranceles

Rafael Toledo Díaz | Martes, 1 de Abril del 2025
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¡¡Qué locura, qué barbaridad, qué desmadre!! Y así podíamos acumular infinidad de epítetos para explicar las consecuencias que provoca la palabra de moda, pues aranceles se ha convertido en un vocablo repetido hasta el infinito en estos días; un gravamen que pretende aplicar o modificar el nuevo presidente americano para defender la economía de su nación.

Este nuevo rifirrafe por la imposición de nuevas o diferentes tasas a los productos de exportación e importación viene a dar al traste con otra palabra que hace tiempo fue novedosa y me refiero al término globalización.

Reconozco que ese proceso de comunicación e interdependencia a nivel político, económico, tecnológico, social, cultural, e incluso algunos se atreven a incluir el componente religioso, abarca tanto y es tan ambiguo y difuso que en nada se parece a la concreción y el efecto inmediato que supone aplicar las nuevas tarifas de los aranceles.

Es cierto que durante el intento de homogeneizar cuestiones tan diversas hubo un cierto equilibrio en las reglas del mercado internacional, o al menos así lo hemos percibido los ciudadanos.

Pero tampoco pretendo ser un ingenuo, y por eso estoy seguro que en todo tipo de transacciones siempre hay tiras y aflojas, que la negociación igualmente genera enfrentamientos, pero antes no eran tan evidentes ni estaban cada día en las cabeceras de los informativos como ahora sucede.

En algunos momentos, y tras cada noticia, tengo la sensación de que estamos asistiendo a una peligrosa partida de póquer donde las apuestas no paran de aumentar a pesar de que algún jugador puede ir de farol. Aunque como popularmente diría José Mota: "Las gallinas que entran, por las que salen" o el acostumbrado "y tú más". Un toma y daca que no conduce a ninguna parte. No obstante, cuando todos pierden, alguien debe estar ganando.

En cualquier caso, interpretar las cifras de la macro-economía por los profanos, que somos la gran mayoría, es imposible. Aún así, a pesar de la ignorancia, la cantidad de millones de dólares o euros que unos y otros van a ganar o perder nos abruma. Si al final permanece la idea de imponer este gravamen, todo dependerá de la balanza comercial que se tenga con el gigante americano.

Me vienen a la memoria los precintos fiscales en las botellas de licores que tratan de garantizar la calidad y el origen del producto, una medida un tanto ingenua para prevenir su adulteración o el contrabando. 

También asocio de manera inconsciente la palabra arancel a ciudades o lugares que son reconocidas por el tránsito de mercancías, por fronteras o por ser puertos francos, es decir, porque tienen menor carga impositiva. Y así, en referencia a nuestro país, destacan Andorra, Gibraltar, Ceuta o Canarias y otros muchos lugares fronterizos donde el intercambio de productos es reconocido popularmente, y más en el siglo pasado.

Igualmente, y ante noticias sobre tasas, me vienen a la memoria imágenes sobre el transporte marítimo de mercancías y sus rutas tan definidas. Me desconciertan los enormes barcos cargados de contenedores que se alzan en los mares como moles gigantes que, a pesar de los recuerdos escolares sobre el "Principio de Arquímedes" y la leyes de flotación, me parece un milagro que sean capaces de navegar y no se hundan ante tamaña carga. Además, y aunque por la tele, verlos discurrir por los canales de Panamá o Suez, siempre me asombra.

También, y no sé por qué extraña razón, asocio arancel con arenque, antaño alimento recurrente de la clase más desfavorecida para acompañar algunas comidas y que hoy quizás es una excentricidad alimentaria difícil de encontrar, pero este pensamiento supongo que es un desvarío mental.

Hablo de arenques o cubanas como popularmente conocíamos en la infancia, pequeños tabales repletos de sardinas en salazón que era el método más sencillo para conservar el pescado y suponía un alimento que podía comercializarse en las colonias, o a la inversa, pues era una mercancía que soportaba los grandes trayectos sin perder sus propiedades nutricionales.

Posiblemente de ahí que las pequeñas tiendas de comestibles también se llamasen de ultramarinos o coloniales, lugares donde se vendían productos de ultramar que, tal vez, tenían gravados los aranceles correspondientes cuando eran importados de otros países que no fuesen las colonias propias.

Para terminar en tono distendido y para relajar al lector les confesaré que me apenan los escritores que consumen güisqui americano para inspirarse, porque a partir de ahora, si no se rascan más el bolsillo, sus novelas y sus escritos serán más mediocres.

Menos mal que para firmar este deslavazado e intrascendente texto apenas he necesitado aplastar una cubana con el quicio de una puerta y acompañar su degustación con un chato de Valdepeñas. 

El globosonda: Texto para la Caja Negra de abril del 2025

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