¡¡Qué locura, qué barbaridad, qué desmadre!! Y así podíamos acumular
infinidad de epítetos para explicar las consecuencias que provoca la palabra de
moda, pues aranceles se ha convertido en un vocablo repetido hasta el infinito
en estos días; un gravamen que pretende aplicar o modificar el nuevo presidente
americano para defender la economía de su nación.
Este nuevo rifirrafe por la imposición de nuevas o diferentes tasas a
los productos de exportación e importación viene a dar al traste con otra
palabra que hace tiempo fue novedosa y me refiero al término globalización.
Reconozco que ese proceso de comunicación e interdependencia a nivel
político, económico, tecnológico, social, cultural, e incluso algunos se
atreven a incluir el componente religioso, abarca tanto y es tan ambiguo y
difuso que en nada se parece a la concreción y el efecto inmediato que supone
aplicar las nuevas tarifas de los aranceles.
Es cierto que durante el intento de homogeneizar cuestiones tan diversas
hubo un cierto equilibrio en las reglas del mercado internacional, o al menos
así lo hemos percibido los ciudadanos.
Pero tampoco pretendo ser un ingenuo, y por eso estoy seguro que en todo
tipo de transacciones siempre hay tiras y aflojas, que la negociación
igualmente genera enfrentamientos, pero antes no eran tan evidentes ni estaban
cada día en las cabeceras de los informativos como ahora sucede.
En algunos momentos, y tras cada noticia, tengo la sensación de que
estamos asistiendo a una peligrosa partida de póquer donde las apuestas no
paran de aumentar a pesar de que algún jugador puede ir de farol. Aunque como
popularmente diría José Mota: "Las gallinas que entran, por las que
salen" o el acostumbrado "y tú más". Un toma y daca que no
conduce a ninguna parte. No obstante, cuando todos pierden, alguien debe estar
ganando.
En cualquier caso, interpretar las cifras de la macro-economía por los
profanos, que somos la gran mayoría, es imposible. Aún así, a pesar de la
ignorancia, la cantidad de millones de dólares o euros que unos y otros van a
ganar o perder nos abruma. Si al final permanece la idea de imponer este
gravamen, todo dependerá de la balanza comercial que se tenga con el gigante
americano.
Me vienen a la memoria los precintos fiscales en las botellas de licores
que tratan de garantizar la calidad y el origen del producto, una medida un
tanto ingenua para prevenir su adulteración o el contrabando.
También asocio de manera inconsciente la palabra arancel a ciudades o
lugares que son reconocidas por el tránsito de mercancías, por fronteras o por
ser puertos francos, es decir, porque tienen menor carga impositiva. Y así, en
referencia a nuestro país, destacan Andorra, Gibraltar, Ceuta o Canarias y
otros muchos lugares fronterizos donde el intercambio de productos es
reconocido popularmente, y más en el siglo pasado.
Igualmente, y ante noticias sobre tasas, me vienen a la memoria imágenes
sobre el transporte marítimo de mercancías y sus rutas tan definidas. Me
desconciertan los enormes barcos cargados de contenedores que se alzan en los
mares como moles gigantes que, a pesar de los recuerdos escolares sobre el
"Principio de Arquímedes" y la leyes de flotación, me parece un
milagro que sean capaces de navegar y no se hundan ante tamaña carga. Además, y
aunque por la tele, verlos discurrir por los canales de Panamá o Suez, siempre
me asombra.
También, y no sé por qué extraña razón, asocio arancel con arenque,
antaño alimento recurrente de la clase más desfavorecida para acompañar algunas
comidas y que hoy quizás es una excentricidad alimentaria difícil de encontrar,
pero este pensamiento supongo que es un desvarío mental.
Hablo de arenques o cubanas como popularmente conocíamos en la infancia,
pequeños tabales repletos de sardinas en salazón que era el método más sencillo
para conservar el pescado y suponía un alimento que podía comercializarse en
las colonias, o a la inversa, pues era una mercancía que soportaba los grandes
trayectos sin perder sus propiedades nutricionales.
Posiblemente de ahí que las pequeñas tiendas de comestibles también se
llamasen de ultramarinos o coloniales, lugares donde se vendían productos de
ultramar que, tal vez, tenían gravados los aranceles correspondientes cuando
eran importados de otros países que no fuesen las colonias propias.
Para terminar en tono distendido y para relajar al lector les confesaré
que me apenan los escritores que consumen güisqui americano para inspirarse,
porque a partir de ahora, si no se rascan más el bolsillo, sus novelas y sus
escritos serán más mediocres.
Menos mal que para firmar este deslavazado e intrascendente texto apenas he necesitado aplastar una cubana con el quicio de una puerta y acompañar su degustación con un chato de Valdepeñas.
El globosonda: Texto para la Caja Negra de abril del 2025
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Miércoles, 2 de Abril del 2025
Miércoles, 2 de Abril del 2025