Como cada año los
cristianos celebramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
Resulta admirable por
otra parte el ambiente festivo que inunda nuestros pueblos y ciudades durante
estos días. Toda gira en torno a él. Los mismos ayuntamientos se apresuran a
realizar ofertas publicitarias utilizando expresiones religiosas para montar eslóganes
turísticos. Todo, desde lo doméstico donde la tradición marca la elaboración de
platos y multitud de dulces de temporada, torrijas inexcusables, hasta el
talante religioso que muchas familias viven reflejadas en la pertenencia a
hermandades y cofradías. Hasta aquí su aspecto socio cultural, no teniendo nada
más que añadir al respecto por tratarse de algo extrínseco al Misterio
celebrado.
Pero centrémonos ahora en
aquello que constituye la vida de ese Misterio, en las celebraciones litúrgicas
de estos días tan especiales para cientos de miles de personas, tanto en
nuestros templos con la lectura de la Pasión, Viacrucis, Santos Oficios como en
las calles con multitud de procesiones que escenifican distintos momentos de
esa Pasión.
Miles y miles de personas
se involucran de una manera ilusionada y abnegada, muchos de ellos jóvenes,
tanto en la preparación de los desfiles procesionales como en su participación
y la logística que los hace posibles. Una verdadera hermosura contemplar tanto
bullicio y tantas horas dedicadas a su culminación y a la ornamentación del
“paso” donde él o la “titular” de la hermandad va portado a hombros de una
manera sumamente artística, emotiva y bella, no exenta de sacrificio y por
supuesto, devocional.
Sin embargo, llama
poderosamente la atención que una gran mayoría de aquellos que llenan las calles
desfilando como penitentes o debajo de los pasos no sigan participando de
manera asidua durante el resto del año en las celebraciones eclesiales y menos
en los Sacramentos que son quienes contienen la Presencia Viva del Señor.
La pregunta surge fácil.
¿Que se celebra cuando oímos decir al capataz de un paso con un grito
estruendoso… ¡al cielo con Ella! o ¡al cielo con Él! ¿Se trata de un
sentimiento religioso sin identificación con un acto de Fe? En otras palabras,
¿Se trata simplemente de un sentimiento emocional profundo ante unas imágenes o
estos “pasos procesionales” sirven para profundizar en nuestra vida de Fe y
compromiso cristiano?
Sé muy bien que la
cuestión es delicada, pero la impresión que se puede transmitir es la de que
para muchos de los que participan en las procesiones, la Semana Santa
queda limitada a una celebración en la que cada uno, solo Dios lo sabe,
manifiesta su religiosidad, pero sin continuidad en las celebraciones
comunitarias de la Fe y en los compromisos caritativos que la Iglesia tiene con
los más necesitados.
La ausencia en las
celebraciones eclesiales comunitarias durante el resto del año y la exclusiva
participación en los desfiles procesionales me lleva a la particular conclusión
de que la Semana Santa se convierte para muchos en un cristianismo de temporada,
en una semana, incluso para algunos en determinadas horas, comenzando con la
salida del paso de su hermandad y acabando cuando se encierra en el guarda
pasos o en la capilla de una iglesia o convento.
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Domingo, 20 de Abril del 2025
Domingo, 20 de Abril del 2025