Tomelloso

María Dulce Serrano: «El sueño de mi vida ha sido pintar y ahora la comparto con mi pueblo»

Entrevistamos a esta artista autodidacta, que a sus 88 años expone su obra en la Posada de los Portales

Francisco Navarro | Lunes, 5 de Mayo del 2025
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Todavía con la Romería en el recuerdo, este sábado de nubes y claros nos acercamos a la Posada de los Portales de Tomelloso. Ya saben nuestros lectores que el emblemático centro cultural acoge la exposición “La persistencia de un sueño”, de María Dulce Serrano. Conversa la pintora con su prima en uno de los bancos que hay en el hogar de la posada; el periodista llega a interrumpir la charla, que es un memorial de vidas y recuerdos.

“El sueño de mi vida es pintar. Me subo a una nube y pinto los paisajes de mi vida que veo desde allí”, proclaman las palabras de Dulce sobre la portada de un libro de autor que forma parte de la muestra. Con 88 años ha cumplido el sueño de toda una vida, exponer en su pueblo. Con voz dulce, como su nombre, sin dejar de sonreír nos cuenta su peripecia vital desde Tomelloso a Cataluña, primero a Gavà y luego a Sant Boi, donde ahora vive. Su historia es también la de una generación de mujeres silenciadas que, sin embargo, no dejaron de soñar.

Recorremos los cuadros que también hablan por ella, paisajes soñados, rostros queridos, objetos cotidianos que acentúan una conmovedora vitalidad que trasciende la edad y las distancias. «El sueño de mi vida ha sido pintar» reitera.

«Desde niña supe que quería ser pintora»

María Dulce Rodrigo recuerda con claridad el momento en que descubrió su vocación «de niña mi padre me preguntó por lo que quería ser de mayor, sin dudarlo le respondí que pintora. Me contestó que eso era cosa de hombres». Pero ella, en lugar de amilanarse quiso demostrar que las mujeres podían hacerlo todo. Su primer cuadro lo pinto con 21 años «fue el pantano. Me fui a pintar allí, lo terminé, lo enseñé a la familia y empezaron a decirme: “¡Pues no está mal!”. Me pidieron cuadros mis primas, pinté a la hija de una, a Candelitas, que se sentó y le hice su retrato. Así empecé».


Una vida entre pinceles, familia y esfuerzo

Mientras formaba una familia y criaba a sus dos hijos, «seguí pintando lo que podía». Aunque no pudo estudiar Bellas Artes ni asistir con regularidad a una academia, fue formándose a su manera, observando, leyendo, experimentando. «Me gustaba mucho Goya y copié algunos cuadros suyos de un libro. Pero la vida me llevó a salir del pueblo. Mi hijo tenía alergias y no podía estar aquí, así que nos fuimos a Cataluña».

Primero en Gavà y después en Sant Boi de Llobregat, «que es donde vivo ahora. Allí mi marido, que era profesor de autoescuela, montó su propia escuela y yo seguí pintando a ratos, cuando podía». En Sant Boi «hice varias exposiciones y me llevé incluso un premio con un bodegón hecho con espátula».

Los colores de una vida

Insiste en que es autodidacta, aunque «fui a una academia en Barcelona, cerca de la catedral. Y aquí, en Tomelloso, recibí una clase de Antonio López Torres antes de marcharme. Recuerdo que nos enseñó la luz y la sombra con una pajarita de papel. Aún la conservo».

Define su estilo como «el de una vida», asegura que pinta con todo «óleo, acrílico, pastel, acuarela, lápices de colores... A veces hasta con azúcar y aguarrás». Confiesa que «me invento cosas, pinto lo que veo y lo que imagino. A veces estoy detrás de un espejo, otras, en medio de un recuerdo. Me gusta mucho el color. Aunque empecé con Goya, que lo tiene todo, luego he buscado mi propia manera, mi estilo». Mezcla materiales con una libertad que revela no solo creatividad, sino una valentía singular.

Se mueve entre el retrato íntimo «pinto a mi familia, a mi hija, mis nietos, mi marido, mis animales…» También «los paisajes que echo de menos, los objetos de casa, flores, sillas viejas, recuerdos. Hay un cuadro que hice de Yosemite, de una foto. Otro de un caballo que parece que te mira, te sigue con la mirada, como si estuviera vivo. Todo lo que pinto tiene algo que ver conmigo».

El color es, sin duda, una seña de identidad en su obra. Vibrante, expresivo, lleno de matices, ha acompañado a Dulce desde sus primeras pinceladas. Le gusta experimentar, atreverse con nuevas formas, contar historias a través del contraste, de la textura, de la mancha. No hay academicismo ni corsés: hay intuición, juego y mucha emoción.


Un sueño cumplido

Dulce también escribe, «tengo cuentos inventados para mis nietos y también estoy escribiendo mi vida en un diario. No es fácil, porque hay cosas que no sabes cómo poner, pero lo voy haciendo poco a poco. Quiero dejarles eso también a los míos».

Más allá del arte, la muestra es también un testimonio generacional. De quienes, como ella, tuvieron que emigrar en busca de una vida mejor, dejando atrás su tierra, pero llevándola siempre en el corazón. Tomelloso, dice, «nunca se fue de mi memoria». Y por eso esta exposición «es como cerrar el círculo. Volver al sitio donde nací, donde pinté mi primer cuadro, y mostrarle a mi pueblo lo que he hecho con mi vida. Es cumplir un sueño».

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