Opinión

Vivir con lo roto

Cristina Grueso García | Miércoles, 14 de Mayo del 2025
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Cada mes de mayo se pronuncia: “salud mental”. Y el término se repite hasta volverse blando. Se llena de campañas, de tonos neutros, de frases que buscan alivio sin tocar el núcleo. Pero la salud mental no es una estética ni un gesto simbólico. Es una herida política, íntima y estructural. Y sigue abierta. 

No se cuida la mente en un mundo que exige rendimiento constante, conexión perpetua y emociones rentables. No hay descanso posible cuando el tiempo está monetizado, cuando el silencio se interpreta como fracaso, cuando se nos enseña a sostenerlo todo aunque duela. 

Detrás de cada cifra hay un cuerpo exhausto. Una mujer que sobrevive a la ansiedad sin diagnóstico. Un hombre que no duerme. Alguien que se levanta solo por inercia, con ganas de no existir. El dolor no siempre es visible, ni siempre encuentra lenguaje. Pero existe. Y se multiplica en la ausencia de recursos, en los protocolos ineficaces, en la distancia entre quien sufre y quien decide. 

Hablar de salud mental es hablar del tipo de sociedad que estamos construyendo. Y preguntarse si hay lugar en ella para la vulnerabilidad. Si hay espacio para detenerse. Porque a veces no se trata de sanar, sino de dejar de fingir que no pasa nada. 

No queremos un mes de la salud mental, queremos estructuras que no rompan. Queremos presencia, humanidad, acceso. Queremos que vivir no duela tanto, que vivir no signifique aguantar. 


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