La figura del cacique ha formado parte del paisaje social durante mucho
tiempo. Primero fueron los señores feudales, amos no solo de territorios
sino de las personas que los habitaban, vasallos al servicio de su
señor a quienes daba protección.
Esta figura se fue transformando pasado el tiempo dando lugar a otras
con distintos nombres, pero de parecido contenido. El cacique es una de
ellas. En la edición de 1.884 el Diccionario de la Real Academia
significaba y mantiene esta palabra como la persona
o autoridad que se entromete de manera abusiva en determinados asuntos
valiéndose de su poder o influencia. Es una figura atemporal que tiene
unas características parecidas al capo de la mafia y que implica
clientelismo, pago de favores, paternalismo, dependencia,
sectarismo, algo que en pleno siglo veintiuno y para nuestra desgracia
aún permanece en el comportamientos de determinados políticos.
Tiene como connotaciones específicas la intromisión en las decisiones de
otros poderes del estado, en el ámbito privado, convirtiéndose así en
dueños y señores de la forma de gobierno, sin dar demasiadas
explicaciones.
En el leguaje actual esta figura tiene varios ropajes igualmente
degradantes para la democracia y libertad: autoritarismo, totalitarismo,
populismo, fascismo y comunismo. Caciquismos de derechas, de izquierdas
y algún otro de nuevo cuño que no resulta catalogable
en ninguno de los dos.
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