Opinión

Ciento veintidós años después…(II)

Fermín Gassol Peco | Martes, 20 de Mayo del 2025
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"Me habéis llamado para llevar una cruz y para ser bendecido con esta misión y quiero que vosotros caminéis conmigo porque somos Iglesia, una comunidad que debe anunciar la Buena Nueva"
Estas fueron las primeras palabras dirigidas por León XIV a los cardenales tras ser elegido como sucesor de Pedro, un mensaje que al hablar de comunidad está claro no iba dirigido solamente a ellos sino a todos los creyentes, a quienes formamos el Pueblo de Dios. Llevar la Cruz no en soledad sino acompañado por y de toda la Iglesia. Y así lo evidenció en un momento de la Eucaristía de inauguración de su pontificado.
En consecuencia, es la hora del compromiso activo de los laicos en la misión de la Iglesia en el mundo que no es otra que misionar, evangelizar, ser levadura, testigos de Cristo Resucitado, pero también dentro de Ella, no sólo como meros receptores del mensaje, del cumplimiento, de una Fe para sí mismos, frecuentando los Sacramentos y la Caridad, sino tomando decisiones que afectan a su estructura.
Así lo expresaba el cardenal Luis Rafael Sako: “Un hombre solo no puede dirigir una Iglesia católica tan grande”, haciendo referencia a la presencia permanente de laicos entre los consejeros directos del Papa. (A éste, creo que importante tema, cual es la intervención del laicado en las responsabilidades eclesiales, dedicaré un próximo artículo)
Ciento veintidós años después… un Papa llamado León iniciaba de manera oficial su pontificado. Lo hacía presidiendo la Eucaristía concelebrada con cientos de obispos, (cardenales o no) y sacerdotes, con la participación  también de diáconos, encargados de leer el Evangelio en latín y griego y distribuir la Comunión y laicos leyendo las dos primeras lecturas, las peticiones de los fieles y ofrendas.
Y detrás de las representaciones oficiales de más de ciento cincuenta países que asistían invitados por el Papa como Jefe del Estado Vaticano, cientos de miles de hombres y mujeres pertenecientes al Pueblo de Dios que llenaban por completo el resto de la plaza, la Vía de la Conciliación y calles adyacentes, en un obligado pero lejano lugar para una celebración eclesial.
En la homilía, breve pero cargada de mensajes, habló de amor y unidad, de una Iglesia misionera que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra y se deja cuestionar por la historia, Juntos, todos como un solo pueblo.

Pero en la ceremonia hubo algo novedoso, hecho al que antes aludía; fue la intervención en el rito de obediencia de doce personas bautizadas representando a la totalidad de la Iglesia. Cuatro obispos, un sacerdote, un diácono, una religiosa, un religioso y cuatro laicos, (dos mujeres y dos hombres); cada uno de los doce con su misión dentro y fuera de la Iglesia.

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