La cueva de la familia Sánchez Carretero en la calle Cervantes es una de esas construcciones que mantiene toda su esencia, sin reformas o modificaciones que la hacen mucho más atractiva y auténtica. Parece que hubieran estado trabajando hasta ayer mismo. Carmen, una de las propietarias nos dice, con demasiada prudencia, que "no hay mucho que ver"; pero nada más lejos de la realidad, tenemos el privilegio de visitar una maravillosa cueva que, según apunta el último tinajero de la ciudad, José María Díaz, pudo construirse en torno a 1880. Bautista Carretero, el abuelo de Carmen, elaboró vino en esta cueva y luego lo haría su padre.
La cueva forma parte de una casa que tiene más de cien años y también reúne muchos atractivos como bien constata Ana Palacios, la arquitecta que nos acompaña. Techos altos, suelos hidráulicos, una montera por la que entran borbotones de luz en el recibidor, puertas y ventanas de madera de calidad, un partio empedrado... son algunos de los elementos que llaman nuestra atención. En el seno la familia siempre circuló el rumor que la casa también perteneció a un antiguo alcalde.
La escalera de la cueva, que no es la primitiva como descubriremos al llegar abajo, describe una ele con los peldaños de tierra redondeados por el paso del tiempo. La luz que entra por el estrecho desgarre de la lumbrera ilumina de forma tenue la cavidad que tiene dos partes claramente diferenciadas: hay una cueva de forma cuadrada que contiene once tinajas de cemento, de quinientas arrobas de capacidad cada una, y otra alargada y más antigua, que alberga once tinajas de barro de diferentes capacidades, aunque la mayoría son de 350 arrobas.
No tardará José María en reconocer la mano de su padre, José María Díaz Benito en las tinajas de cemento, unidas por unos rabos con relieve y un empotre que en su parte inferior es de color burdeos. Por arriba, el balaustre, pintado en un verde claro, luce impecable, lo mismo que las molduras y otros elementos decorativos. Las tinajas se construyeron en los primeros años 40. El techo está en la pura tosca, presentado ese color terroso que le da tanto encanto. La construcción de la casa obligó a construir una nueva escalera y a condenar una de las lumbreras. En el centro del suelo de la cueva hay un cuadrado de baldosas que era donde se prendía la lumbre para hacer frente al tufo, elemento con el que había que tener cuidado.
En la cueva más antigua, vemos algunos aperos y tapas en algunas de las bocas. También contiene un tablero que se utilizaba para descargar la uva por la ventaja del jaraíz. Es fácil reconocer la más pequeña, la del gasto. Las capacidades de las tinajas de barro oscilan entre las trescientas y trescientas cincuenta arrobas. Se ven restos de la canaleta, elemento que nos avisa de su antigüedad. José María también destaca la profundidad de la cueva.
Toca despedirse. A Carmen le gustaría que si alguien adquiere la casa, conservara la cueva. Antes de irnos vemos en el jaraíz dos magníficas prensas, un cribón y una destrozadora. Asegura José María que la prensa lleva un sistema muy curioso que permitía dos prensados de la uva. Pero curiosa ha sido el conjunto de la visita a otra joya del subsuelo de la ciudad.
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Viernes, 30 de Mayo del 2025
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