Opinión

Pequeña historia de tres gorriones

Fermín Gassol Peco | Domingo, 1 de Junio del 2025
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 (La población de gorriones en España ha disminuido de manera ostensible en estos últimos años, con una pérdida estimada de más de seis millones de estos familiares pajarillos) 
Al llegar a casa tras encontrarme ausente varios días, procedí como siempre a levantar la persiana de la habitación que da paso a una pequeña terraza abuhardillada; un lugar al que apenas accedo pero que en ese instante se convirtió en mi centro de atención ante la sorpresa de lo que allí sucedía.
El ruido inesperado alteró el silencio, provocando el inseguro y confuso movimiento de tres pequeños pajarillos con incipientes alas y plumaje que de alguna manera habían caído de algún nido; los bordes amarillos de sus picos confirmaban su condición de “guacharillos”.  
Sin demasiada dificultad pude cogerlos para ver si estaban sanos. Al comprobar que aún no habían alcanzado el desarrollo suficiente para el vuelo decidí dejarlos para que la naturaleza y su madre hicieran su trabajo. Y así, casi durante dos semanas pude contemplar tras los cristales el desarrollo de esos tres gorriones y los desvelos de la madre que con el pico les procuraba cada poco tiempo el sustento.  Llegada la noche, los tres se refugiaban dentro de una pequeña abertura en la pared que comunica a un sumidero.
Pude contemplar como los tres movían las alas de manera temblorosa ante la presencia de su madre que antes de bajar miraba una y mil veces desde la barandilla para a asegurarse que carecían de peligro.
Comencé a echarles pan.  Al principio ignoraban las migajas abundantes en el suelo, sin embargo, su madre las cogía y se las daba en trocitos más pequeños. Fue a la semana siguiente cuando los tres guácharos comenzaron a picotear el pan comiendo más por ellos mismos; aun así, aquello que la madre les llevaba seguía provocando ese mismo aleteo tembloroso para engullirlo de su pico como si estuvieran aún hambrientos.
Con el paso de los días sus vuelos se hicieron más seguros; empezaron a mojarse en los charquitos de se formaban al derramar ellos mismos el agua en su aleteo. Sus alas habían crecido así como su peso.
Una tarde, tras la siesta, me asomé y comprobé que uno de ellos ya no estaba, había volado. La madre no dejaba de revolotear en el tejado, algo no le cuadraba en aquel cuadro. Pasaron dos días más y a la mañana siguiente, al asomarme para echarles pan, los dos pajarillos levantaron el vuelo dejando a la terraza huérfana de vida y movimiento.

Desde entonces cuando me asomo al atardecer para contemplar la catedral y el frondoso y confluido Prado, creo ver a esos tres pajarillos volando entre sus árboles y a su madre disfrutando de sus vuelos.

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