Pintor, investigador incansable, poeta del lenguaje visual,
José Manuel Ciria (Manchester, 1960) inauguró el pasado viernes en el Museo de
Arte Contemporáneo Infanta Elena su exposición “Epifanías y sueños”. Se trata
una propuesta que dialoga con la memoria, la intuición y la pintura como forma
de conocimiento. Horas antes de que se abrieran las puertas de la sala, Ciria
compartió con nosotros una conversación generosa, libre y cargada de
pensamiento artístico. Hablamos de su evolución, de arte, del museo… pero sobre
todo de la pintura, esa trinchera en la que ha hecho de la creación una forma
de vida.
—Su primera exposición fue en París. ¿Cómo sucedió
aquello?
—Yo iba mucho a París porque mi abuela vivió allí veinte
años, y una noche, en una cena, salió el tema del arte. Dije que era pintor,
que mi afán era ese. Una señora estupenda comentó que tenía un amigo con una
galería espectacular y que quizá podía interesarse por mi trabajo. No existía
Internet, así que preparé una carpeta con fotos pegadas, títulos escritos a
mano, y la mandé. Me hicieron la exposición. No pasó gran cosa, vendí dos
piezas, pero empezar en París está bien. Y eso fue en 1984.
—Desde entonces, ¿cómo ha evolucionado su pintura?
—No he parado. El maravilloso libro que ha editado este
museo con motivo de la exposición es un currículum visual. No hay texto, son
solo fotografías de mis exposiciones. Faltan muchas, pero da una idea. Y,
bueno, tenía muchas ganas de quedar bien con Rafael Torres, con Virgen de las
Viñas…
—¿Cómo se gesta esta muestra?
—Gracias a Román Cantarero, un gran amigo y enamorado de
esta tierra. Me hablaba del museo desde hacía años. Un día, casi como quien no
quiere la cosa, me dijo: “Tienes que venir a Tomelloso. Este sitio es para ti”.
Y tenía razón. Me trajo el año pasado, conocí a Rafael Torres, y desde el
primer minuto hubo conexión. Me ofrecieron hacer una exposición, me propusieron
incluso editar un libro, y me comprometí de lleno. Quería hacer algo especial.
Esta no es una exposición de relleno, ni un reciclaje. Es una muestra muy
pensada. Muy mía.
—¿Nunca participó en el Certamen Artístico Virgen de las
Viñas?
—No, nunca he participado. En ese sentido hay una anécdota muy divertida. Hasta los 40 años me presenté a bastantes certámenes y me llevé muchos premios. El último año me presenté a seis y gané los seis. Eso empezó a ser sospechoso (ríe). Entonces decidí dejarlo. Justo al año siguiente empezaron los certámenes de aquí. Así que nunca pude participar.
—¿Cómo ha cambiado su estilo desde aquel 1984? ¿O empezó
a pintar antes?
—Llevo pintando desde niño, siempre dibujaba. Recuerdo una
vez en clase, había un mural donde los profesores colgaban los dibujos de los
niños. Fui a buscar el mío y no estaba. Me llevé un chasco. Pero al girarme, lo
vi solo, en otra pared, con un marquito de cartulina. Aquello me dio un subidón,
me lo creí. Más adelante, ya en España, un profesor me señaló por cómo
dibujaba. Nunca elegí esta profesión, venía conmigo.
—Y a día de hoy, ¿sigue siendo feliz en ella?
—¿Feliz? Sí. Cambiarme no me cambio por nadie. Pero está
todo muy difícil. No quiero imaginar lo que supone hoy empezar en esto siendo
joven. ¿Cómo arrancas? Es muy complicado.
—¿Qué consejo les daría a esos jóvenes artistas?
—Tengo una fe ciega en ellos. Pero lo único que les puedo
decir es que trabajen como animales. No hay otro camino. Ninguno.
—¿Qué quiere decir con “Epifanías y sueños”? ¿Tiene un
sentido poético?
—Sí, aunque no en el sentido místico o trascendente. A veces
te encuentras con una obra que no sabes ni cómo has conseguido hacerla, pero te
enorgullece. Me considero un investigador de la pintura. Hay trabajos que son
como los restos de un naufragio, pero que contienen conocimiento, y ese es el
único valor real del arte: el conocimiento. Para mí el arte es una formulación
profundamente humanista. Me interesa todo, desde la física cuántica hasta el
telescopio James Webb, pero mi obsesión siempre ha sido el arte.
—Ha trabajado también en instalaciones, pero aquí no las
has traído. ¿Por qué?
—Aquí no he traído nada instalativo. Este museo está
muy bien pensado para la pintura. Me parece que es un espacio ideal para la
colección del certamen, que también está centrado en la pintura. Otras veces
trabajo con instalaciones, incluso usando pintura en ellas, pero en este caso
quería hacer algo más a la antigua usanza, con polípticos, trípticos, juegos de
luz y aire. He dejado mucho espacio. No quería una exposición abarrotada.
—¿Cómo ha sido el proceso de montaje?
—Muy pensado. Estuve varias veces en el museo, saqué fotos,
medí paredes... No he improvisado nada. Me hice las cuatro paredes en casa y
fui decidiendo qué piezas me apetecía mostrar. He traído cosas desde 2011 hasta
2025. Es una muestra transversal, no una retrospectiva. Son obras que me gustan
a mí. Y eso es importante, traer lo que te gusta.
—Eso es una declaración de principios…
—Me acuerdo de una vez que mi padre vino justo cuando yo iba
a enviar unos cuadros a Alemania. Dudaba porque no sabía si los iba a recuperar
y pensaba mandar obras más antiguas. Él me preguntó qué iba a mandar y me dijo:
“Pero si has hecho cosas mejores después, ¡vete a calzón quitado!”. Esa frase
me marcó. Hay que enseñar siempre lo mejor. Y aquí he intentado hacer eso,
traer lo que más me emociona.
—¿Cómo se estructura la muestra?
—Está dividida en bloques, en series, pero con un hilo conductor. Hay variedad y también coherencia. El catálogo lo recoge muy bien. Incluye una especie de revista insertada con plataformas teóricas al principio y al final, y el texto central son tres entrevistas a las que he quitado las preguntas. Es un juego, pero también una forma de pensamiento.
—Viene a la tierra del realismo con abstracción pura…
—Sí, es curioso, ¿verdad? Estamos en la patria de Antonio
López, con el que he tenido un par de encuentros no muy afortunados. Es un
pintor al que respeto inmensamente; dentro del realismo es el único clásico de
verdad. El único que ha entendido el Prado. Podría ser más simpático, pero como
pintor es un gigante.
—¿Sigue teniendo vigencia de la abstracción?
—En España parece que la abstracción ha quedado encerrada en
sí misma, pero a nivel internacional la cosa es distinta. Yo he vivido fuera
muchos años: siete en Nueva York, uno en Berlín, dos y medio en Londres, becas
en Tel Aviv, Roma, París... Nací en Inglaterra. Todo eso está en mi obra.
—¿Ese cosmopolitismo se rastrea en sus cuadros?
—Picasso cambiaba de estilo cuando cambiaba de mujer. Yo
cuando cambio de ciudad intento que pase algo. Aunque, en el fondo, siempre
pintamos la misma cosa. La vida es demasiado larga para tener una sola idea,
pero hay que disimularlo.
—¿Le ha sorprendido encontrarse con un museo como este en
Tomelloso, creado, además, por agricultores?
—Es una maravilla. Que un grupo de agricultores monte un
museo, mantenga una colección potente y ponga al frente a alguien como Rafael
Torres, que lo dirige por amor al arte… es para quitarse el sombrero. Me han
tratado como si fuera importante, y eso no siempre pasa.
—¿Está satisfecho con esta exposición?
—Muchísimo. Estoy contento con el montaje, con las obras,
con el trato. Y eso no siempre se alinea.
—¿Qué espera que se lleve el público de “Epifanías y
sueños”?
—Mira, que entren, vean estas obras y digan: “Este cabrón
pinta de cojones”. Así, con todas las letras. Independientemente de que sea
abstracto o figurativo. Porque aquí hay de todo. Diferentes bloques de trabajo,
diferentes series, pero un hilo conductor. El catálogo lo recoge muy bien.
Quiero que los realistas vengan, vean esto y lo respeten. Porque la pintura es
una. Y cuando se hace de verdad, se nota.
—Y ahora la pregunta clásica de los periodistas, ¿en qué
está trabajando?
—Sigo investigando. Estoy trabajando con dos fondos
distintos: uno completamente gestual, sobre el que intervengo con más gesto, y
otro más cartesiano, más geométrico. Ya no tan marcado como en la serie Memoria
abstracta, que comencé en Nueva York, pero sigue ahí la geometría. En uno
tienes manchas sobre manchas, en el otro, orden previo al caos. Hay un diálogo
platónico entre ambos.
—¿Cómo es su labor artística hoy?
—Siempre digo que soy como un médico forense. La pintura
está muerta desde hace años, pero yo la abro en canal para entender sus capas,
sus arterias, sus nervios. Analizo la pintura. Ese es mi viaje. Mi obra tiene
diferentes registros, y si uno se pone delante con atención, ve que hay
pensamiento detrás. Hay un guion y una pulsión por seguir conociendo.
“Epifanías y sueños” podrá visitarse en el Museo Infanta
Elena de Tomelloso durante todo el verano. Una oportunidad única para dialogar
con la obra de uno de los grandes referentes de la pintura española
contemporánea, que no viene a imponer verdades, sino a compartir visiones. Y
sueños.
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Martes, 3 de Junio del 2025
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