Opinión

Aristóteles instruye a Ciri

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 7 de Junio del 2025
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Con pantalón de lino color gris, niqui blanco, suelto, de manga corta y unos mocasines de piel marrón se presenta Ciri  al encuentro cafetero semanal. Evidencia totalmente la llegada de altas temperaturas, presagiando un verano manchego ardiente. No le falta porte al compañero, se mantiene atléticamente ágil, lo que agradece a la naturaleza y a su doctora.

La cafetería ofrece ambiente fresco, relajante,  brinda con gritos silenciosos sus mesas y sillas para el disfrute y comodidad de los visitantes.

Os imagináis lectora y lector queridos, qué cambio de ambiente en tan pocos días transcurridos,  es que ya se sabe:  «En esta Mancha nuestra pasamos del crudo invierno al verano más tórrido en un abrir y cerrar de ojos». Así se trasmite socialmente la experiencia de siglos vividos por tales contornos.

No es el aspecto dicharachero de otras veces, el que manifiesta mi compañero en los primeros instantes de estancia en la mesa acostumbrada, me temo tormenta… 

Pero hete aquí la presencia del camarero con su carga de los símiles de ambrosía divina: Dos cafés con leche y un par de magdalenas. Cambia el rotar de la tierra para Ciri y para mí que lo acompaño. Podría decirse, si así se permitiese, que estamos profundamente enamorados de estas delicias. 

Primero bocado de mullida magdalena y primer trago de café concluidos. El compañero me mira y pregunta:

—¿Qué coeficiente intelectual tienes?

—¿Yo?

—¡Toma, claro! No va a ser el señor del bigote ganchudo, manchado de espuma de cerveza que nos observa.

Inconscientemente miro al señor señalado, efectivamente nos mira sin percatarse de la cinta blanca que adorna la parte baja del mostacho. Procuro contener la risa simulando un atragantamiento de café. Evidentemente se ha dado cuenta de que hablamos de él, y lo manifiesta arrugando la frente, con lo que se le unen las cejas en una nueva línea continua y negra recordando el frenazo de una moto.

—¿Para qué quieres saber el coeficiente intelectual que tengo, compañero? —que has hecho que me avergüence mirando al del bozo.

—Te explico: Llevo ya un tiempo en que cada vez  que veo los telediarios, donde aparecen políticos del cualquier opción, signo o ideología me siento como si fuera tonto de capirote, es decir bobo integral sin remisión. 

—¿Ahora te das cuenta de esa situación tuya…? Pues eres el único que no lo sabía… —Me río con gana,  mientras Ciri me lanza una mirada cual rayo de Zeus, desintegradora. Como sabe que no cargo la frase con malicia, inmediatamente vuelve a la idea que explicaba.

—Por favor —ruega con total comprensión— esto es serio. ¿Te ocurre a ti algo parecido?

—Ciertamente no, por una razón simplísima, porque pongo en práctica las enseñanzas que nos daba en el “Insti” la profesora de Filosofía en las clases de Lógica ¿te acuerdas? Es que los conocimientos son para ponerlos en práctica en la vida cotidiana, no para examinarse de ellos en la Pau y olvidarlos.

Ciri me mira con un recelo digno gato en fábrica de sifones, por lo que la imagen fabricada en mi mente me aporta otra carcajada imposible de contener; no se da por aludido y  vuelve a insistir.

—Estoy hablando muy en serio, no es broma para que te lo tomes a guasa.

—Perdona amigo. Ya en tono formal, vuelvo a recordarte la clases de Lógica. ¿Te acuerdas del principio de identidad  y del de contradicción? Enúncialos por favor.

—Si no recuerdo mal el de identidad dice: «Lo que es, es  y lo que no es no es» y el de contracción: «Una cosa no puede ser y ser al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto»

—¡Correcto, Amigo! Recuerda que son muy sencillos, aparentemente simples, totalmente evidentes para cualquier cabeza de chorlito. Son obra maestra de los grandes genios del pensamiento en este caso de Aristóteles. 

—Y estos principios ¿qué tienen que ver con los discursos y declaraciones de los políticos? No le veo yo la punta a esto…

—Un paso más y comprenderás perfectamente. Lo contrario a los principios citados son los sofismas, o sea, afirmaciones falsas con apariencia de verdades, las cuales, usadas concierta habilidad, son capaces de convencer a muchas personas. En la misma línea, aunque diferentes están las falacias, es decir las mentiras. Te recuerdo que la gente no engaña, sólo miente. Para engañar se necesita que quien oye la mentira, la crea y admita como verdadera la afirmación del mentiroso.

—Es evidente, estás incitándome a que yo aplique estos principios en el momento de pensar a la vez que descubra las falacias que proclamen en las declaraciones políticas…

—Me has entendido perfectamente, eso quiero que comprendas y para que te entrenes y recuerdes lo que estudiaste te voy a pasar el enlace de un programa cuya directora es  Cruces Aldea, profesora del Área de Filosofía en institutos. Se llama: “Atrévete a pensar”. Tiene varias partes: Lectura de escritos interesantes de filósofos de todos los tiempos, también una intervención de algún profesor de cualquier punto de España, otro apartado es de reflexión con preguntas sobre lo escuchado, incluye unos instantes de música entre cada parte para ayudar a captar bien lo que se ha dicho. Y no te preocupes por el nivel, Cruces lo adapta para alumnos y profesores.

—Te aseguro que pondré en práctica tus consejos porque la granizada de mentiras que sufro está siendo demasiado dura.

—Ánimo, Ciri, eres un hombre valiente. Te invito hoy, pero los helados corren de cuenta.

—Ya estamos con las falacias, “te invito hoy”, pues si hoy me invitas, paga también los helados no solo la consumición en la cafetería.

—Este compañero  aprende rápido, las coge al vuelo.


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