El
artículo de la semana pasada titulado, “La Trascendencia en las personas hoy”
hacía referencia a una verdad antropológica; la persona crece, evoluciona,
cuando percibe realidades ajenas y exteriores a ella que después asume,
interioriza y hace suyas. A este proceso lo podríamos calificar como de aprendizaje
natural en el que no existe el factor discontinuo o de sorpresa, ese que hace
sentirnos no solamente “más nosotros” sino que nos convierte en seres
“distintos a quienes éramos antes”. Una relación que trasforma nuestra
dimensión y visión de todo y que tiene su culmen en el conocimiento personal de
otra realidad de distinta naturaleza.
Decimos
que vivir permanentemente con esa luz interior y respirar el mismo aire llevan
al hombre a su paulatino final de una manera irremediable. Esta dualidad de
realidades, verdadera asignatura pendiente de mi curiosidad existencial y la de
muchas otras personas, me produce cierta zozobra por la aparente
incompatibilidad de lo que veo, con lo que pienso, siento y deseo y es lo que
lleva a preguntarme sobre las causas, aunque fáciles de adivinar, difíciles
después de racionalizar, entender y sobre todo expresar, de sus porqués; pero
ante todo sobre el futuro punto de encuentro de las dos realidades, hoy
aparentemente excluyentes.
Porque
ambos mundos, el humano y el trascendente existen, doy fe de ello; si no fuera
así sería absurdo pensar en ello siquiera un minuto. Como cristiano parto con
la ventaja de creer y por lo tanto saber, que el encuentro de estas dos
realidades se produjo en el momento de la Encarnación de Dios en Jesucristo.
Pero este hecho es un acto de fe y por lo tanto no evidente. Un acto de Fe en
algo que ocurrió y que se hará evidente el día que esas realidades se unan.
Cierto que Cristo es quien ya ha unido para siempre las dos realidades en el
tiempo de manera única e irrepetible. Las ha unido El, sin embargo aún está
pendiente de realizarse de manera completa en las personas de una sociedad que
en gran medida no ha encontrado aún el camino definitivo, aunque lo atisbe.
Dos
realidades que algún día tendrán que mirarse, hablarse y entenderse aunque sea
solamente por un momento, aunque sea solamente para confirmar sus existencias
para después volver a desajustarse hasta el definitivo encuentro personal,
porque los hombres y Dios, aunque vinculados en la Historia por la Palabra
siempre tendrán las diferencias que nacen de sus distintas naturalezas. Dios es
y existe en plenitud, el hombre existe y camina para ser plenamente.
El hombre ha descubierto en este camino hacia
su plenitud su capacidad de dar explicación a todos los fenómenos temporales
con sus descubrimientos. Lo profano, lo secular, mundano, temporal… lo humano
tiene sentido y lo tiene en la totalidad de la existencia sin techos, sin
taras, sin peros; el hombre existe para crecer sano y fuerte en su pensamiento,
hay que dejar por tanto de ahora en adelante un espacio enorme a lo humano.
La
consecuencia viene dada por su propio peso; lo “sagrado” ya no es necesario ni
creíble para dar sentido a lo que tiene una explicación natural, inmanente al
ser humano. La Iglesia ha de confiar en el hombre para que el hombre confíe en
Dios. El hombre es bueno por naturaleza aunque no perfecto y esa bondad
original, verdad radical de nuestra Fe, ha de ser explícitamente aceptada por
la Iglesia. Esto lleva a los hombres de iglesia, a los creyentes a realizar un
esfuerzo de elevación para superar la tradicional censura de lo humano como
coartada para dar sentido a lo transcendente. Este viejo camino ya no tiene
futuro aunque hasta ahora haya sido el utilizado por ser el más cómodo; para
eso queda la mentalidad protestante y seamos honrados, cuanto de esta mentalidad
hemos vivido en la educación religiosa que hemos recibido aquellos que
superamos los sesenta años de edad.
La exigencia y el conocimiento son unas
características del mundo actual donde nadie regala nada. Los creyentes han de
dar ejemplo del conocimiento y calidad de su fe y para ello la exigencia en su
preparación y en la práctica vivida. Podemos decir que al dar sentido pleno a
lo humano lo transcendente se identifica
de mejor manera.
El hombre actual más que considerar a lo
transcendente como una decepción lo ha tomado como algo que sobra, que no es
necesario, antes bien que entorpece el descubrimiento de nuevas realidades. Por
eso el enfrentamiento con lo religioso, feroz a veces se ha convertido hoy en
pura indiferencia cuando no en el desprecio con lo que se considera a un don
nadie.
Pero
¿de qué pasa el hombre de hoy? ¿Pasa del mensaje evangélico, de los valores
cristianos o de la manera en que se han ido transmitiendo quedando el mensaje
fuertemente tapado por el mensajero?
¿Sabe el hombre de hoy lo que ignora y desprecia y a quien ignora y desprecia?
Esta es la tristeza pero también es la esperanza. La esperanza como confianza
en lo que está por venir. Jesús ha resucitado, el hombre ya tiene delante el
Gran Camino que le lleva a su realización total; todo se está andando ya y todo
se andará. No dudemos ni de las capacidades intelectuales del hombre ni de la
capacidad del amor de Dios.
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Domingo, 27 de Abril del 2025