Vivimos con la sensación de que el tiempo se pasa
y no vemos con claridad los frutos en
nuestra existencia, el fruto de nuestras actividades y ocupaciones, sin embargo
no siempre lo empleamos en lo que verdaderamente importa. En esta reflexión
profunda, cuestionamos la forma en que ocupamos nuestros días, desde la
jubilación hasta el ocio, desde la rutina hasta la conciencia plena. ¿Estamos
dando vida a nuestro tiempo… o simplemente dejándolo pasar?
Cuantas veces en nuestra cotidianeidad decimos y
observamos, como los otros pierden el tiempo, o mismamente lo perdemos
nosotros. Vivimos en una época que glorifica la productividad y desprecia los
silencios no valorables. En ese contexto, decir que “vamos a matar el tiempo”, suena
casi como una estrategia legítima de supervivencia moderna. Pero esa expresión,
tan común como descuidada, encierra una paradoja: si el tiempo es quien marca
el devenir de la vida, ¿por qué querríamos deshacernos de él?
“El tiempo es
lo más valioso que una persona puede gastar.” Creada con IA Copilot
Decir que se mata el tiempo es, en realidad,
confesar que no sabemos qué hacer con él. O peor aún, que hemos dejado de
atribuirle valor. Como dijo Theophrastus, sucesor de Aristóteles: “El tiempo
es lo más valioso que una persona puede gastar.” Matarlo no es, entonces,
un acto trivial, sino una renuncia inadvertida a vivir plenamente.
Estar vivo no es lo mismo que sentirse vivo.
La vida biológica puede mantenerse a través de la rutina, pero la vida
consciente requiere elección, atención y presencia. Vivir conscientemente
implica saberse limitado, y precisamente por eso, sentirse dueño de cada
instante. No se trata de llenar los días de tareas frenéticas, sino de
habitarlos con sentido.
Benjamín Franklin lo expresó con una lucidez
admirable: “¿Amas la vida? Pues si amas la vida no malgastes el tiempo,
porque el tiempo es el bien del que está hecha la vida.” Y es que no es
tanto la escasez del tiempo lo que nos amenaza, sino la facilidad con la que lo
dejamos escapar.
El tiempo
libre no es tiempo muerto
El ocio ha sido injustamente acusado de ser un
enemigo del propósito. Pero no todo lo que no produce bienes materiales es
improductivo. Descansar no es perder el tiempo, es cuidarlo. Leer por placer,
caminar sin rumbo fijo o contemplar el cielo son formas silenciosas —y
poderosas— de reconectar con uno mismo.
El problema no es tener tiempo libre, sino no
saber qué hacer con él. Cuando confundimos ocio con vacío, despreciamos el
espacio donde el pensamiento florece, el alma se reordena y la creatividad
respira. Como dijo el psicólogo Isaac López: “El pasado nos limita, pero el
futuro nos atemoriza. El único lugar seguro es el presente.”
Conviene, a propósito del concepto de “tiempo
psicológico”, dejar claro que la brevedad o lentitud del paso del tiempo es un
concepto puramente subjetivo e íntimamente relacionado con nuestra “edad vital”
-no edad biológica-. Me viene a la memoria una magnifica obra escrita por el
gran novelista francés Marcel Proust que tituló “En busca del tiempo perdido”.
La obra explora la
búsqueda de la verdad del tiempo, la memoria y la identidad, a través de la
experiencia personal del narrador y sus recuerdos. Proust se centra en la idea de que el tiempo pasado no se
pierde, sino que permanece en la memoria, especialmente en la memoria
involuntaria, que se activa a través de sensaciones y olores. La famosa
escena de la magdalena, por ejemplo, ilustra cómo un simple sabor puede
desencadenar un torrente de recuerdos y emociones del pasado.
“Todos esperamos un tren, incluso cuando
no sabemos a dónde vamos.” Creado con IA Copilot
La jubilación
no es un vacío
Veo a los tiernos, sabios y aburridos jubilados,
sentados junto a los jardines y pienso. ¿En que se piensa cuando uno deja de
pensar? ¿Qué aventura imaginaria ocupa al abuelo cuando medio dormido descansa
en su sillón -el del abuelo- ? No lo digo solo como observador, sino como alguien que
también ha entrado en esa estación: la jubilación. A veces me pregunto ¿En qué pienso cuando siento a mi alrededor el fluir del tiempo? ¿Qué tren
espero? ¿Qué dejé de hacer y tengo que hacer antes de irme?
La sociedad ha impuesto a la jubilación un tono
de retiro definitivo, como si dejar de trabajar fuese sinónimo de dejar de
vivir. Pero jubilarse, lejos de ser un final, puede ser el comienzo de una
etapa de libertad real. Es el momento de redescubrir lo que el deber desplazó,
de ocupar el tiempo con deseo y no con obligación.
Pensar que una persona jubilada solo quiere
“matar el tiempo” no solo es injusto: es falso. El deseo de aprender, de crear,
de vincularse, no desaparece con la edad. Y es precisamente en ese deseo donde
se halla la dignidad de vivir. Estar ocupado no significa estar agitado:
significa estar implicado, ya sea en el arte, la conversación o los pequeños
rituales del día a día.
La suerte es
poder ser dueño de tu propio tiempo
La libertad más profunda no es la que nos permite
ir donde queramos, sino la que nos concede decidir cómo vivir cada hora. Ser
dueño del tiempo propio es una forma de soberanía emocional. Es poder decir
“no” a lo que no nutre, y “sí” a lo que nos hace sentir vivos.
Bien pesado, no es poca la tarea de vivir, máxime
cuando en ella se objetivan tantas y tantas causas no crematísticas, pero
dignas de ser experimentadas. Les digo que lo que más nos puede satisfacer en
nuestras acciones son aquellas que ejercimos de manera libre y consciente, las
tareas que no cobramos, las conversaciones que mantuvimos con quienes nos
escucharon y a los que escuchamos, Esa es la suerte del que administra bien los
“denarios del tiempo”
Y eso implica estar atentos. La rutina
automatizada puede robarnos sin ruido los mejores años de la vida. Como bien lo
expresó Steve Jobs: “Tu tiempo es limitado, así que no lo malgastes viviendo
la vida de otro.” Ser uno mismo es, en buena medida, gestionar con coraje y
sensibilidad el tiempo del que se dispone.
El pensamiento estoico otorga al tiempo un lugar
sagrado. Séneca, en su tratado De la brevedad de la vida, escribió: “No
es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho.” Para él, el tiempo
perdido no era solo ineficiencia: era una forma de muerte anticipada.
Marco Aurelio, por su parte, advertía con
serenidad imperial: “La vida de cada uno está en juego cada día: una porción
se te escapa, otra se te escapa aún sin darte cuenta.” En una época donde
lo urgente sepulta lo importante, estas palabras siguen resonando como un
llamado a la lucidez. El tiempo, para los estoicos, no se mide en relojes sino
en actos significativos.
La sociedad
del futuro: ¿tiempo liberado o tiempo vacío?
La tecnología y la inteligencia artificial
prometen liberarnos de muchas de las tareas repetitivas que hoy ocupan nuestras
jornadas. Se habla de jornadas laborales más cortas, renta básica universal, o
una “nueva era del ocio”. Pero, ¿estamos preparados para esa abundancia de
tiempo?
A veces, basta una taza de café
y unos minutos a solas para volver a habitar el día con calma y sentido. Creado
con IA Copilot
Expertos advierten que el gran desafío no será
tener más tiempo libre, sino saber convivir con él. Como destaca el medio digital
Business 4.0, “sin una educación emocional sólida, el ocio forzado puede
transformarse en apatía, ansiedad o pérdida de sentido”.
Además, psicólogos sociales recuerdan que el
trabajo es mucho más que una fuente de ingresos: es una estructura vital, una
red de vínculos y una forma de construir identidad. Si desaparece sin ofrecer
un sustituto, podríamos enfrentar una crisis de propósito colectiva.
La buena noticia es que también existen
perspectivas optimistas. Muchos visionarios hablan de una “sociedad del ocio
creativo”, donde las personas se dediquen más a proyectos artísticos,
comunitarios o espirituales. Una era donde el tiempo no se mida en productividad,
sino en calidad de vida. Pero para ello, deberemos aprender —individual y
colectivamente— a no temerle al silencio ni al vacío. Porque lo que hoy
llamamos “tiempo libre”, mañana será simplemente el tiempo, y la gran
pregunta será: ¿Qué haremos con todo ese tiempo que, por fin, será nuestro?
La vida no nos pide grandes gestas, pero sí presencia.
No exige que hagamos mucho, sino que no desperdiciemos lo poco que
verdaderamente nos pertenece: el instante.
A veces, dejamos pasar los días sin mirar, sin
elegir, sin sentirnos parte del tiempo que corre. Pero cuando lo habitamos con
conciencia, el tiempo deja de ser enemigo y se convierte en aliado. Tal vez por
eso Isabel I, en su lecho de muerte, exclamó: “Todas mis posesiones por un
momento más de tiempo.”
Cada segundo puede ser una elección o una
renuncia. Por eso, al final, no se trata de “matar el tiempo” sino de darle
vida. Y en ese gesto cotidiano, humilde y valiente, es donde comienza la
verdadera libertad.
Y
mientras el reloj avanza sin pedir permiso, lo más valiente tal vez sea
detenernos un instante y preguntarnos, no qué hora es, sino en qué momento de
nuestra vida decidimos empezar a vivirla.
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Sábado, 21 de Junio del 2025