Tomelloso

Miguel Huertas: “Todo empezó con la pianola de mi abuela en la calle Nueva de Tomelloso”

Hablamos con el compositor y pianista tomellosero, Miguel Huertas, que celebra el estreno mundial de su ópera Tristana

Francisco Navarro | Lunes, 7 de Julio del 2025
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El pasado 27 de junio, el Auditorio de San Lorenzo de El Escorial acogió el estreno mundial de Tristana, una ópera de cámara firmada por el compositor tomellosero Miguel Huertas Camacho, con libreto del escritor mexicano Jorge Volpi. La obra —se pudo disfrutar de ella al día siguiente en Aranjuez dentro del festival “Ópera a quemarropa”— traslada el universo galdosiano al Madrid del siglo XXI.

En esta entrevista Huertas habla del proceso creativo y del desafío de escribir su primera ópera. Dice que está “muy contento” con el resultado, pero también se siente agotado. Nos adelanta que en septiembre se va a Brasil y que el 27 de julio hay que estar en el Corral de Comedias de Almagro. Nos cuenta que lo de ser de Tomelloso, lejos de pesarle, lo lleva con orgullo. Esta conversación es un viaje por la vida de un músico que no para, pero no se olvida de dónde viene.

—¿Cómo surge la idea de adaptar Tristana a la ópera?

—Bueno, la verdad es que no fue una idea mía desde el principio. Me llamaron para hacer una ópera, pero no había un libreto cerrado. Se barajaron varias opciones, algunas muy oscuras, demasiado incluso. Tristana también lo es, pero tiene más capas. Así que entre todos decidimos que esa podía ser la mejor elección. Llamaron a Jorge Volpi, que hizo un libreto mezclando tanto la novela de Galdós como el guion de Buñuel.

—¿Cómo fue su proceso creativo una vez que tuvo el libreto en sus manos?

—El primer libreto que me entregó Volpi no me servía. Se lo dije con mucho tacto, porque estaba muy basado en diálogos rápidos, con mucha información entre personajes, y yo necesitaba espacios de reflexión. En la ópera, los personajes tienen que poder cantar, detenerse, respirar. Hizo una segunda versión y ahí sí pude trabajar. Me pasé diez días solo, mirando al infinito, preguntándome qué música quería hacer. No quería algo edulcorado. A mí me resulta fácil hacer música amable, pero no era lo que esta historia pedía.


—¿Qué lenguaje musical eligió para contar esta historia de sombras?

—Quise buscar un lenguaje más oscuro, más raro incluso para mí. No quería quedarme en el siglo XIX, porque Tristana, como dice Volpi, transcurre hoy. Así que hay recursos de la música actual, no comercial, pero sí contemporánea. Hay electrónica, piano, violonchelo y percusión. Una percusión muy peculiar, con objetos raros que no sabes de dónde vienen los sonidos. Eso es lo que me interesaba, que ni nosotros ni el público sepamos bien qué está sonando.

—¿Y cómo se estructura esa instrumentación tan peculiar?

—La electrónica actúa como refuerzo, graba lo que hacemos y lo distorsiona. El piano sostiene gran parte de la función, el chelo da las notas largas, las que conducen y mantienen emocionalmente. Y la percusión, con Jorge Guillén —solista de la Orquesta Nacional—, es clave. Fuimos a su estudio y era como estar en el taller de un brujo. Buscamos sonidos que no remitan a nada reconocible. Cuanto más sorprendente y ambiguo, mejor.

—¿La música busca no imponerse a la historia? Hay quien ha hablado de una presencia mínima o contenida de la partitura...

—Bueno, es que es una ópera de cámara. El formato se pensó así desde el principio. El encargo no era una gran orquesta, sino para un montaje pequeño, con vistas a que se pueda mover fácilmente. Cuanto más grande es el barco, más difícil es moverlo. Y eso impone límites, claro, cuatro meses para componer, un máximo de cuatro instrumentos… Pero también te obliga a exprimir al máximo lo que tienes, y eso atesora su parte buena.

—Es su primera ópera. ¿Ha sido un salto grande?

Un salto enorme. Yo no sabía si era capaz de construir un arco musical de 70 minutos que sostuviera una historia teatral. Tenía dudas reales, pero al final ha salido. Y lo curioso es que no es una música que yo hubiera imaginado hacer. Nunca sabes qué vas a escribir realmente, aunque lo planifiques. La música tiene su propia evolución y al final, cada texto te lleva a una sonoridad distinta.


—Es un montaje muy particular con los músicos y los cantantes en escena…

—Sí, estamos todos en escena. Hay unas pantallas donde se proyectan imágenes tomadas en directo por varias cámaras. Nosotros, los músicos, estamos al fondo, justo debajo de esas pantallas, y la acción transcurre en el mismo plano que el público. Hay una especie de fusión entre lo escénico y lo musical.

—¿Qué futuro le espera a Tristana?

—El 27 de septiembre vamos a Tenerife. En junio de 2026 estaremos en el Teatro Pérez Galdós de Las Palmas. Y se están negociando funciones en el Festival de Guanajuato, en México; en Montevideo; y quizás en otros países como Perú, Colombia o Brasil. Está todo abierto.

—¿Está satisfecho con el resultado final?

—Muy satisfecho, aunque tengo que confesar que. hay momentos en los que no me lo creo. Lo escucho y me sorprende. Ha sido un trabajo muy intenso, muy duro. Ahora mismo necesito vacaciones… pero tampoco tengo mucho tiempo. Hoy mismo (por el viernes 4 de julio) he estrenado un espectáculo y el domingo estreno otro en el Festival de Clásicos de Alcalá. Luego lo haré en la clausura del Festival de Almagro. Así que descanso… el justo.

—Tiene una carrera muy vinculada a la ópera. ¿De dónde viene esa conexión?

—De la pianola de mi abuela en su casa de la calle Nueva. Allí estaba, con rollos de música que eran de mi bisabuelo. Ahí sonaban La Bohème, zarzuelas como Agua, azucarillos y aguardiente o Los Gavilanes. Todos los nietos tocábamos el piano y yo estudiaba con los rollos. Allí empecé a oír música, y por ahí empecé a estudiar.


Además, compone para teatro, para danza, para poesía, para otros géneros…

Para danza solo he hecho una pieza de claqué en un espectáculo infantil del Teatro Real. Pero sí, he puesto música a muchas poesías, casi cuarenta. Para voz, piano, chelo, viola… incluso tengo un par de canciones con orquesta. Están todas ahí, dormidas, esperando que las grabemos. Esta semana se han estrenado dos canciones mías sobre textos de Lope de Vega en el Teatro de la Zarzuela. Así que sí, la poesía está muy presente.

—Y no ha abandonado su faceta como concertista.

—En absoluto, esta misma mañana estaba tocando en el Teatro de Zarzuela. Soy el director musical del proyecto y formamos un pequeño combo: chelo, clarinete, percusión y yo al piano. Me gusta mucho tocar y sigo haciéndolo siempre que puedo.

—¿Cómo combina tantas cosas? Parece que necesita tener dos vidas.

—(Ríe) Sí, hay un punto en que te consume mucha parte de la vida. A veces te preguntas si no estarías mejor más tranquilito en casa… Pero también es muy gratificante. Yo trabajo por mi cuenta y cuando vienen las oportunidades hay que aprovecharlas, porque esto va por rachas. Puedes hacer las cosas igual de bien y de repente no te llama nadie. Es un poco aleatorio.

—¿Qué proyectos tiene por delante?

—Muchos espectáculos míos están ahora mismo en gira: Cállate, corazón, que va a estar hasta 2026; Diálogos de Oro, con varias funciones; Me trataste con olvido, que hicimos en los Teatros del Canal y que recuperaremos; Tristana, por supuesto, que aún tiene recorrido. En septiembre tengo una gira por Brasil, en Recife, Curitiba, São Paulo y Belo Horizonte, con una cantante, haciendo música mía. También haré la ópera La voz humana, de Poulenc, en Vigo. Y después, vuelta a Tenerife con Tristana y a Murcia con Cállate, corazón. Todo eso de aquí a final de año.


—Se mueve por todo mundo, pero con Tomelloso siempre presente. ¿Qué significa para usted?

—Significa mucho. Es un porcentaje muy grande de lo que soy. Incluso aunque uno renegara —que no es mi caso—, hay cosas que no puedes evitar ser. Tengo el título de Tomelloso Ausente, pero no estoy ausente, me gusta volver, me gusta ir al pueblo. Solo le encuentro ventajas al hecho de ser de Tomelloso, te distingue, te hace diferente. No ser de un sitio grande te da personalidad, y eso es bueno. Estoy feliz de ser de Tomelloso, lo llevo a gala.

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