En época de verano suelo compaginar el mayormente el campo con alguna escapada a la ciudad, es lo ideal para quienes puedan hacerlo y que en este siglo adiós gracias es un modo de vida del que disfrutamos no pocas personas. Durante esta estación del año ambos lugares presentan espacios de luces con colores vivos y calientes, pura vida; y es que el calor la acoge y posibilita mientras que el frío conserva en buen estado los cadáveres. En el invierno apetece habitar en espacios cerrados, pero en el estío se hace imprescindible frecuentar lugares más espaciosos y abiertos, que el aire acondicionado disminuye la temperatura del habitáculo, pero es aire enlatado; sin embargo, en las plazas y plazuelas, pero sobre todo en el campo el aire huele a mieses y huertas.
En la ciudad la vida está en la calle; en los barrios, en sus plazas, en los parques, en chiringuitos y terrazas, en las piscinas, en las bicicletas y los peligrosos patinetes y sobre todo, en el alma de la gente.
En el campo la vida está en los vuelos inseguros de los pollos de perdiz, en los grillos y cigarras, lagartijas, en los racimos incipientes y en la luz que al atardecer despiden las pacas y rastrojos; todo se muestra paradójicamente más pequeño y delicado en un entorno carente de muros que limiten la visión de aquello que miramos..
En la ciudad, la imagen y la comunicación frecuenta tonos claros, incluso para preservarnos ligeramente del sol bajo los toldos recién instalados en la Plaza Mayor, mientras las personas hablan en intranscendentes tertulias con luces que tienden a la tonalidad del lento atardecer. Y es que los atardeceres en la Mancha durante los meses de verano emulan el aterrizaje lento y silencioso de un vuelo sin motor en la llanura; algo así como la serenidad que procura el ocaso de la vida.
En el campo los amaneceres comienzan con unos discretos rayos de luz que asoman cautelosos cual niño curioso se encarama a una pared para ver lo que le espera al otro lado en un horizonte siempre ajeno, tomando en poco tiempo la arrogante verticalidad de un joven musculoso dispuesto a desafiar el poder del día.
Los colores en el campo aparecen más rojizos desde el cielo; se diría que el sol pone más empeño en iluminar las tierras de praderas y cultivos. En el campo los colores son más fuertes, íntimos y creativos.
Sin embargo, aquello que configura la personalidad de la estación en donde nos encontramos son sus noches, ahora más breves, haciendo que sus días sean más largos en la ciudad y más vivos en el campo. Las noches de estío son para beberlas; las estrellas refrescan nuestros sueños o las vigilias obligadas u ociosas y la luna paciente acompaña cualquier quehacer al raso. El ruido de los grillos y motores de riego nos dicen que el campo aún sobrevive y está despierto, a pesar de políticas y precios, mientras en los pueblos la música y las ferias recuerdan que los seres humanos, aún creen en la alegría y desean ser felices.
La vida casi siempre es más fácil en verano. El estío es vida, expansión, días de descanso, versión festiva “de los días más largos sin playas que invadir, pueblos que liberar, países que conquistar”, solamente pintar con la mirada los vivos colores de un mundo en paz. ¿Porque no? Todo resulta mucho más fácil en verano.
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