¿Quién no recuerda una canción de
Serrat con los versos de Antonio Machado o quién no ha hecho alguna ruta
machadiana por Soria?
“Todo pasa y todo queda/ pero lo nuestro es
pasar/pasar haciendo caminos/ caminos sobre la mar.”
Y ¿quién no ha visto algunos
retratos murales de Machado en Soria, Segovia y Baeza? Incluso esculturas, la
más reciente, en octubre 2024, se encuentra en la Seta de Sevilla, diseñada por
el escultor Dionisio González.
Este año se cumple el 150 aniversario de un poeta muy arraigado y representativo de nuestro país. Afortunadamente, sus versos siguen vigentes en nuestro siglo XXI. Se ha colado sigilosamente en nuestras vidas, derramando sus versos, golpe a golpe.
Es por ello que resulta fácil
encontrar algún letrero escrito con los aromas de su lírica o mismamente en las
letras de canciones del grupo de rock and roll transgresor Extremoduro, con
Robe Iniesta. Y todavía sigue escondido en las letras de esos cantautores
intrépidos que se dejan caer por las bibliotecas, los colegios e institutos.
Tal y como nos describe el hispanista y ensayista Ian
Gibson, desde su niñez ya fue un privilegiado por criarse en el enclave del
Palacio de las Dueñas, en Sevilla. En este entorno tan sensorial, rodeado de
fuentes, limoneros y jardines comienzan a tejerse sus primeros versos.
Antonio Machado perteneció a la
Generación del 98; aquellos años de decadencia histórica que supusieron la
pérdida de Puerto Rico, Cuba y Filipinas para España. Fue un defensor de la libertad y la educación. Como
él mismo escribió: “Se canta lo que
se pierde”, y en su poesía canta lo perdido, lo soñado, y también la
esperanza de un mañana mejor.
Antonio Machado Ruiz nació el 26 de julio de 1875 en
Sevilla y falleció el día 22 de febrero de 1939 en Colliure (Francia). Con tan
solo ochos años de edad, se trasladó a Madrid donde pudo estudiar en la
Institución Libre de Enseñanza. Fue precisamente Giner de los Ríos, su mentor,
quien lo motiva para que se haga catedrático de francés.
Se impregnó de toda la vida bohemia de Madrid,
regentando los cafés de artistas y las tertulias literarias. También descubrió
junto a su hermano Manuel, el movimiento del Modernismo que surge en París,
capitaneado por el nicaragüense Rubén Darío.
Cuando obtiene su plaza de profesor de francés, es
trasladado a Soria donde se enamora
perdidamente de Leonor Izquierdo, una joven de apenas 12 años. Antonio tenía 32
años en aquel momento. Se casaron en 1909 y viajaron a París pero la felicidad
duró muy poco ya que en 1912, Leonor fallece de tuberculosis, con tan solo 18
años.
Este dolor quedó reflejado en su obra Campos de
Castilla, que se convertiría más tarde en un símbolo eterno de su amor.
“Mi corazón os lleva…./Álamos del amor que ayer
tuvisteis/ De ruiseñor llena..!”
En tierras sorianas cabe recordar el viejo olmo, cerca del cementerio donde está enterrada Leonor y al lado pasa el río Duero junto a la ermita de San Saturio, el patrón de Soria, todo ello coronado por el famoso “Monte de las ánimas”, que tan famoso hizo al poeta también sevillano Gustavo Adolfo Bécquer en una de sus leyendas.
Durante los años siguientes, Machado estuvo viajando
por diferentes puntos de la geografía española, Baeza, Segovia y Madrid,
ejerciendo siempre como profesor, mientras escribía, pensaba y compartía
tertulias literarias. En Baeza conoció a un joven alocado, Federico García
Lorca, quién le cautivó desde el primer instante.
En Segovia, fundó la Universidad Popular y se implicó
en la vida cultural. Aquí sufre otra desilusión amorosa. Conoce a la última
musa de sus versos, Pilar de Valderrama, una señora ya casada y con tres
hijos, a quién bautizó como “Guiomar” en sus poemas. Vivieron el amor de
forma epistolar, con más de 208 cartas.
Las Misiones Pedagógicas fueron un impulso
clave para llevar cultura y educación a toda España, apoyadas por intelectuales
como Machado, que creían en una España moderna, democrática y libre. Recordemos
que había un índice de analfabetismo muy grande. Sin embargo, la Guerra Civil
truncó ese prometedor avance.
En enero de 1939, cruzó la frontera hacia Francia,
huyendo del avance de las tropas franquistas. Moriría poco después, en Colliure,
exiliado y con el corazón roto. En su abrigo se encontró un papel arrugado con
sus últimas palabras: “Estos días azules y este sol de la infancia”, un
eco lejano de aquel jardín sevillano, de las fuentes y los limoneros, de los
sueños nunca olvidados.
Legado inmortal
La muerte de Lorca en Granada fue la espoleta de aviso para toda una
generación de escritores e intelectuales que tuvieron que marchar de España
víctimas de la persecución y la represalia. Aquella madrugada, Granada se tiñó
de luto y la luna sangró.
Machado quiso permanecer en Madrid pero León Felipe y Alberti le
recomendaron que se marchara a Francia con su familia.
El día 22 de enero de 1939 salieron “in extremis” de la ciudad. Comienza
su periplo de 6 días con otros huidos intelectuales. Cuando llegaron a Portbou,
al puerto Balitres, la policía francesa estaba agobiada por la diáspora de
miles de republicanos españoles.
No podían pasar montados en vehículos y tuvieron que continuar caminando
y tratando de liberarse de la mirada de los policías de frontera que vigilaban.
Ante la autoridad fronteriza Antonio Machado es detenido e interrogado.
La suerte, esta vez, vino de la mano del escritor Corpus Varga quién se dirigió al Comisario de policía diciéndole que aquel hombre que le acompañaba era un ilustre poeta que representaba para España lo mismo, que el insigne poeta francés Paul Valerie.
El argumento de Varga hizo efecto en el comisario despertando en él la
compasión ante un hombre de tal categoría. Machado y su madre pasaron la
frontera. No llevaba nada, no tenía ni un lápiz ni una hoja donde poder
escribir. En aquellos momentos era un hombre desmoralizado y débil.
Llegó a la pensión Quintana y la madre pensaba que llegaban a Sevilla,
creyéndose en la época feliz donde
nacieron sus hijos. ¡Pobre mujer! Estuvieron tres semanas en Colliure. En una
de sus pocas salidas, Antonio quiso ver el mar y frente a él, lleno de
tristeza, escribió.
“Quién pudiera vivir detrás de estos cristales libre de
toda preocupación”
Aquella última visita a ver el mar fue un presagio de despedida.
Volvieron al hotel y nunca más acudieron a la playa.
Antonio Machado murió el día 22 de febrero de 1939. Había traído consigo
una pequeña cajita de madera con tierra que había recogido antes de cruzar la
frontera y una tarde, hablando con la dueña de la pensión que lo acogió a él y
a su familia, le dijo: - Es tierra de España. Si muero en este pueblo,
quiero que me entierren con ella.
Se encontraron en su gabán estos versos: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Remiten a un pasado definitivo y perdido, el sol de la nostalgia. Este paraíso de la infancia que es un paraíso perdido para siempre.
Su tumba se ha convertido en un pequeño santuario de visita para todos los exiliados que acuden a rendirle homenaje.
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Domingo, 27 de Julio del 2025
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