Publicado en ABC en 18 de diciembre de 2024
Dionisio Cañas se
confiesa enamorado de La Mancha, su periplo vital así lo demuestra,
pues nacido en Tomelloso (1949) ha venido dando tumbos en un
viaje que le ha llevado por medio mundo (Latinoamérica, Francia, Irlanda,
Países Árabes), con gran estancia en Nueva York (1972-2005) para
finalmente regresar a su punto de partida: «todos necesitamos de un lugar firme
en el mundo». Francisco Nieva (Valdepeñas) afirmaba que sólo
viviendo muy lejos y por mucho tiempo fuera de La Mancha se da uno cuenta de lo
singulares que son los manchegos, y el poeta tomellosero se ha esmerado en
dejar constancia de las muchas razones por las que uno puede sentirse orgulloso
de ser manchego, pero lo ha hecho con los pies en la tierra- nunca mejor
dicho-, sin narcisismos patrios, pues todas las tierras tienen derecho a ser
amadas por sus habitantes, llegando a descubrirnos cada átomo de poesía
que alberga una tierra que durante siglos ha sido tan amada como denostada y
maltratada.
Pero ser manchego no es
sólo haber nacido en La Mancha, ¿qué es ser manchego?, se ha
preguntado el poeta. Indagando- «hay que ver, mirar, sentir muchas veces un
espacio para llegar a amarlo» - en aquello que la hace extraordinaria,
diferente, singular, que la hace tener su propia idiosincrasia; siempre
buscando en el pálpito de la intuición, buscando con el corazón, «porque el
corazón nunca miente», y porque en él se plasma no solo la realidad, también el
espejismo, la ilusión que promueve en los sentimientos «lo de uno». La
Mancha de Dionisio es poética porque está llena de belleza, de amor y de
sensaciones «manchegas».
Por siglos generosa, La
Mancha de Dionisio fue y aún hoy lo es, una tierra refugio no sólo de presuntos
malhechores que también, esta tierra fue cobijo de conversos y de falsos
conversos, ya fueran judíos convertidos en el chivo expiatorio de una crisis económica
o moros víctimas de la exclusión religiosa o bereberes tratados como ciudadanos
de segunda por los árabes en su conquista de España. Hoy acoge
refugiados, inmigrantes y personas vulnerables en viviendas de
numerosas poblaciones como Alcázar o Villafranca de los Caballeros.
Alguna vez acogió al propio Dionisio, así considerado (presunto malhechor)
cuando le dio por ser hippy y se paseaba por las calles de Tomelloso como un
vagabundo.
A la Mancha poética de
Dionisio Cañas no le importa contaminarse, mezclarse, lo diverso es
enriquecedor. En ella han dejado su huella griegos, romanos, judíos,
«media mancha es judía, conforme y laboriosa» pero sobre todo moros «en mis
viajes por los países árabes todo me parecía La Mancha», árabe es el origen de
su nombre: Al Manchara (alta planicie, meseta llana y luminosa).
Son las huellas comunes del ser mixtura mediterránea, una tierra sin mar, pero
profunda como el mismo mar y luminosa como el mismo cielo, un cruce de caminos
y culturas, donde se gestan sus frutos, sagrados por lo básicos: el trigo, la
uva y la aceituna, «¿hay algo más sagrado que lo cotidiano, que nuestra vida
diaria?», ¿algo más sagrado que el pan, el vino y el aceite? Mediterráneos
– y manchegos- son la encina, la higuera, el olivo, y el queso con origen en la
antigua Mesopotamia, que se hizo autóctono con la leche de las ovejas
manchegas. Los molinos de viento son también mediterráneos procedentes de la
antigua Persia. Como los prostíbulos, práctica común y sagrada en los templos
de Oriente Próximo. Manchego-mediterráneo es el verano abrasador, la
cueva fresca y el patio de las casas, «contraste entre el tugurio oscuro y
la claridad rural casi celestial», el pozo y el corral.
En la Mancha poética de
Dionisio Cañas habitan los manchegos, sobrios y firmes por fuera, pero
sensibles y sentimentales por dentro, «que el manchego no es solo un cardo seco
y espinoso, también es un idealista, un místico, un poeta». Tampoco la mujer manchega
es solo sustancia como la describiera Machado, «una mujer garrida quemada
por el sol que guarda en su corazón frescura de bodega», sino que también
es una mujer idea, como la soñara y la nombrara Cervantes, Dulcinea, porque
«todo lo descrito en el Quijote ya estaba ahí antes». Y es que todo en La
Mancha es dual: «el rezo y el carnaval, el amor del Quijote y el hambre de
Sancho, la solidez del molino y la ligereza del viento que lo anima, la tierra
seca y sus humedales, la magia del Guadiana, que aparece y desaparece, la luz
transparente que viene del cielo y la inamovible que emana de la tierra».
Pero el amor de
Dionisio Cañas a su tierra no es ciego, y no está exento de críticas que
nunca son feroces sino en tono de regañina, como se enfada uno con el ser
amado. Así, expresa las emociones negativas que le produce la transformación de
lo genuino manchego por cuestiones políticas o globales. Es crítico con la
transformación destructiva del paisaje, que da lugar a la desertificación
de los humedales como las Lagunas de Ruidera o las Tablas de Daimiel.
Y reivindica la casa manchega «destruida por los ayuntamientos a cambio de
bloques de cuatro pisos», dudando de la capacidad de los arquitectos que hacen
de los pueblos «sitios anodinos».
Le duele al poeta su
infancia, la miseria vivida por los manchegos en la dictadura de Franco, sus
padres buscándose la vida en Asturias, en Francia y en Linares, lugares que le
alejaban del refugio salvador adonde siempre volvía: Tomelloso. Y
reivindica la búsqueda de la felicidad en lo cotidiano: comer, dormir,
trabajar, que «trabajar no es una condena como nos ha inculcado la religión
sino un ritual que enriquece el espíritu, el lugar y el tiempo en que nos ha
tocado vivir». Recuerda el miedo ante la figura paterna, y el rescate por su
madre, y elige la libertad, «aunque chirriante», de la mujer manchega actual
frente a la anterior, casta y entregada. Recrimina los desprecios clasistas de
los manchegos: «no busques por amigo al rico ni al noble, sino al bueno, aunque
sea pobre». Las casas blancas y los bombos –el poeta es propietario de uno- se
han reemplazado por feas naves de aspecto industrial: «veo morir el paisaje de
mi adolescencia como vi morir a mis padres y abuelos». Denuncia la destrucción
del patrimonio arquitectónico y las mentiras de una religión hegemónica: ¿Cómo
se puede decir que el origen del Castillo de Peñarroya fue una fortaleza
cristiana cuando se encontró una necrópolis islámica en la que todos los
cráneos miraban a la Meca?.
Dionisio Cañas
reivindica la Mancha rural, de la agricultura, del campesinado y de la
naturaleza. «La poesía del Campo siempre está llena de nostalgia, describe
un mundo desaparecido, el de las mulas, los arados, la siega y los carros» y se
lamenta de que el campo haya perdido a sus poetas. Con nostalgia reclama la
memoria poética de un paisaje muerto, el horizonte de la llanura
manchega reconvertido en «campos de concentración» con el cultivo de
las espalderas y cada vez más lleno de basura y plásticos. Dionisio
entiende como artificial y burocrático el término de Castilla-La Mancha, y
rememora el territorio político y administrativo que fue «El Común de La
Mancha» en el siglo XIV, al frente de uno de los once hijos bastardos que
Alfonso XI tuvo con su verdadero amor, Doña Leonor, con cabeza en Quintanar de
la Orden, y que comprendía los pueblos entre los ríos Cigüela y Guadiana. Los
once tuvieron su particular señorío, y La Mancha le correspondió a Don
Fadrique, fruto del amor- otra vez lo dual- y del desamor.
El poeta Dionisio Cañas
es un miembro digno de su comunidad porque ha buscado los valores y la cultura
de La Mancha, mostrando aprecio por sus paisanos y su forma de vida,
nada extraña por tanto que recientemente haya sido nombrado Hijo Predilecto de
Tomelloso. Ha contribuido con su poesía y con su obra a engrandecer aún
más, esa Mancha levitada, espiritual, referente cultural y literario que
desmitifica la tierra de economía de subsistencia, pobre, seca, humilde y
cateta del consuetudinario y limitado imaginario colectivo. La Mancha poética
de Dionisio Cañas, le viene sobre todo del amor que le profesa. Reveladoras, de
páginas de cabecera, su manera de abordar los lazos que unen al poeta a la
tierra manchega con el resto del mundo. Se trata del discurso «Amistad y
celebración en Tomelloso» (Fiesta de las Letras 2023) e incluido en su ensayo
«La Mancha en el Corazón» (2020): «El puente que en mi corazón une a
Tomelloso con Nueva York es el puente de la Amistad que abarca todas las
relaciones humanas: amor, familia, amigos, patria, poesía, lo sagrado, lo
profano, lo ético, lo estético y lo político». Así pues «compartamos un mismo
sueño, el de nuestra tierra, nuestros vinos, nuestro origen, porque no tener un
sueño y compartirlo es un síntoma de autodesprecio y un complejo de
inferioridad».
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Jueves, 21 de Agosto del 2025
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