En nuestro país existe
una realidad que rara vez se aborda de manera honesta: la jerarquía profesional
dentro de la sanidad. Durante años se ha impuesto un modelo piramidal que
enfrenta a colectivos en lugar de cohesionarlos, cuando la esencia del sistema
debería ser el trabajo en equipo y el reconocimiento de cada especialidad.
Los nutricionistas, por ejemplo, poseen
conocimientos válidos y útiles para la salud pública, pero muchas veces se les
relega a un segundo plano. Lo mismo ocurre con los técnicos en curas de enfermería, profesionales que, tras décadas de
experiencia, se ven cuestionados por jóvenes graduados que acaban de salir de
la facultad. Esta dinámica de “quién pisa a quién” se repite en distintos
niveles: enfermeros frente a médicos, técnicos frente a enfermeros, y así
sucesivamente.
Cuando las
titulaciones se transformaron y se sustituyeron las antiguas licenciaturas y
diplomaturas por grados universitarios, se abrió un nuevo frente de conflicto.
En el pasado, la brecha entre ambas era clara: seis años de formación frente a
tres. Hoy, con los grados situados en el mismo nivel académico, ha surgido la
pugna por el reconocimiento administrativo. Un enfrentamiento que, lejos de
aportar mejoras al sistema, solo genera tensiones y desvía la atención del
verdadero propósito: ofrecer la mejor atención posible a los pacientes.
En un espacio todavía
más silenciado se encuentran los técnicos
de radiodiagnóstico, laboratorio o anatomía patológica, dietética y otros que
han ido surgiendo. Son profesionales formados, imprescindibles y con una
enorme responsabilidad, pero permanecen en la sombra de la medicina moderna
como si fueran piezas de un engranaje invisible a ojos de la sociedad.
Y, en el último
peldaño de esta escala, hallamos a los técnicos
en emergencias sanitarias, los populares “ambulancieros”. A lo largo de la
historia han sido denominados de mil maneras —camilleros, pisapedales,
choferes—, casi siempre de forma despectiva. Sin embargo, son ellos quienes
acuden a recoger heridos, atender emergencias y procurar que un paciente llegue
vivo al hospital. Muchos de estos profesionales cuentan con más práctica y
pericia en urgencias que médicos o enfermeros recién graduados, y no han dejado
de formarse, de organizar cursos y jornadas, y de reivindicar su papel, su
profesión. Aun así, todavía hoy en algunas comunidades autónomas se envía una
ambulancia con un único técnico, encargado de conducir y atender al paciente al
mismo tiempo. Una situación a mi parecer insostenible en la España de 2025.
Por todo ello, es
urgente reorganizar el mapa sanitario.
Reconocer y dignificar a todos los profesionales no es solo una cuestión de
justicia: es una necesidad para el futuro de nuestro sistema de salud. No se
trata de títulos ni de rangos administrativos, sino de reconocer el valor de
cada profesional. La experiencia, la especialización y la práctica son tan
importantes como el título académico. Si queremos una sanidad más humana y
eficiente, debemos dejar de enfrentarnos por rangos administrativos y empezar a
construir un modelo colaborativo. Médicos, enfermeros, técnicos y ambulancieros
son piezas de un mismo engranaje: ninguno sobra, ninguno es menos, y todos
deberían ser tratados con la dignidad que merecen. Si no lo asumimos,
perderemos la fuerza de un sistema sanitario en el que todos cuentan y cada
mano suma.
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Martes, 2 de Septiembre del 2025
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