Opinión

El futuro del Estado de Bienestar: entre lo deseable y lo posible.

Juan José Rubio Guerrero | Miércoles, 17 de Septiembre del 2025
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En los últimos tiempos, el mundo político y mediático está a la búsqueda de culpables del desbarajuste presupuestario en España. Es prioritario en este momento señalar a los responsables de la deuda y los déficits públicos españoles. Algunos echan la culpa a cuestiones demográficas derivadas de los boomers y las pensiones, otros a las grandes fortunas y su falta de implicación tributaria, otros a las empresas que no tributan lo suficiente en función de sus beneficios, etc. Pero muy pocos son aquellos que enfocan el problema desde la perspectiva de la sostenibilidad del actual Estado de Bienestar tal y como lo concebimos. Si tenemos una deuda pública y un déficit de difícil control es porque el Estado está asumiendo funciones de redistribución probablemente por encima de las posibilidades reales de financiación a largo plazo. Hay una espiral perversa que puede condicionar el futuro crecimiento  y, por ende, las políticas sociales.  Por un lado, el aumento de los impuestos y gravámenes de toda índole, normalmente conduce a un incremento todavía mayor del gasto público, bajo la consideración de que el Estado de bienestar es consustancial al sistema político y democrático que nos hemos dado y bajo la miopía ciudadana de que los servicios públicos son gratuitos. Los economistas decimos que cuando el precio de un servicio tiende a cero, la demanda tiende a infinito y cubrir demandas infinitas es una utopía incluso para el más cerril.

A pesar de las repetidas advertencias de la AIREF y de numerosas instituciones tanto nacionales como internacionales y las agencias de rating, el Estado con sus diferentes administraciones se ha vuelto incontrolable en sus políticas públicas, bien por inercias presupuestarias, bien por decisiones discrecionales que comprometen el gasto público a largo plazo. Podemos hacer un juego de trileros y pasar la deuda pública de un cubilete a otro, de una administración a otra, pero el garbanzo, o sea, la deuda estará ahí y seguirá creciendo de forma incontrolada porque nos hacemos trampas en el solitario.

Y lo grave es que la no asunción de políticas de austeridad, tan denostadas por los políticos de turno para su perpetuación en el poder (quien le pone el cascabel al gato), conllevan un agravamiento de los problemas de equilibrio fiscal a largo plazo. En realidad, el Estado sin controles efectivos es un gran “agujero negro”  que absorbe y se beneficia  del dinero de los ciudadanos, a través de sus impuestos, para distribuirlo de forma prodiga e insensata, en muchos casos, en forma de subsidios, ayudas y gastos innecesarios. Y todo ello sin arriesgar gran cosa ya que detrás de este planteamiento se encuentra cómoda la mayor parte del espectro político y de una miriada de funcionarios que directa o indirectamente  dilapidan, por acción u omisión, los caudales públicos. Algún tipo de responsabilidad, más allá de la estrictamente política, deberían asumir los gestores públicos que difícilmente son condenados por malversación genérica de fondos públicos ni por fraude social favorecido por el exceso de prodigalidad en la gestión de los gastos sociales. En el mejor de los casos, la aparición de un “salvador visionario” y valiente, es decir un estadista y no un político gallináceo, capaz incluso de hacerse el hará-kiri político, podría decir hasta aquí hemos llegado y poner orden en las finanzas públicas como garantía de futuro, porque la alternativa será, sin duda, la desaparición del Estado de Bienestar tal y como lo conocemos y los principales sufridores serán aquellos a los que se pretendía proteger. Hay que predicar la austeridad tan denostada por algunas fuerzas políticas y redimensionar los objetivos y parámetros de lo que conocemos como Estado de Bienestar, si queremos que algo parecido a este pueda subsistir en el tiempo. No se trata de todo o nada, de cero o infinito, se trata de ser racional en la prestación considerando las nuevas necesidades de gasto surgidas, por ejemplo, en las relaciones geoestratégicas mundiales y las enormes restricciones financieras a las que se enfrentan los países occidentales. Francia es un ejemplo de lo que muchos tememos. O los ajustes propuestos por Bayrou o el caos financiero que hará que este país central en la estabilidad europea se deslice por una rampa de consecuencias sociales inimaginables en estos momentos para ellos y para toda Europa. Sin olvidar que Merz en Alemania ha propuesta la creación de una Comisión para proceder a un recorte de hasta 40.000m€ en el gasto público alemán porque el presupuesto federal no da para más y hablamos de un país rico. Entre el Canciller y sus socios del SPD persisten diferencias sobre recortes sociales, nuevas deudas y la forma de sostener las promesas de gasto en defensa e infraestructura, algo similar a lo que debemos enfrentar en España en los próximos meses y con unos Presupuestos Generales del Estado realistas.

Juan José Rubio Guerrero

Catedrático de Hacienda Pública de la UCLM.

Academia de Ciencias Sociales y Humanidades de C-LM.

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