La Voz en reflexión

Vendimia en Tomelloso, del tranchete y la espuerta al GPS

Francisco Navarro | Miércoles, 17 de Septiembre del 2025
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Esta semana me toca hacer la reflexión de La Voz. Iba a centrar mi artículo en la política local —de hecho, la pieza está ya escrita—, en algunas maneras de actuar que nos causan perplejidad. Pero uno no se ha podido resistir a este luminoso sol de septiembre previo al veranillo de San Miguel, ni a la euforia de la vendimia. La recolección para Tomelloso no es asunto baladí: es mucho más importante y necesaria que la política. Y, parafraseando a los geniales Tip y Coll, la semana que viene hablaremos del Ayuntamiento.

La vendimia ha sido siempre el espejo en el que se ha mirado Tomelloso. Ha marcado durante décadas (y todavía lo sigue haciendo) el pulso de la ciudad y de su economía. Hasta no hace tanto, la recolección llenaba las calles de jornaleros, convirtiendo septiembre y octubre en sinónimo de trabajo duro, madrugones y de un embriagador olor a mosto. Hoy, sin embargo, esa imagen ha cambiado profundamente. La agricultura, y en particular la vitivinicultura, es quizá el sector que más ha evolucionado en los últimos años en nuestra tierra.

Hasta hace poco la vendimia ha sido en Tomelloso un acontecimiento social y colectivo. Familias enteras salían al campo, las cuadrillas se organizaban, con carros y mulas primero, y después con tractores y remolques. El proceso de recogida del fruto era, únicamente manual; trabajando de sol a sol, bajo una climatología cambiante (días de calor asfixiante, frente a otras jornadas de lluvia, relentes y frío) y con el esfuerzo físico como única herramienta.

En los años 60 se pasó de la elaboración individual del vino, cada agricultor en su jaraíz y en su cueva-bodega, a la unión en cooperativas. Actuaban en las primeras décadas como grandes centros receptores de uva, más atentos a la cantidad que a la calidad. El reto era almacenar el máximo volumen posible para garantizar la supervivencia de los agricultores.

El salto tecnológico comenzó en los años 90 y se ha acelerado de forma imparable en el siglo XXI. Hoy la vendimia empieza antes, a menudo en agosto, adaptándose a las nuevas variedades de uva introducidas en la Mancha y al cambio climático, que adelanta la maduración. La mecanización ha sustituido a las cuadrillas de vendimiadores, las grandes máquinas vendimiadoras recorren las viñas, muchas veces de noche, evitando el calor y optimizando tiempos y costes. Si antes hacían falta decenas de manos, ahora basta una máquina con GPS y un operario cualificado.

La consecuencia de esta transformación es doble. Por un lado, se ha reducido el componente social de la vendimia, ya no se da aquella estampa de familias enteras unidas en el corte. Ni las calles bulliciosas de jornaleros venidos de otros pueblos. Por otro, el sector ha ganado en eficiencia, en competitividad y, sobre todo, en calidad. Las cooperativas y bodegas de Tomelloso ya no solo almacenan a granel, producen vinos reconocidos internacionalmente, invierten en investigación enológica, embotellan con marca propia y se posicionan en un mercado global que valora la calidad por encima de la cantidad.

Las causas de esta evolución están claras, la globalización, la necesidad de adaptarse a mercados exigentes, el cambio climático, la incorporación de nuevas tecnologías y la apuesta por un modelo sostenible. Las consecuencias también lo son, menos empleo estacional, pero más especializado; menos romanticismo en la vendimia, pero más futuro para un sector que parecía condenado a la desaparición.

Si se sabe consolidar el camino emprendido las perspectivas son esperanzadoras. La vitivinicultura de Tomelloso tiene que competir en calidad, innovación y prestigio. La cooperativa Virgen de las Viñas es el mejor ejemplo de esta transición, de recibir colas interminables de remolques de uva en los años 70, 80 y 90 se ha situado como la mayor cooperativa vitivinícola del mundo, con proyectos culturales y sociales que refuerzan su vínculo con la comunidad.

La vendimia de hoy ya no es la misma que la de nuestros abuelos. Y quizá, precisamente por eso, es más importante que nunca, porque demuestra que Tomelloso ha sabido reinventar su tradición más arraigada para garantizar su futuro.

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