Opinión

La primera escuela

Fermín Gassol Peco | Sábado, 27 de Septiembre del 2025
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Hace unos días se estrenaba esta película que aconsejo ir a verla, pero ya. La historia de una maestra represaliada que es destinada a finales del S.XIX a un pueblo remoto de la campiña francesa donde la formación más básica como leer y escribir no es necesaria para ganarse la vida. En un escenario rural con una fotografía espectacular, la aparición de alguien que tiene como labor enseñar, aportar cultura es contestada pues altera la normalidad, la cotidianidad. Reitero...no dejen de verla.

Pues bien, tras verla recordé un artículo que escribía hace ya bastantes años sobre la figura de las maestras durante el pasado siglo aquí en nuestro país. Su título: "Las admirables maestras del ayer"

 Unas líneas que pretendían ser un homenaje de reconocimiento a todas esas mujeres que dedicaron su vida a la noble vocación de hacernos comprender los entresijos de la cultura, a iniciarnos en el apasionante mundo del saber, a dotarnos de las herramientas necesarias para poder entender la vida más fácilmente.

Decía Mario Vargas Llosa que lo más importante que le había sucedido en la vida era haber aprendido a leer. Las maestras, unas mujeres que han sido y siguen siendo fundamentales en el desarrollo cultural de cualquier país. No existe profesión más necesaria y trascendente para la calidad de una sociedad. Por causa de lo que más adelante diré, estas líneas tienen como protagonistas a las admirables maestras del ayer.

Querámoslo o no, somos consecuencia de nuestra época y de nuestros tiempos, de nuestras modas y usos, de nuestros éxitos y fracasos, somos en definitiva ejemplos vivos de nuestras conquistas, descubrimientos, pero sobre todo y ante todo de nuestra cultura y educación. Desde los elementos más insignificantes que nos identifican, a los más trascendentes…pasando por todos esos que sin tener demasiada relevancia nos dan y procuran a la sociedad un aspecto nuevo y muy distinto al que presentaba hace cien años. Desde la forma de vestir, el peinado y la limpieza…hasta las filosofías que marcan los comportamientos y exigencias que definen a los quehaceres y obligaciones profesionales y sociales.

Y como ejemplo ilustrativo del quehacer de estas docentes en este tiempo me he encontrado con una auténtica reliquia; un ejemplar del “Contrato de Maestras de Escuela” del año 1923. En él se recogen las condiciones establecidas y los requisitos exigidos para que estas docentes pudieran dar clases en los centros educativos. Por lo curioso del mismo, por lo que encierra de claustrofóbico y limitativo en las libertades de las mujeres en aquellos años y por supuesto que a modo de simple divertimento…comento algunos de sus puntos más anacrónicos…vistos, claro está, desde la perspectiva en la que vivimos casi un siglo después.

El primer punto y más prosaico es el salario. Las maestras cobraban la “astronómica” cantidad de setenta y cinco pesetas… (cuarenta y cinco céntimos de euro) al mes. Como hecho comparativo decir que un periódico de entonces valía diez céntimos. Quizá sea el extremo menos anacrónico y más acorde con la evolución que el dinero ha tenido a través de este tiempo. No era un salario para tirar cohetes…pero no estaba mal para vivir…sin lujos. Equiparándolo a hoy estaríamos hablando de unos mil cien euros…un dinero que por el modo de vivir exigido…tendrían muy pocas ocasiones de gastarlo. Una vida de ahorro económico y de otras cosas, puro y duro.

Porque lo esperpéntico viene ahora. Las condiciones del contrato tocaban de refilón algunos aspectos puramente profesionales…pero como podrán comprobar hacían básicamente hincapié en aspectos personales, físicos y morales. Iban desde la prohibición para usar maquillajes, pintarse los labios o teñirse el pelo, hasta la de vestir ropa con colores brillantes usando siempre faldas por debajo de las rodillas…pasando, ¡alucinen!, por la obligatoriedad de llevar puestas al menos dos enaguas… ¡que había que ser calenturientamente imaginativo!

Respecto a la vida personal…la cosa se ponía si cabe más injusta y estrecha. Las pobres maestras no podían incurrir en la idea de casarse si querían conservar el puesto, en un impresionante abuso y agravio comparativo con los maestros sin ir más lejos; ni siquiera podían estar acompañadas a solas por ningún hombre que no fuera su padre o hermano, cosa que por otra parte era una consecuencia lógica de la condición anterior.

En cuanto a "vicios"…Ni fumar, ni beber, ni poder tomar siquiera una cerveza, ni frecuentar las heladerías ¿?… que ya eran ganas de dar… por donde amargan los pepinos

Ciñéndonos a las obligaciones meramente profesionales, tampoco gozaban de excesivas libertades, más bien, eran como chicas para todo. Tenían la obligación de estar en casita a las ocho de la tarde y permanecer allí recogiditas hasta las seis de la mañana, hora en la que comenzaban sus faenas y quehaceres y distingo entre faenas y quehaceres porque las primeras no tenían nada que ver con la docencia; encender el fuego a las siete, barrer el aula a diario y fregarla con agua caliente una vez en semana como parte de la limpieza general.

Y a modo de nexo entre las faenas domésticas y educativas…la obligatoriedad de limpiar la pizarra al menos una vez al día, cuestión que rayaba ya en lo simpáticamente paranoico.

Maestras, mujeres vocacionales, abnegadas y entregadas a la noble causa de la educación, que debido a la estrechez y oscuridad en las mentes de entonces…fueron obligadas a renunciar a su vida privada en aras de un servicio fundamental a la sociedad…y ¡qué poco se ha valorado y hablado de ello!

(En "La primera escuela", la maestra es contratada también como secretaria del Ayuntamiento y sepulturera)

Estas líneas quieren ser un homenaje de reconocimiento a todas esas mujeres que han dedicado y siguen dedicando su vida a la noble vocación de hacernos comprender los entresijos de la cultura, a iniciarnos en el apasionante mundo del saber, a dotarnos de las herramientas necesarias para poder entender la vida más fácilmente. Decía Mario Vargas Llosa que lo más importante que le había sucedido en la vida era haber aprendido a leer. Las maestras, unas mujeres que han sido y siguen siendo fundamentales en el desarrollo cultural de cualquier país. No existe profesión más necesaria y trascendente para la calidad de una sociedad. Por causa de lo que más adelante diré, estas líneas tienen como protagonistas a las admirables maestras del ayer.

Todos somos hijo@s de nuestra época y de nuestros tiempos, de nuestras modas y usos, de nuestros éxitos y fracasos, somos en definitiva ejemplos vivos de nuestras conquistas, descubrimientos, pero sobre todo y ante todo de nuestra cultura y educación. Desde los elementos más insignificantes que nos identifican, a los más trascendentes…pasando por todos esos que sin tener demasiada relevancia nos dan y procuran a la sociedad un aspecto nuevo y muy distinto al que presentaba hace cien años. Desde la forma de vestir, el peinado y la limpieza…hasta las filosofías que marcan los comportamientos y exigencias que definen a los quehaceres y obligaciones profesionales y sociales.

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