Opinión

“De mí cuando yo muera” o el alter ego de Juan Camacho

Rafael Toledo Díaz | Viernes, 3 de Octubre del 2025
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Reconozco que hace tiempo titulé una reseña teatral de la misma forma. En aquella ocasión me refería a Francisco Nieva y su obra "Salvator Rosa o el artista". Sin embargo, y en este momento, no tengo reparos en volver a repetir el rótulo porque una vez más el autor se refleja en el espejo de su creación.

Es Juan Camacho un valdepeñero que reside en Euskadi desde que era un crío, pero que nunca ha renunciado a su origen manchego. Aunque Juan empezó su andadura poética a mediados de los ochenta, le supongo poeta desde siempre, hombre atareado y seducido por la palabra, siempre afanado con el ritmo y la rima de las estrofas, aspirando a compartir sus emociones y pensamientos más íntimos con el semejante. Aunque en esta ocasión ha sido mucho más osado, pues, a partir de uno de sus poemas, ha escrito una función teatral con el mismo título de sus versos.

Ahora hablemos de la representación: Con solo dos actores en escena y un ambiente íntimo la carga emocional está asegurada, sus diálogos sobre temas transcendentales sobresalen del lenguaje cotidiano.

Ernesto es un docente jubilado que sigue siendo un autor de novelas reconocidas y de éxito. Sin embargo está empeñado, obsesionado, en escribir un poema insuperable que resuma su existencia y le permita alcanzar la posteridad. Tanto Ernesto personaje, como Juan su creador, saben que unos cientos de páginas ofrecen la posibilidad de explicar o transmitir aquello que piensan o les importa a los protagonistas a través de una historia más o menos dilatada. Pero ambos reconocen que el poema es la síntesis, la palabra podada hasta el extremo, voz que debe emocionar, si cabe, mucho más que el relato, porque la buena poesía seguramente es el culmen de la literatura, lo sublime, la excelencia de las letras a través de la lírica, aunque sea un género que no todos comprenden.

David, antiguo alumno y amigo de Ernesto, le visita y no entiende el empeño o el delirio de su antiguo mentor. Esa disparidad de criterios más allá de la conversación plantea un enfrentamiento que pretende mostrar sentimientos y actitudes vitales como el pesimismo, el ocaso, la soledad, el sedentarismo, la vejez o la enfermedad de Ernesto frente a la vitalidad de David, un alumno aventajado, un joven médico con una proyección de futuro evidente. Su dinamismo, sus viajes, sus amores o su extensa agenda contrastan con aquel que en su día le inculcó la pasión por el conocimiento y que ahora se muestra esquivo y huraño.

Si he de ponerle reparos a este intenso y profundo argumento sería su larga duración, más de dos horas de representación, donde, en algunos momentos se exponen ideas reiterativas. Supongo que Juan trata de recalcar la importancia de los razonamientos que exponen los actores conversando. Eso, y la demora de unas pausas rellenadas musicalmente para permitir cambios de indumentaria, intervalos que despistan al espectador sobre lo que sucede en el escenario.

Invitar al grupo Trascacho para interpretar las voces en off de la razón y la conciencia me parece un acierto. Las luces que simulan esas dos capacidades humanas, y la cuidada dicción de ambos, contribuyeron a resaltar la importancia de las cavilaciones de Ernesto, auto-conversación que es el momento cumbre de la representación. De igual modo simular una parrafada tras unas notas musicales es un recurso teatral muy interesante.

Ernesto discrepa de su razón y su conciencia intentando demostrar que son ajenos a él. Sin embargo, y como la trinidad, son un misterio implícito que conforman al ser humano más allá del cuerpo físico. Todos deberíamos conversar en algún momento  con nuestra razón y nuestra conciencia. A eso nos invita básicamente Juan Camacho en su ópera prima.

Estoy de acuerdo con el autor sobre que una obra debe ser representada en el escenario de un teatro, pero atreverte a representarla en un auditorio de casi setecientas butacas es una osadía que raya lo quijotesco. Y como dice Nieva en la obra referida en los primeros párrafos: "El tiempo también pinta. Hemos tenido mal (poco) público". Debes entender Juan... viernes y Valdepeñas en vendimia.

Además, nunca fueron buenos tiempos para la lírica, y menos ahora con la que está cayendo. Tiempos de conformismo cultural donde solo lo trivial y comercial tienen éxito y, aunque está bien ir al teatro a reírse, a desconectar con comedias de enredo facilonas repletas de chistes manidos o vulgares, también es recomendable asistir a funciones que inviten al espectador a pensar y reflexionar sobre nuestra existencia.

Me quedo con la honestidad del autor cuando en sus versos dice: "De mí cuando yo muera... No digáis mentiras, No, no las digáis. Decid, que fui solo vida.".

También me admira su humildad al reconocer el fracaso o el final que significa la muerte haciendo balance y ajustando cuentas sobre su trayectoria vital: "Decid que fui lo que pude, nunca lo que quise ser... Y aunque mi lucha mantuve... ¡Decid, que no lo logré!

El teatro que Juan nos muestra no necesita del barroquismo de nuestro admirado paisano Francisco Nieva, imprescindible también. Tampoco su pretendido mensaje precisa más allá de unos muebles que nos trasladen a un hogar sencillo donde, sin adornos, puedan mostrar la esencia de unos personajes a través de sus pensamientos más íntimos. Desde mi humilde opinión, su teatro se asemeja más a Buero, donde la calidad del texto y la tragedia de la persona son el eje de la representación, de ahí la importancia de "Ambostrés Teatro" y su solvencia para interpretar un diálogo tan intenso como extenso.

Apenas más que decir, solo desearte, desearos, "Mucha mierda", como se dice en el argot teatral ante las nuevas representaciones que probablemente surgirán en algunas ciudades de nuestra añorada región.

Y para terminar, una recomendación, los municipios a través de sus organismos o concejalías correspondientes deberían apostar por el teatro y sus nuevos autores;  Iniciativas que revitalizarían un ámbito cultural tan necesitado de novedades para desmarcarse de calendarios manidos y rutinarios. 

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