Tomelloso

Bombos de Tomelloso, los gigantes de piedra entre viñas que desafían al olvido

El investigador Jerónimo Pedrero lidera un proyecto para restaurar esas joyas de la piedra seca que definen el paisaje rural manchego

Carlos Moreno y Francisco Navarro | Miércoles, 22 de Octubre del 2025
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Tomelloso guarda un rotundo patrimonio que se confunde con la tierra, los bombos. Esas construcciones circulares, coronadas por una cúpula de piedra, que desde hace siglos sirven de refugio y constituyen uno de los símbolos de la ciudad manchega. En apariencia humildes, pero de una perfección geométrica y técnica admirable, los bombos son el testimonio de una estirpe de agricultores que, sin planos ni arquitectos, levantó con sus manos estas moles de piedra.

El profesor Jerónimo Pedrero, miembro de la asociación Arquitectura de Piedra Seca. Los Bombos de Tomelloso, que preside Natividad Cepeda, lleva más de tres décadas dedicado a investigar, catalogar y difundir este patrimonio único. Su voz se ha convertido en referencia en la defensa de estas construcciones que condensan la identidad tomellosera.

Su libro “Inventario de los bombos del término municipal de Tomelloso”, publicado en 1999, fue el primer estudio exhaustivo sobre estas estructuras. En él documentó 296 bombos distribuidos por el municipio. Además, señala, los tomelloseros erigieron otros seiscientos en los términos cercanos. Hoy, lamenta, “más de una tercera parte ya no existen”.

Una arquitectura nacida del ingenio popular

Los bombos no son simples chozos. Son verdaderas obras maestras de ingeniería popular, levantadas piedra a piedra sin argamasa, siguiendo una técnica ancestral, la falsa cúpula por aproximación de hiladas.

“Los campesinos aprovechaban lo que tenían, la piedra caliza extraída al labrar los campos”, explica Pedrero. “Era un sistema constructivo de pura lógica estructural. Cada piedra apoya ligeramente sobre la anterior, reduciendo el diámetro hasta cerrar la cúpula.”

La técnica, conocida en todo el Mediterráneo, está emparentada con los trulli de Alberobello (Italia), las bories de Provenza, los nuraghe sardos o los refugios de piedra seca de Baleares. “Pero los bombos de Tomelloso son distintos, más austeros, más desnudos, más honestos”, apunta el investigador. “Reflejan la sobriedad manchega, la inteligencia de quien trabaja con lo mínimo.”

Construidos entre los siglos XVIII, XIX y XX, los bombos servían como vivienda temporal del agricultor, refugio frente al calor el frío o las inclemencias, y a veces como almacén de aperos y cuadra de animales. Algunos contaban con chimenea, poyos, alacenas (alambores) en los muros o incluso cuadras.


Del esplendor al abandono

“Cada bombo es un pequeño milagro técnico y humano”, resume Pedrero. Pero el abandono rural, la mecanización agrícola y el cambio en los modos de producción provocaron su declive. “A medida que el campo se vació, los bombos quedaron sin uso y empezaron a desmoronarse lentamente”, lamenta.

El estudio que Pedrero realizó a finales de los noventa ya alertaba del riesgo. “Encontré muchos en estado precario, y otros que habían sido reformados con cemento, perdiendo su autenticidad.”

Pese a que la Ley de Patrimonio Cultural de Castilla-La Mancha (2013) reconoce la obligación de conservarlos, en la práctica apenas existen programas de apoyo. “La administración pide a los propietarios que los mantengan, pero no ofrece ayudas ni formación”, denuncia el investigador. “Y restaurar piedra seca no es como levantar un muro moderno. Requiere oficio y conocimiento.”

La pérdida del saber constructivo es uno de los grandes desafíos. “Los antiguos bomberos sabían leer la piedra. Hoy casi nadie puede reconstruir un bombo con la misma técnica. Hay que recuperar ese lenguaje antes de que desaparezca.”

Un movimiento que cruza fronteras

El pasado sábado, Pedrero compartió experiencias y conocimiento con Teodoro Sánchez-Migallón Jiménez, de la Asociación Cultural Venta del Borondo (Daimiel), David Cejudo Lara, de El Zaque Asociación Cultural (Manzanares), Antonio Salinero, Ingeniero de la Edificación, con experiencia en construcción en piedra seca y Maria Frauke Streubel, arquitecta alemana de la organización Interessengemeinschaft BauernHaus e.V., experta en patrimonio rural europeo. También asistió el concejal de Patrimonio de Tomelloso, Benjamín de Sebastián, mostrando el apoyo institucional al proyecto.

Bajo el lema “Tomelloso: cúpulas entre viñas”, este encuentro supuso un punto de partida para la colaboración entre investigadores, instituciones y asociaciones culturales de dentro y fuera de España.

“Queremos crear una red de piedra seca europea, que conecte Tomelloso con otros territorios que comparten esta tradición constructiva”, explica Pedrero. “No se trata solo de conservar piedras, sino de preservar un conocimiento y una forma de vida.”

Frauke Streubel, tras recorrer los bombos manchegos, quedó fascinada. “En Alemania hay construcciones rurales valiosas, pero aquí la integración entre arquitectura y paisaje es excepcional”, dijo. “Cada bombo parece haber nacido de la tierra misma.”

El arquitecto Teodoro Sánchez-Migallón destacó la importancia de unir esfuerzos entre asociaciones locales. “Daimiel, Manzanares o Argamasilla también tienen refugios similares. Es momento de pensar en una estrategia comarcal que dé visibilidad a este patrimonio.”

La piedra como memoria colectiva

En sus estudios, Pedrero ha clasificado varios tipos de bombos según su tamaño y función: los meloneros, pequeños y de uso estacional; los viñeros, que podían albergar a una familia y sus animales; y los triples o de trébol, de planta más compleja.

Cada variante revela una adaptación al terreno y a las necesidades del agricultor. “No hay dos iguales”, insiste. “Y todos comparten un rasgo común: la inteligencia constructiva del anonimato. Ningún maestro firmó su obra, pero su legado es monumental.”

Para el investigador, los bombos son algo más que piedra, son símbolos identitarios. “Representan el esfuerzo colectivo, la relación entre el hombre y su paisaje. Son, literalmente, las raíces de Tomelloso hechas arquitectura.”


A menudo, señala Pedrero, quienes los han conocido, se emocionan al recordarlos. “Muchos rememoran haber dormido en un bombo. Son recuerdos que forman parte de la memoria oral de nuestras familias.”

Restaurar para vivir, no solo para mirar

El proyecto “Cúpulas entre viñas” no se limita a la conservación pasiva. Pretende devolver uso y vida a los bombos mediante actividades culturales, educativas y turísticas sostenibles. La iniciativa persigue preservar y poner en valor ese patrimonio mediante un enfoque participativo y técnico.

La iniciativa contempla la creación de una red ciudadana “Amigos de los Bombos”, talleres anuales de reconstrucción parcial, excursiones formativas con expertos y la difusión de información en varias lenguas a través de los portales institucionales.

Con la colaboración del Ayuntamiento, la UCLM y el Colegio Oficial de Arquitectos de Castilla-La Mancha, el proyecto busca generar conciencia sobre la importancia del patrimonio vernáculo y reactivar el vínculo entre la población y su paisaje cultural, integrando memoria, identidad y sostenibilidad.

Patrimonio de la UNESCO

Jerónimo Pedrero aclara que los bombos forman parte del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad dentro del “Arte de la construcción en piedra seca, conocimientos y técnica” reconocido por la UNESCO.

Explica que, aunque fueron siete comunidades españolas las que impulsaron la candidatura, esta no se limita a ellas, sino que abarca toda el área mediterránea y países como Irlanda o Eslovenia. Subraya que existe confusión al pensar que Castilla-La Mancha quedó fuera, cuando en realidad los bombos están plenamente incluidos. La UNESCO, insiste, protege la cultura humana asociada a la piedra seca: los métodos, la tradición y el conocimiento que dieron forma a muros, bancales, majanos o bombos en todo el territorio.


Una llamada a la acción

Pedrero, optimista pero realista, sabe que el reto es grande. “Restaurar cuesta dinero y tiempo, pero el primer paso es crear conciencia. Si la gente no valora lo que tiene, no luchará por conservarlo.”

Algunos propietarios, como los del Bombo Al Vino en la zona de Perrote, han convertido sus construcciones en pequeños espacios turísticos o familiares, demostrando que la conservación y el uso son compatibles. “Cuando un bombo vuelve a tener vida, aunque sea como casa rural o aula cultural, el entorno se transforma”, celebra Pedrero.

Para él, los bombos son “cúpulas que laten”. “Cada piedra cuenta la historia de quien la colocó. Recuperarlas es recuperar la dignidad de un pueblo que, con sus manos, hizo arquitectura sin arquitectos”.

Los bombos guardan el eco de voces antiguas, de generaciones que trabajaron la tierra con paciencia y dignidad. Tomelloso debe volver a reconocerse en esos gigantes que han escrito la historia colectiva de un pueblo.


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