" Y es ahí donde cobra sentido el Adviento. No es un tiempo de
preparativos externos, sino un tiempo interior que nos educa. Un
desierto que limpia la mirada para poder reconocer la llegada de
Dios...Y eso es el Adviento: Salir a buscar a Dios". José
Miguel Beldad Quesada. "La Primera Aurora". Pregón de Navidad de Ciudad Real 2025
Para quienes superamos hace ya tiempo el medio siglo , muchas son las
cosas que hemos visto cambiar de forma sustancial durante estos años. La
mayoría de ellas, consecuencia del enorme desarrollo tecnológico y
científico, han servido para hacer de nuestras
vidas algo más práctico, cómodo y amablemente humano. El avance en
medicina, por ejemplo, unido a la calidad de vida, ha procurado que
podamos estar presentes por más tiempo en este complicado mundo. Sin
embargo, no han sido únicamente estos logros los que
hemos visto pasar ante nosotros. Las modas, costumbres, el uso mucho
más extendido de bienes y servicios entre la ciudadanía…han modificado
de manera radical el estilo y manera de enfocar la vida, incluso me
atrevería a decir, el sentido de esa vida.
Si echamos la vista atrás y memorizamos el pasado, quienes se encuentren
en estas cotas de edad, convendrán conmigo en que hemos asistido a
varias etapas marcadas por filosofías muy distintas; las dos o tres
últimas en no más de quince años, precipitadas sin
duda por la revolución de las comunicaciones y muy especialmente por
ese antes y después que se llama Internet. La rueda, el motor de
explosión, el teléfono…e internet.
Si nos centramos ahora en los valores exclusivamente humanos, el cambio
ha sido si cabe aún mayor. Parece evidente que esta civilización ha
apostado por un mundo tecnificado, concreto y tangible, material,
positivo y estético, rentable a corto plazo cuan “máquina
tragaperras”, valorando de manera casi exclusiva lo inmediatamente
útil, considerando imprescindible aquello que es tangencial, innecesario
y superfluo, dejando en la cuneta de manera peligrosamente frívola los
saberes humanísticos, filosóficos, éticos, morales,
mediatos, las ideas más profundas, etiológicas, primigenias, en
definitiva, todo aquello relacionado con lo abstracto y espiritual. Pero
dicho esto, si algo ha cambiado en la idiosincrasia del hombre de hoy
hasta el punto de ser casi eliminada de su hoja de
ruta existencial, esta es la actitud de espera.
En una civilización donde podemos saber de un hecho casi al mismo
tiempo que acaece, en la que pulsando una tecla accedemos a la
adquisición de un determinado bien desde cualquier punto del planeta
donde estemos por recóndito que sea; en la que desde un ordenador
o móvil podemos saber de inmediato cualquier dato que nos
interesa…esperar tiene poco o ningún sentido.
Una de las grandes preguntas que hoy se hace el ser humano con
frecuencia es ¿Esperar para qué? Ciertamente que la espera innecesaria
no tiene sentido. Pero existen situaciones, escenarios, sucesos,
acontecimientos, logros, que son producto de una necesaria
e inevitable espera, e intentar acortarlos supone no culminarlos o
conformarse con sucedáneos.
La espera está relacionada con todo aquello que necesita un tiempo de
preparación, esfuerzo y también ilusión por conseguirlo. La espera es
siempre un periodo de afianzamiento, madurez e interiorización con
respecto a algo o alguien, que deja una huella prolongada
pues acaba configurando y marcando determinados aspectos de nuestras
vidas.
La espera así mismo supone echar raíces en ideas y comportamientos, algo
necesario para nuestro equilibrio emocional. Esperar nos educa en ser
pacientes y serenos, que quizá por eso, por la incapacidad de soportar
la espera, hoy nos hemos vuelto mucho más irascibles
e intransigentes, cuando paradójicamente buscamos ser más tolerantes;
precisamente la espera nos proporciona la paz y tiempo de confianza en
los demás, necesarios para llegar a ser mejores personas.
La espera activa, en fin, es fundamentalmente momento y tiempo de
ilusión por algo que va a suceder o por Alguien que está por venir. Este
es precisamente el significado del Adviento.