"Vota a aquel que prometa menos. Será el que menos te decepcione" Bernard Baruch
Si hablar costara dinero cuantísimas palabras sin fundamento dejaríamos
de pronunciar. Sin embargo, como el deporte de sacar a pasear la lengua
es gratis, no sabemos por cuanto tiempo, políticos y políticas en mayor o
menor grado, hablan, critican, prometen...hasta
el aburrimiento.
Prometer es una de las cosas más fáciles y baratas que se pueden hacer o
por mejor decir en este mundo, sobre todo en el de la política, máxime
si resultan carentes de cualquier responsabilidad de no llevarse a cabo o
peor aún, se actúa contra ellas. La condición
que deberían encerrar las promesas políticas tendría que ver con
declararlas ante notario y poder denunciarlas en caso de incumplimiento
como traición al electorado y sobre todo a los votantes.
Pero nada de esto sucede y esta frivolidad tiene su explicación; en la
mayoría de las ocasiones las simples promesas satisfacen a quienes las
escuchan sin que exista el mínimo interés en saber si se van a cumplir o
se han cumplido o si se ha ido contra ellas.
Es la ciega visceralidad que aún nos invade a la hora de votar…contra
los otros.
Los tiempos verbales “haremos, conseguiremos, seremos, promocionaremos”,
se vuelven en alegres, prontas y gratuitas palabras al viento cuando no
son pronunciadas desde la más absoluta desfachatez.
Una vez más se trata de nosotros mismos y de nuestra postura en exigir
una mucho mayor calidad democrática. Entrar al trapo de las tomaduras de
pelo y la falta de respeto y de memoria. La incoherencia, la
inadecuación de futuro y pasado en política, de aquello
que se promete y lo que se ha realizado es algo así como el extracto
seco en que quedan los jugosos proyectos e intenciones, algunos de ellos
inalcanzables desde la misma cuna de la tribuna del mitin en que se
proponen; en lo que otros acaban por resultar
imposibles dadas las circunstancias o aquellos que prometidos para ser
puestos realmente en práctica, son olvidados en cuanto se tiene
asegurado el poder.