“Hay que fraternizarse; los humanos
tenemos que sanear las injusticias vertidas unos a otros, que es lo que sanan
las divisiones y fomentan los acuerdos”.
Uno vive y debe desvivirse por vivir en comunión y en
comunidad. Así, para un ser con corazón, todo lo que le circunda forma parte de
sí y se vincula como genealogía, sustentado el nexo en la mutua lealtad y en el recíproco acatamiento. La humanidad
debe concebirse como una estirpe adherida e inseparable, sustentada por la
unidad colectiva, de la que no puede desligarse, ya que todos formamos parte de
ese viviente poema interminable cargados de lenguajes diversos, pero bajo un
solo pulso, el de la armónica existencia, a pesar de nuestro fondo de debilidad
humana y de nuestra manera frívola de reconocer la vida. De ahí la necesidad,
en este orbe globalizado, de que seamos promotores y animadores de solidaridad
y respeto por la dignidad humana y los derechos fundamentales.
Sin embargo, a pesar del aluvión de pesares, hay que soltar
cadenas y elevar el ánimo, ofreciendo compañía y refugio, comprensión y
amistad, cooperación y paz. Volverse pasivos es dejarse debilitar, justo en un
momento en el que hay que oponerse a la violencia y al odio, aunque nos suponga
esfuerzo y sacrificio. Nunca es tarde para renacer con un espíritu guerrero
conciliador, donde brille el amor de amar amor, y reluzca la cultura del abrazo
como abecedario de diálogo sincero, que es lo que nos da la fuerza necesaria
para acercarnos entre sí con afecto y descubrir lo que nos une que es mucho más
que lo que nos separa. En consecuencia, otro de nuestros deberes radica en
vencer la codicia, que destruye tanto el espíritu humano como la tierra.
Hay que fraternizarse; los humanos tenemos que sanear las
injusticias vertidas unos a otros, que es lo que sanan las divisiones y
fomentan los acuerdos. Lo prioritario, es no perder la esperanza nunca en saber
discernir, para poder leer correctamente la historia que vivimos, que no se
agota en el presente, ni se acaba tampoco entre encuentros fugaces y relaciones
fragmentarias oportunistas, sino que se abre paso hacia el futuro. Ciertamente,
el porvenir es nuestro, tenemos que laborarlo con gratuidad y gratitud, con
coherencia de virtudes cívicas y compromiso social, de memoria en el legado y
perseverancia, sobre todo para liberar a los mil cautivos y dar libertad a los
oprimidos, que ya no pueden ni gritar, debido a nuestro abandono y dejadez.
Desde luego, no hay mayor signo de vitalidad, que
enraizarse en el verso de uno mismo para tejer una pulsación donante, que se va
renovando día a día y sabe dominar sus pasiones para sentirse autónomo. Por
eso, perseveremos en nuestro mar interior, hagamos silencio para escucharnos,
cultivemos el equipo con nuestros semejantes, siendo justos para poder ser
libres, que la libertad reside en ser dueños de la propia savia y en poder
amar, sin fronteras ni frentes que lo impidan. Oírse, por consiguiente, es fundamental;
en la medida en que se reconoce su propio derecho a existir y a pensar por sí
mismo. No olvidemos jamás, que somos seres de palabra, que no podemos
permanecer encerrados en sí mismo o, peor todavía, con el oído en el teléfono
móvil.
Con paciencia todo
se alcanza, también la eliminación de enfermedades. Así, surgió con la adopción
del acuerdo sobre Pandemias, todo un hito que refuerza la colaboración
internacional y demuestra el valor del multilateralismo frente a la multitud de
amenazas sanitarias universales. Volvamos, pues, a ese espíritu socorredor;
mantenido por el calor doméstico, que no engaña ni defrauda. Realmente, debemos
sustentarnos en la certeza de la inclusión, de que nada ni nadie puede
alejarnos de ese contemplativo vínculo del alma sistémica, que lo único que
genera es luz en medio de la oscuridad. Por tanto, comencemos por interpelarnos
cada cual consigo mismo, haciendo parentela humanitaria, revolviéndonos contra
la intolerancia y volviéndonos tolerantes.
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Domingo, 28 de Diciembre del 2025
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