En la presente mañana, la
encargada de la papelería manipula con desenvoltura la fotocopiadora,
reproducir currículos se ha convertido en su encargo principal debido al
desempleo. Bertoto se detiene ante el número 32 de la calle Independencia y
examina el interior de la papelería, “también se diseña rúbricas”, según el
rótulo. Seguidamente, la dependienta advierte la entrada de un nuevo cliente,
ya que sus primeros pasos son acompañados por el típico tañido del timbre
adosado a la puerta de la mayoría de los establecimientos. La dependienta, se
gira.
—Perdone —dice Bertoto—,
¿es usted la diseñadora experta en grafología? He venido porque necesito una
firma, preferiblemente legible. ¿Cuánto me llevaría?
—Buenos días —dice la
diseñadora—. El importe varía según la extensión de la rúbrica y la cantidad de
ornamentación que la acompañe, sin olvidar los gastos administrativos del
notario que debe validarla jurídicamente, por lo que en ningún caso le llevaría
menos de mil euros. De cualquier manera, empecemos con la suya: ¿cuál es su
nombre?
—¿Mi nombre? Oh, me ha
interpretado mal: la firma no es para mí, es para mi Escritor.
—¿Cómo que para su
escritor? —Dice la dependienta confusa por el extraño encargo.
—Mi Escritor está ocupado
en escribir una narración con motivo de un certamen local, y no tiene tiempo de
ingeniarse una firma. Por ello, para ir adelantando trabajo, me ha solicitado
que acudiera aquí, con el propósito de encargar la firma que va a estampar al
final de su obra. Asimismo, no puede presentar la narración firmada a tinta de
bolígrafo, necesita una firma creada en nuestra realidad de personajes, desde
nuestra perspectiva, inscrita ya en la propia narración, para que no descuadre
el general de la obra.
—Los jueces deben ser muy
rigurosos.
—Sinceramente, creo que
no tiene la suficiente originalidad para diseñársela Él mismo.
—El problema que hay,
señor, es que mi contrato y la legislación vigente me prohíben expresamente
diseñar rúbricas a terceras personas, existe el riesgo de suplantación de
identidad, lo cual es un delito. La persona que solicite una rúbrica debe asistir
presencialmente, además de presentar los papeles y documentos correspondientes
que permitan su identificación. Mi obligación es asegurarme, aunque si me
demuestra de alguna manera que usted es un verdadero personaje, yo le concedo
la rúbrica.
El escaparate es
presidido por las más exquisitas marcas de plumas estilográficas: Waterman,
Waldmann, Pilot, Faber Castell. En el rincón más selecto de la papelería, un
inútil paragüero con polvo sufre las consecuencias de la sequía. Compuesta por
cuadros con rúbricas de célebres personalidades, una exposición permanente
recorre las cuatro paredes de la sala, en una línea continua, interrumpida
solamente cuando el trazado discurre sobre el cristal del escaparate.
—Desde nuestra intrínseca
visión de la realidad, los personajes podemos distinguirnos naturalmente
—apunta Bertoto—, pero desde el exterior, los lectores solo contemplan un folio
plano, donde nuestra apariencia real es incognoscible, por lo que desde allí
somos homogéneos e inidentificables. Los escritores, conscientes de este
defecto de escritura, nos conceden el elemento universal que nos hace únicos:
el nombre, ya que es un principio puramente clasificatorio y distintivo que
marca el límite de cada personaje. Ser controlado implica, por tanto, tener nombre,
y yo me llamo Bertoto.
—Lo que quiero saber es
cómo ha llegado a esa conclusión —dice la dependienta.
—En este momento, como
sabe, mi Autor está escribiendo con el objetivo de presentarse al certamen,
pero hay un antecedente: en la pasada edición ya trató de concursar, elaborando
una narración donde yo era el personaje protagonista. Sin embargo, abandonó el
proyecto, renunciando a seguir mi historia pese a haberme creado. No me había
matado, yo seguía existiendo, pero dejó de controlarme y como consecuencia
perdí la noción del nombre. Me cuestioné si es posible perder la identidad,
entonces comprendí que el nombre es el indicativo de todo personaje, sin ese
distintivo había desaparecido de cualquier texto. Por tanto, fui consciente de
que había sido un títere manipulado a costa de perder el nombre y de
convertirme en un desecho literario.
—¿Y todo ello hasta
ahora, verdad? —Se figura la dependienta.
—Hasta que me ha
requerido para este encargo, en efecto. Ahora busca ganar el premio con otro
personaje protagonista, pero no soy rencoroso, y si le puedo ayudar efectuando
con acierto este recado que me manda, yo lo voy a hacer sin cuidado.
—Sinceramente, siento
curiosidad por saber dónde estará siendo escrito.
—Tal vez en un folio
sucio, lo único que conozco es que estoy destinado en la realidad de las letras
con cuerpo de 12 puntos. Por cierto, aún no lo sé, ¿cuál es su nombre?
—¿Mi nombre? —Dice
irónica—. Yo no tengo nombre. En el momento que mi escritor me consideró inútil
me abandonó, como se abandonan a los perros galgos que ya no sirven para la
caza. Desde entonces no soy el personaje de ninguna narración, nadie controla
mi expresión ni mis razonamientos, por lo que mis palabras no están expuestas
en un guión o diálogo preestablecido, ahora disfruto del libre albedrío, y de
la libertad.
—No hay que confundir
libertad con desamparo. Los escritores hacen una gran labor, nos dotan de razón
y pensamientos, a ellos les corresponde nuestra inteligencia.
—¡Los escritores se
comportan como déspotas ilustrados! —Golpeando el mostrador—, configuran a sus
personajes abusivamente, les conceden sus ideas y opiniones sin ningún tipo de
consentimiento: todo para el personaje, pero sin el personaje. Los escritores dominan
el mundo mientras mantienen a los lectores entretenidos, ciegos en la
ignorancia, indiferentes ante su tiranía. Los lectores deberían luchar contra
esa tiranía que está enfrente de sus ojos, la cual ellos también pueden estar
sufriendo sin ser conscientes, ya que hasta la muerte, nadie sabe qué tipo de
existencia ha vivido.
—Una chica
revolucionaria, ¿verdad? Pero si no tiene identidad ni papeles para abrir
legalmente un negocio, ¿qué hace regentando una papelería donde diseña firmas?
—Lo falsifiqué todo, era
cuestión de vida o muerte, necesitaba un refugio. Los otros personajes
rechazados me acusaban de fingir mi condición, culpándome de ser en realidad un
personaje manipulado, con nombre. Amenazaron con acabar conmigo y alquilé este
negocio para esconderme, una papelería donde se diseña rúbricas es, sin lugar a
dudas, el último lugar al que acudiría una persona sin nombre.
—Entonces usted mejor que
nadie debe saber que yo soy un personaje de verdad.
Anochece, y la
dependienta, instintivamente, acciona una clavija del contador. Al fin de la
jornada laboral, multitud de viandantes curiosean desde el escaparate la
papelería encendida, la exposición iluminada. Nunca comprendí el momento en el
que don Quijote dijo que tomar un coche y atravesar la Plaza de España en hora
punta es más atrevido que atacar molinos de viento. Pero sí comprendí su
locura. También la mía. Entre tanto, la dependienta cierra el contador.
—Ahora que me he
descubierto debería dejar este trabajo, además, no quiero pasar escondida el
resto de mis días. Tiene suerte, esta es la última rúbrica que concedo, dígame
el nombre de su escritor —solicita la diseñadora mientras coge una pluma.
—Demasiado pronto ha
anochecido —apunta Bertoto—. El nombre no puede aparecer en el texto, la identificación
directa de la obra con su autor está prohibida por las bases del concurso. En
cambio, le digo el seudónimo: De Morgan es el que utiliza.
—Un momento —dice la
diseñadora sobresaltada, desprendiéndose bruscamente de la pluma—, ese también
era el seudónimo que utilizaba mi escritor y creador.
—¿Está usted tratando de
decir que su creador y el mío son la misma persona?
—Por fin, por fin nos
volvemos a encontrar. Ahora que tengo la oportunidad, debería vengarme de su
escritor por todo el daño que me ha causado, pero al igual que usted, yo
tampoco le guardo rencor —hace una larga pausa— En fin, ¿hay algo más acerca de
las bases que deba conocer antes de ponerme a dibujar?
—Nada más que influya en
la firma. No obstante, la narración debe ajustarse al tamaño DIN A-4 a doble
espacio, máximo cinco páginas, y en letra con cuerpo de 12 puntos.
—¿Letra con cuerpo de 12
puntos? Demasiada casualidad que esté usted destinado y sea escrito con el
mismo tamaño de letras que obliguen en las bases del concurso.
—¿Insinúa que este es el
escrito del certamen? ¡Por eso nuestro escritor es el mismo!
—Insinúo que usted es el
personaje de esa narración, pero es imposible que yo aparezca.
—Eso es lo que usted
cree. Los otros desechos sin nombre no creo que le rechazaran por gusto, usted
es en realidad un personaje, y ellos lo sospechaban. Está confundida.
—Se ve a la legua que yo
soy libre. Si fuera un personaje, tendría nombre.
—No vaya tan rápido, tal
vez lo tenga y no lo recuerde, o no lo conozca. Hay un elemento de la narración
que es totalmente inaccesible y ajeno para los personajes: el título que escoja
nuestro Escritor. Tal vez su nombre está escondido ahí, camuflado.
—Encima tiene el descaro
de jugar con nosotros a los acertijos. Pero si suponemos que eso es verdad, la
extensión máxima de la narración es de cinco páginas, y llevamos aquí
dialogando durante todo el día, el final no debe quedar demasiado lejos.
—¡Eso explicaría que haya
anochecido tan pronto!
—¿Qué hacemos?
—Está claro lo que
debemos hacer, hay que cumplir con el deber que nos ha mandado antes de que se
agote el espacio. ¡Rápido! ¡Diseñe la firma!
—¿Mi nombre? —Dice
irónica—. Yo no tengo nombre. En el momento que mi escritor me consideró inútil
me abandonó, como se abandonan a los perros galgos que ya no sirven para la
caza. Desde entonces no soy el personaje de ninguna narración, nadie controla
mi expresión ni mis razonamientos, por lo que mis palabras no están expuestas
en un guión o diálogo preestablecido, ahora disfruto del libre albedrío, y de
la libertad.
—No hay que confundir
libertad con desamparo. Los escritores hacen una gran labor, nos dotan de razón
y pensamientos, a ellos les corresponde nuestra inteligencia.
—¡Los escritores se
comportan como déspotas ilustrados! —Golpeando el mostrador—, configuran a sus
personajes abusivamente, les conceden sus ideas y opiniones sin ningún tipo de
consentimiento: todo para el personaje, pero sin el personaje. Los escritores
dominan el mundo mientras mantienen a los lectores entretenidos, ciegos en la
ignorancia, indiferentes ante su tiranía. Los lectores deberían luchar contra
esa tiranía que está enfrente de sus ojos, la cual ellos también pueden estar
sufriendo sin ser conscientes, ya que hasta la muerte, nadie sabe qué tipo de
existencia ha vivido.
—Una chica
revolucionaria, ¿verdad? Pero si no tiene identidad ni papeles para abrir
legalmente un negocio, ¿qué hace regentando una papelería donde diseña firmas?
—Lo falsifiqué todo, era
cuestión de vida o muerte, necesitaba un refugio. Los otros personajes
rechazados me acusaban de fingir mi condición, culpándome de ser en realidad un
personaje manipulado, con nombre. Amenazaron con acabar conmigo y alquilé este
negocio para esconderme, una papelería donde se diseña rúbricas es, sin lugar a
dudas, el último lugar al que acudiría una persona sin nombre.
—Entonces usted mejor que
nadie debe saber que yo soy un personaje de verdad.
Anochece, y la
dependienta, instintivamente, acciona una clavija del contador. Al fin de la
jornada laboral, multitud de viandantes curiosean desde el escaparate la
papelería encendida, la exposición iluminada. Nunca comprendí el momento en el
que don Quijote dijo que tomar un coche y atravesar la Plaza de España en hora
punta es más atrevido que atacar molinos de viento. Pero sí comprendí su
locura. También la mía. Entre tanto, la dependienta cierra el contador.
—Ahora que me he
descubierto debería dejar este trabajo, además, no quiero pasar escondida el
resto de mis días. Tiene suerte, esta es la última rúbrica que concedo, dígame
el nombre de su escritor —solicita la diseñadora mientras coge una pluma.
—Demasiado pronto ha
anochecido —apunta Bertoto—. El nombre no puede aparecer en el texto, la
identificación directa de la obra con su autor está prohibida por las bases del
concurso. En cambio, le digo el seudónimo: De Morgan es el que utiliza.
—Un momento —dice la
diseñadora sobresaltada, desprendiéndose bruscamente de la pluma—, ese también
era el seudónimo que utilizaba mi escritor y creador.
—¿Está usted tratando de
decir que su creador y el mío son la misma persona?
—Por fin, por fin nos
volvemos a encontrar. Ahora que tengo la oportunidad, debería vengarme de su
escritor por todo el daño que me ha causado, pero al igual que usted, yo tampoco
le guardo rencor —hace una larga pausa— En fin, ¿hay algo más acerca de las
bases que deba conocer antes de ponerme a dibujar?
—Nada más que influya en
la firma. No obstante, la narración debe ajustarse al tamaño DIN A-4 a doble
espacio, máximo cinco páginas, y en letra con cuerpo de 12 puntos.
—¿Letra con cuerpo de 12
puntos? Demasiada casualidad que esté usted destinado y sea escrito con el
mismo tamaño de letras que obliguen en las bases del concurso.
—¿Insinúa que este es el
escrito del certamen? ¡Por eso nuestro escritor es el mismo!
—Insinúo que usted es el
personaje de esa narración, pero es imposible que yo aparezca.
—Eso es lo que usted
cree. Los otros desechos sin nombre no creo que le rechazaran por gusto, usted
es en realidad un personaje, y ellos lo sospechaban. Está confundida.
—Se ve a la legua que yo
soy libre. Si fuera un personaje, tendría nombre.
—No vaya tan rápido, tal
vez lo tenga y no lo recuerde, o no lo conozca. Hay un elemento de la narración
que es totalmente inaccesible y ajeno para los personajes: el título que escoja
nuestro Escritor. Tal vez su nombre está escondido ahí, camuflado.
—Encima tiene el descaro
de jugar con nosotros a los acertijos. Pero si suponemos que eso es verdad, la
extensión máxima de la narración es de cinco páginas, y llevamos aquí
dialogando durante todo el día, el final no debe quedar demasiado lejos.
—¡Eso explicaría que haya
anochecido tan pronto!
—¿Qué hacemos?
—Está claro lo que
debemos hacer, hay que cumplir con el deber que nos ha mandado antes de que se
agote el espacio. ¡Rápido! ¡Diseñe la firma!
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Domingo, 29 de Agosto del 2021
Sábado, 28 de Agosto del 2021
Lunes, 2 de Septiembre del 2019
Jueves, 25 de Abril del 2024
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