Feria 2019

Saluda de Manuel Jabois, Mantenedor de la LXVIII Fiesta de las Letras

Francisco Navarro | Lunes, 20 de Agosto del 2018
{{Imagen.Descripcion}}

Fue Felicidad Blanc con sus hijos Panero reunidos a su vera, con esa voz que tenía de casa encantada, una voz llena de pasado, la que contó cómo a la camada de cachorros que nació en la Astorga perdida los metió en una caja y los tiró al río. Matizando, eso sí, que le había hecho un agujerito para que pudiesen respirar. Quizás por eso su hijo Leopoldo María dijo: "Mi madre fue la bruja más asquerosa del siglo pero tenía derecho a serlo: mi padre y yo le hicimos la vida imposible". También contó que lo que nunca le perdonaría es que, pudiendo ser él hijo de Luis Cernuda, lo fuese de su padre. Muchas veces me preguntan por qué a tantos periodistas nos seduce El desencanto, la película que Jaime Chávarri hizo sobre la familia Panero. Por una razón: porque no terminamos de creernos que es verdad. Como los periodistas trabajamos con los hechos, nos turba que algo pudiera no haber ocurrido. También me preguntan muchas veces por qué a tantos periodistas nos seduce de forma obsesiva El Quijote. Por una razón: porque no terminamos de creernos que es mentira. Una vez me dijo David Trueba: "Cuando alguien se pregunta si existe el carácter español, si hay algo que puede servir como paradigma de nuestra forma de ser, nadie dice Carlos III, Juan de Austria o la duquesa de Alba. Dice Sancho Panza y Don Quijote de La Mancha. Dos personajes de ficción que dicen más de nosotros mismos que dos reales. El loco que vive su sueño y el que tiene los pies en la tierra y te está diciendo que poca broma, que lo que importa es comerse mañana un cocido y dejarse de hostias". Podemos ser los dos. Y además de ser esos dos inventados tenemos que ser la hermana de Cernuda real, a la que el poeta se refiere al final de su biografía: "Alguna vez me contaron cómo durante la fiesta que siguió a mi bautizo, al arrojar mi padre desde un balcón al patio lo que allí llamaban ‘pelón’, mis primos y primas se arrojaron sobre el montón de monedas, mientras mi hermana Ana se quedaba en un rincón, mirando el espectáculo y sin participar en él. Al preguntarle por qué no entraba ella también en la refriega, respondió: ‘Estoy esperando a que acaben’. En su respuesta veo no tanto la tontería inocente como la muestra de cierta cualidad insobornable, rasgo característico del temperamento familiar, que también existe en mí. Así, frente a la turbamulta que se precipita a recoger los dones del mundo, ventajas, fortuna, posición, me quedé siempre a un lado, no para esperar, como decía mi hermana, a que acabaran, porque sé que nunca acaban o, si acaban, que nada dejan, sino por respeto a la dignidad del hombre y por necesidad de mantenerla”. Ese respeto y esa necesidad son los agujeritos por los que respiramos dentro la caja aunque alguien nos tire río abajo.

1660 usuarios han visto esta noticia
Comentarios

Debe Iniciar Sesión para comentar

{{userSocial.nombreUsuario}}
{{comentario.usuario.nombreUsuario}} - {{comentario.fechaAmigable}}

{{comentario.contenido}}

Eliminar Comentario

{{comentariohijo.usuario.nombreUsuario}} - {{comentariohijo.fechaAmigable}}

"{{comentariohijo.contenido}}"

Eliminar Comentario

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter
  • {{obligatorio}}