Cuevas

El tiempo se detiene en la cueva de la familia Ropero

La Voz | Viernes, 7 de Septiembre del 2018
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En la cueva que hemos visitado hoy, José María Díaz recuerda el titulo, “Si estas paredes hablaran”, con el que encabezó un reportaje que publicó para un periódico local. Pocos como él conocen el inmenso trabajo y sacrificio que supuso, primero, su construcción y después el quehacer diario de los vinateros que criaban su vino con esmero para venderlo en condiciones inmejorables de calidad. “Las  cuevas eran como un banco para los agricultores, -dice-. Almacenaban aquí su vino en unas condiciones óptimas de ambiente, luz y temperatura, y lo iban vendiendo a medida que necesitaban dinero. Sin duda, las cuevas fueron las que hicieron grande a Tomelloso”.  Lo dice con cierto tono de emoción en presencia de su hija Pilar, que nos ha acompañado en la visita y no ha dejado de hacer fotografías con su móvil.

Paco Díaz, que fue concejal del Ayuntamiento en dos legislaturas y ahora defiende la agricultura de la familia, nos ha mostrado amablemente la cueva que fue de su abuela Carmen y dos hermanas de ésta, Eusebia y Eugenia Ropero Burillo. El siguiente eslabón en esta gran familia de agricultores fue su padre, Félix Díaz Ropero, una de esas personas que vivió por y para la agricultura, saboreando cada minuto de su trabajo en el campo, cuyas faenas  conoció siendo un niño. El próximo mes de octubre hará un año de su muerte.

Suele ocurrir que cuando visitamos una cueva, el propietario o propietaria nos advierte del desorden o suciedad que podamos encontrar, pero nada más lejos de la realidad. La cueva de finales del XIX que la familia tiene en un inmueble de la calle Don Víctor está muy bien conservada. La puerta de la cueva está en la cochera y el propietario la atranca bien con un palo para evitar que se cierre. Los peldaños de la escalera están perfectos, adivinándose algunas reformas en ellos que nos permiten bajar con total comodidad y seguridad.  La cueva tiene una forma redondeada, alberga tinajas de cemento y de barro de grandes dimensiones. Llama la atención un techo maravillosamente esculpido, muy uniforme, sin barrancos, ni bullones, en plena tosca. 

Las tinajas de barro son de 450 arrobas de capacidad y las de cemento de 500. Contando las tinajas y convirtiendo las arrobas en vino, esta cueva podría almacenar perfectamente unos 100.000 litros de vino, tal y como ha confirmado la calculadora de Paco Díaz. Se refiere éste a la revolución que supuso el paso de las cuevas a las cooperativas, un proceso inevitable que no todos los agricultores aceptaron de igual manera, pero que había que afrontar por las exigencias del progreso. 

Admiramos el conjunto  de la cueva que tiene un pequeño empotre. Sobre él permanece apoyada una vetusta escalera para alcanzar las bocas de las tinajas. Como siempre, José María nos pide que nos fijemos en los detalles. En este caso es el desgarre, que es la mayor abertura del hueco de la lumbrera, el lugar por donde se comenzaba a construir la cueva. “¡Parece que está hecho con un molde!, -dice-, para añadir acto seguido que “el terreno acompañaba para poder hacerlo así, todo a base de pico”.

Un pozo, anterior a la construcción de la cueva, es nuestro siguiente punto de atención en una visita que está resultando de lo más agradable. Observamos el relleno de piedra y barro que se hacía cuando se dejaron de meter tinajas por las lumbreras. Pero no era solo meter las tinajas dentro la cueva, después había que ponerlas de pie, y eso suponía un esfuerzo de varios hombres que ayudados solo con cordeles, iban poco a poco enderezando aquellos gigantescos recipientes de barro. “Las espaldas de aquellos hombres sufrían una barbaridad, pero era lo que tocaba”, -explica José María-.

Llega el final y Paco Díaz lamenta el poco aprecio que se ha tenido a este gran patrimonio arquitectónico que son las cuevas de Tomelloso. El propietario rememora el esfuerzo que suponía la construcción y el cálculo perfecto de aquellos hombres, que sin apenas medios, fueron dando forma a unas cuevas que, en algunos casos, traspasaban en algunos metros las líneas de la fachada para meterse en plena calle y jamás se hundió ninguna. No serían ingenieros aquellos hombres, pero sí enormemente sabios. 

Toca despedirse, pero no tardaremos mucho en encontrarnos de nuevo. Paco Díaz nos enseñará más adelante otra cueva que la familia tiene en la calle Doña Crisanta. Él nos confiesa su intención de conservarlas. “Nuestras auténticas raíces están en estas construcciones que no solo aprovecharon los agricultores, sino también carniceros y pescaderos para conservar sus productos. Además hablamos de las típicas cuevas tomelloseras que nada tienen que ver con otras construcciones en ciudades vitícolas”. Cada frase de la gente que nos acompaña es una lección. Lo que estamos disfrutando.


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