Cuando hablo con otras
personas, amigas o no, de los años que vamos teniendo y de que nadie escapa a
la vejez, siempre hay un tono pesimista,
muy lógico, por notar en nuestro cuerpo síntomas de decadencia física, alguna
rémora dolorosa en piernas, menos resistencia en el trabajo físico, más visitas
al médico, etc. Cada quien se conoce y entiende de lo que hablamos.
Sin embargo a pesar de
todo, yo soy adicto a la opinión, posiblemente generalizada, de que prefiero
llegar a la vejez, a no llegar.
Abordo este tema no por
tener “síndrome postvacacional”
(ahora se llama así a la gandulería que afecta después de unos días de
descanso), sino por haber leído un artículo de Ronald Rolheiser llamado “Una
lección al envejecer”, este señor es doctor en Filosofía y en Sagrada
Teología, ha sido profesor en varias universidades del mundo y escribe regularmente
en el “Catholic Herald”; sus
publicaciones se reflejan posteriormente en más de cincuenta periódicos de
distintos países.
En tal artículo se
evidencia el envejecimiento de cualquier ser habitante del universo, no íbamos
los humanos a ser menos. Somos hijos de la madre naturaleza, tan bella y tan fabulosamente
desbordante en todos sus aspectos, incluidas las personas. Lecciones de ello
nos dan los buenos poetas.
A la vez somos hijos de un
tiempo, que transcurre sin paradas ni frenos, por lo tanto, mientras que no
ocurra un milagro, seremos como el agua
del río que va a parar a la mar; hace tiempo lo dijo Jorge Manrique.
Pero no, no quiero yo
ennegrecer más el tema, todo lo contrario. Siguiendo al teólogo citado, en su
artículo hemos de concluir que a la vez que el cuerpo sufre el deterioro
físico, el espíritu de la persona, tu espíritu, tu mente, conciencia,
sabiduría, el conocimiento producido por la experiencia, es decir, todo eso que
no es exclusivamente físico, va creciendo en ti, porque forma parte de tu ser.
No somos sólo materialidad tangible por los sentidos. Somos seres disponedores
del ámbito material y del no-material, al que los filósofos antiguos griegos
llamaban “ALMA”, palabra que tomaron
los Santos Padres al comienzo del cristianismo para denominar ese ámbito
sobre-tangible o sobrenatural en el sentido de distinto a lo concreto, a lo
corpóreo; en multitud de ocasiones antropomorfizado, para la mayor captación de
los poco dados a la abstracción. Incluidos los artistas plasmándolo en figuras
cuasi angélicas.
A donde quiero llegar es a
que te des cuenta que tus años o tu cercanía a la vejez son también un enriquecimiento
interno importantísimo , una progresión alcanzada con los años, la experiencia
y el esfuerzo por ser mejor, más
perfecto y completo en todos tus dones y carismas. Por tener más años no
eres “inútil”, posiblemente menos eficaz
en lo corpóreo, pero infinitamente más completo en tu persona en su totalidad.
Es imprescindible tener una visión profunda de las personas más allá de las
arrugas naturales.
En las palabras de Rolheiser concreto
y apoyo mi opinión: “Además, el peso no
sólo afecta a tu cuerpo, empujando las cosas hacia abajo, sino también a tu
alma, que es empujada hacia abajo juntamente con el cuerpo, aunque el
envejecimiento significa algo muy diferente aquí. El alma no envejece,
madura. Tú puedes permanecer joven de alma mucho tiempo después de que el
cuerpo te traicione. Verdaderamente, debemos ser siempre jóvenes de espíritu.
Las
almas dirigen la vida diferentemente que los cuerpos, porque los cuerpos están
formados para morir finalmente. En todo cuerpo viviente, el principio de vida
tiene una estrategia de salida. No tiene tal estrategia en un alma, sólo una
estrategia para profundizar, crecer más rico y más configurado. El
envejecimiento nos fuerza, generalmente contra nuestra voluntad, a escuchar a
nuestra alma más profundamente y más honradamente para extraer de sus pozos más
profundos y empezar a hacer la paz con su complejidad, su sombra y sus más
profundas proclividades; y el envejecimiento del cuerpo juega el papel clave en
esto”.
Utiliza una metáfora de James Hillman: “Los
mejores vinos deben ser envejecidos en viejas barricas agrietadas”.
Y continúa Ronald: “Así también
para el alma: El proceso de envejecimiento es proyectado por Dios y la
naturaleza para obligar al alma, lo quiera o no, a ahondar siempre más
profundamente en el misterio de la vida, de la comunidad, de Dios y de sí
misma. Nuestras almas no envejecen, como un vino; maduran, y así siempre
podemos ser jóvenes de espíritu. Nuestro aliciente, nuestro fuego, nuestro
anhelo, nuestro ingenio, nuestra brillantez y nuestro humor no deben oscurecer
con la edad; sin duda, deben ser el verdadero color de un alma madura.”
Nota: Puede leerse el artículo completo en: https://www.ciudadredonda.org/articulo/una-leccion-al-envejecer
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Jueves, 24 de Julio del 2025
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