Los del mazo detrás de la
espalda, tranquilos, no voy a dar ninguna opinión sobre ninguno de los
trabajos. Me he enterado de una cierta algarabía entorno a una decisión del
jurado sobre “poesía”. Es que hay gente menos pensante y más
viscerante, que confunden opiniones con discusiones. Así pues tranquilos, no vais a necesitar letras iracundas, para
vuestra contraposición.
Transcurría el acto,
dirían los técnicos con símiles taurinos, sin pena ni gloria, o los futboleros
en un toma y daca continuo, digo esto porque el respetable, o sea el público, era muy respetado y respetuoso
con todo lo que iba aconteciendo en el escenario.
Pero he te aquí que se
presentó de pronto y sin previo el maleficio de la telefonía móvil, o sea, de
los celulares y el que más y el que menos, no sé si para entretenerse o
acuciado por la imperiosa necesidad, que nos embarga a los bacines, ojeaba las pantallas en busca
del último mensaje de Facebook, noticia periódica o resultados de los encuentros
en lidia, asunto no menos transcendental que las letras.
Otros aparatos
inteligentes se usaban para grabar la importancia del momento, o bien hacer la
foto imposible, recordatorio del ilustre acontecimiento; los unos apuntando al escenario
disparaban, nunca mejor dicho un rayo de luz, el cual, dada la penumbra del
ambiente, parecía propiamente un rayo de la tormenta, que fuera se debatía con
el sol. Los otros, los más sigilosos, no lanzaban el flash, solo manipulaban con los dedetes en la
pantalla, la cual les devolvía una luminosidad en el rostro, que propiamente
parecían apariciones de alma en pena, de no haber entendido que eso era así.
Sabido es que, si están a plena luz del día, tales reflejos no acontecen tan
encima de la faz.
En estas estábamos y
mientras en el escenario un señor muy serio desde un atril con micrófono
incorporado decía algo así: “… como a mí
nadie me ha dicho que tenía quebrar, pues no he traído nada preparado”. Estaba más claro que las caras de los
“movilistas”; evidentemente no sabías a dónde venías, pero además tienes la
inventiva mental a altura de un botijo.
La fiesta de las letras de
la Ciudad de Tomelloso tiene un nivel cultural e intelectual extraordinario,
además certificado por los sesenta y nueve acontecimientos con los que cuenta,
con trabajos premiados de altísima calidad, como por los participantes
ilustres. Bueno, esto para los que sois de Tomelloso o vivimos aquí es
evidente. No así para algunos
provenientes del extrarradio, que en ocasiones “confunden el culo con las témporas”.
En fin que con tanta aclaración no narro el
acontecido. Justo en este momento se
abre la puerta por enésima vez con su sonido chirriante en la apertura y el
golpe de ida y vuelta de los batientes una vez hubo pasado el nuevo asistente
al acto. Algunos ya había comentado la imperiosa necesidad de la aplicación de un “chiflitazo
de tres en un uno” o “un poquejo
aceite aunque sea de freír sardinas” para lubricar los goznes; el acto no se merecía ese escarnio tan ruidoso
de los personajes entrantes, tardíos.
Es en este momento cuando
aparece una señora suficientemente añada, la sorprenden las tinieblas de la
grada y ni corta ni perezosa, abre su bolso, esculca entre los cientos de
objetos innecesarios y tras unos minutos angustiosos consigue dar con lo que
busca y exclama a media voz: “Por fin ya
he encontrado el jodío teléfono”.
Pensé que intentaría
responder alguna llamada urgente sobre el estado de los últimos logros de la
NASA, o quizás se quedaría en aquello otro: “-Sí, ya estoy aquí. -¿Dónde va a ser?, en misa. –Yaaa, pero es que no
puedo hablar, luego te cuento. Adiós, adiós”.
No, tal señora no iba a responder
a la melodía consabida. Necesitaba saber por dónde estaba pisando y además si
había un hueco libre donde situar sus posaderas. Y, claro, como estos aparatos
llevan incluido un admíniculo llamado linterna, pues… solución, ilumina la
pantalla, trajina con el dedete de acá para allí y “eureka” se enciende un rayo tan potente que para sí lo quisiera
Zeus.
Da justo en los ojos de
los que para entonces estaba ya resultando interesante el evento (como llaman
ahora los “cultos” a cualquier acontecimiento), y claro hay que taparse.
Como la luz recorre las caras, pues aquello parece una fila de fichas de
dominó; uno tras otros giramos la cabeza o utilizamos las manos como escudo
protector.
La cosa no termina ahí.
Puesto que nos hayamos en una celebración de tanta enjundia, las butacas vacías
son más escasas que los “santos padres en
Roma, que solo hay uno”. Bien, pues la buena señora no se arredra, y terca
cual acémila va recorriendo fila tras fila en busca de la anhelada silla, con
lo cual, querido lector, la trifulca que se montó fue de medalla olímpica.
Menos mal que los sufridos espectadores más educados que la linternera o bien
se callaban o parlando en voz baja rogaban se apagase el origen de sus
deslumbres.
Debió ser algún alma
caritativa la que levantó el culo del asiento, moviendo los brazo cual molino y
silenciando un “shiiiiii, aquí, ven aquí”,
dio conclusión a los cabreos de unos y las chanzas de otros. No podemos olvidar
que en Tomelloso sus gentes son linces en los chistes, por lo que llovían las
ocurrencias a cual más graciosa siempre intentando no molestar el trascurso de
la velada.
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Lunes, 19 de Mayo del 2025