“Aquellas
personas que dan las gracias con facilidad suelen ser las mismas que perdonan y
piden perdón de igual forma”. Creo que muchos de ustedes corroborarán este
aserto o tesis. Y al contrario cuan antítesis: Quienes no dan las gracias ni
por casualidad, suelen ser los mismos o mismas, claro, que no perdonan o piden
perdón ni por equivocación.
De manera que
hallándonos millones de personas con distintas características, afinando yo me
atrevería a decir que pueden quedarse reducidas a dos; aquellas que poseen o que
carecen de estos dos valores o virtudes, el agradecimiento y el perdón.
Virtudes y defectos universalmente reconocidos porque responden generalmente al
comportamiento que todos deseamos y a veces exigimos o al contrario detestamos de
los demás hacia nosotros. Virtudes y carencias que por otra parte no se dan de
manera aislada, sino que guardan cierta correlación o vienen acompañadas con
otras manifestaciones en el comportamiento, a veces como causa o consecuencia.
Común
observar por ejemplo cómo las personas agradecidas poseen una elevada educación,
sensibilidad, delicadeza y generosidad siendo por tanto proclives a pensar en el
prójimo, resultando también condescendientes, justificando con facilidad
aquellos errores o afrentas de las que son objeto y muy exigentes sin embargo
en el propio comportamiento. Muy al contrario, aquellas que no agradecen nada son
seres enrocados, prepotentes, orgullosos, tocos y a veces de ademanes embrutecidos
y narcisistas, tremendamente sensibles consigo mismos y crasos y romos en sus
acciones con el prójimo; se enojan con facilidad por cualquier desliz de los
que se consideran víctimas y sin embargo no paran en barras, a veces de manera
abrupta con quienes se relacionan. Pues bien, estos mismos perfiles los
encontramos así mismo en quienes perdonan y piden perdón.
Dicho esto, resulta
curioso, muy curioso el hecho de que ambas actitudes “dar las gracias” y “pedir
y otorgar el perdón” se encuentren tan relacionadas y habiten casi siempre en
las mismas personas.
La pregunta
es: ¿A qué puede ser debida la circunstancia de residir en un lugar común? La
respuesta nos viene dada por un nombre, la humildad, la verdadera humildad, virtud
difícil porque supone de quien la atesora una gran madurez estando reservada a
personas bondadosas y también inteligentes. Y refiero estos dos calificativos
porque ciertamente humillarse, hacerse pequeño, que en esto consiste la
humildad, es un acto que requiere ausencia de ego; e inteligente porque sabido
es que la humildad es la verdad, la que define nuestra dimensión real, aquella
que hace reconocer a los seres humanos sus
habilidades, cualidades y capacidades, poniéndolas al servicio de los demás sin
jactarse de ello, adquiriendo así grandeza no en uno
mismo sino en el corazón de los demás. “El hombre crece cuando se arrodilla” A. Manzoni
Agradecimiento
y perdón suponen reconocer la frágil condición humana aceptando la desnudez que
produce quedar a merced del otro. Es más, pasa por aceptar que ese prójimo ha
sido o está siendo tanto o más generoso que uno mismo.
De ahí que la
humildad no se aprenda en unas cuantas tardes sino que es fruto de un profundo
y a priori nada agradable ejercicio de renuncia hacia aquello que nuestro
instinto y e incluso nuestra razón reclama, una demanda esta última, justa y legítima
que solamente puede ser superada por un ejercicio de grandeza humana.
La parábola
del hijo pródigo, relata de manera admirable, quizá única, tanto el
agradecimiento como la petición y el otorgamiento del perdón. Rembrandt así lo supo plasmar en su famoso cuadro.
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Viernes, 25 de Abril del 2025
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