Opinión

Humanos, árboles, vegetación… (IV)

Salvador Jiménez Ramírez | Jueves, 24 de Abril del 2025
{{Imagen.Descripcion}}

 “El Chaparro de la Miererilla”, ha “condensado”, a través del tiempo, multitud de interrogantes de indicadores de pobreza, desconsuelos, ilusiones; del mal y del bien en el mundo… Y el decurso de ritos, sueños, soles y estrellas de otros mundos… Ha “grabado” berridos y balidos de miles de animales, trashumando de Norte a Sur y de Sur a Norte, por la Cañada Real de los Serranos. Y el rechinar de ruedas de carruajes y de herraduras de animales de tiro y carga… Tembló con los suspiros y quejidos de los campesinos, que malvivían entre tinieblas… Se “perfumó” con los aromas de la Mierera—a la que debe su nombre—, y “prestó oído” a disputas y cambalaches de los miereros; disputándose los enebrales de la miera (Juniperus oxycedrus) hasta, prácticamente, su exterminio que, junto con las sabinas, tuvieron etapas de esplendor, en periodos más áridos que los actuales. Pero “El Chaparro de la Miererilla”, como “El Chaparro de la Horca”, no pudo refrenar el oscuro mal de la muerte de animales, por ahorcamiento, llevado a cabo por “siervos” de temperamentos inconscientes. 


Cuando, algunas tardes, el maestro nos llevaba de “paseo” a la explanada de los apelmazados restos de “La Miererilla”, mi conciencia infantil quería saber la razón de todo aquello… El crudelísimo y mezquino incendio del veinticinco de julio de dos mil veintidós, cuando el árbol vivía dignamente su vejez, calcinó hasta sus entrañas…, lo que para mí era un legendario y coloso vigilante, el fuego lo transformó en un “costrón” de ogro, ya sin trayectoria vital…, pero con una evocación infinita…

A lo lejos unas nubes panzonas… El aire bufa y ruge cuando lo “desgarran” las ásperas y socarradas ramas de un matorral carbonizado, por el que parece han pasado guerras… Los cerros, con recientes verdugales, se dejan caer hacia el río y allí abajo entre las lagunas “La Morenilla” y “La Coladilla”, Eugenio Noel, allá por el año 1924; en su “Zurra con unos carboneros de Ruidera”, escribió y describió: “En el centro de la explanada, tres corpulentas encinas frondosas me recordaban las tres viejas Carrascas de Chocano que había admirado entre Mirabetes y Ruidera…”. Cuando yo muy chiquitajo, de las tres encinas que mencionó Noel, sólo quedaban dos, que eran tremendas, y una de ellas presentaba muy carbonizado su tronco…, maquinación de un miliciano, — ilustraba el vecindario— para ahuecarlo y esconderse…; por lo que se les llamaba “Las Carrascas del Miliciano” y no “Carrascas del Chocano”. Pero en los años ochenta, — en el ya Parque Natural Lagunas de Ruidera— fueron tumbadas, porque había que prosperar urbanizando  márgenes fluviales, inundables, de Dominio Público Hidráulico. 

En el margen derecho de la laguna “La Cenagosa” o “Cenagal”, en las inmediaciones del “Real Sitio de la Magdalena”, había un centenario, frondoso y colosal Sauce gris (Salix eleagnos), destacando su masa y proporciones entre el manto de carrizales; conocido en el lugar como “La Sarga de la Malena” o “La Sarga de la Cenagosa”,  singular hábitat de lechuzas, mochuelos y una pareja de búhos. Sordideces serviles y acciones endiabladas, por intereses cinegéticos, la abrasaron…

Corriente abajo, por el margen derecho, a poca distancia de la laguna “La Cenagosa”; donde el tramo fluvial atemorizaba en inmemoriales tiempos hidrogeológicos, en sitio de batanes y molino harinero, estaban “los Olmos del Molino del Niño Jesús” o de “La Hermana Antoñica”; donde, todo apunta que, Don Quijote y Sancho “vivieron” la anécdota de los batanes… (El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, cap. XX). “… vio don Quijote que estaba entre unos árboles altos, que ellos eran castaños que hacen la sombra muy oscura.

  

Sintió también que el golpear no cesaba, pero no así quien lo podía causar; y así, sin más detenerse, hizo sentir las espuelas a Rocinante… (…)”.

En uno de tantos lomazos y faldas de montes, antaño “pelados”, donde la conciencia aldeana penaba, meditaba e imprecaba pidiendo milagros; donde se instalaron y desvanecían fe, religiones y divinidades…; cuando en las noches lóbregas de “oscuranas”, las mujeres de los carboneros agoraban aquelarres brujeriles: “… Y una bruja viene de Alcázar, dos del Toboso y la capitanilla del Tomelloso…”, estaba “la Mata de la Encarnación” (Quercus rotundifolia), al sur de Ruidera en la finca “Cinco Navajos”. Abajo, junto a la laguna “La Colgada”, se encontraba—permanece—“La Mata de las Palomas”, (Q. rotundifolia), “bañándose” en las brisas del aguazal… Allí, cuando nuestra mente empezaba a “ver” más allá de las distancias, descendían y se posaban en armonioso equilibrio, bandadas de palomas torcaces (C. palumbus), con sus ojos atentos sin perder de vista al humano y bebían en el “Gran Manantial”, cuando en la aridez y desnudez de vegetación de los cerros, “danzaban” estantiguas y estratos de ventisqueros. En otros perfiles orográficos, hacia Ossa de Montiel, Rafael Mora Alcázar, siempre con su astucia y humanidad, para las “memorias” de la historia tan “desparramadas” en estos lugares, nos proporciona: “La Mata de la Pepa”, “La Carrasca del Agua”, “La Sabina del Vaquero” y “La Carrasca del Hermano Malarropa”. 

Hoy, aparte diferencias topográficas, regionales, climáticas y condicionamientos geográficos, la península Ibérica es un territorio con una considerable superficie de arbolado y espacios naturales protegidos, que absorben grandes cantidades de CO2, contribuyendo a contrarrestar el tan señalado efecto invernadero… La vegetación—incluido el Bledo, aunque nos importe…— actúa de sumidero natural del CO2, reduciendo las emisiones de efecto invernadero… La vegetación, las plantas, en el proceso de fotosíntesis absorben dióxido de carbono CO2, quedando almacenado en raíces ramas, hojas y tronco, en forma de carbono. Cuando captan CO2, en la “respiración”, lo transforman en oxígeno que pasa a la atmósfera. Grandes cantidades de CO2 atmosférico, también permanece fijado en la estructura de las rocas, en conjuntos de carbonatos. Recientes estudios evalúan que un kilómetro cuadrado de vegetación boscosa, generaría unas mil toneladas de oxígeno anualmente. Y un árbol, sano, absorbería, al año, el CO2 emitido por un automóvil, en un recorrido de entre quince y treinta kilómetros. Un olmo frondoso, puede contrarrestar las emisiones de más de mil vehículos. La acacia de tres espinas (Gleditschia triacanthos), más de mil seiscientos. La ecoeficencia del pino piñonero (Pinus pinea) y del pino carrasco (Pinus halepensis), es fabulosa: suelen absorber entre veinticinco y cincuenta mil kilos de CO2, al año. 

La vegetación, las plantas, con toda su riqueza de variedades, desde tiempos remotísimos, por excelencia, para el humano, han sido símbolo de la “Madre Tierra”.     


181 usuarios han visto esta noticia
Comentarios

Debe Iniciar Sesión para comentar

{{userSocial.nombreUsuario}}
{{comentario.usuario.nombreUsuario}} - {{comentario.fechaAmigable}}

{{comentario.contenido}}

Eliminar Comentario

{{comentariohijo.usuario.nombreUsuario}} - {{comentariohijo.fechaAmigable}}

"{{comentariohijo.contenido}}"

Eliminar Comentario

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter
  • {{obligatorio}}