Una vez fue...un joven, que cada mañana de camino a sus
quehaceres del día, miraba con prisa sus pies aplastando la tierra del suelo.
Observaba sus huellas
una y otra vez desde su punto de partida hasta el lugar donde comenzaba
su labor. Y así fueron pasando sus mañanas, sus días...y su vida.
Una tarde de regreso a su hogar, notó algo en su frente,
acarició sus ya arrugas en la piel para desprenderse de la molestia y alzó sus
ojos. Vio una nube bruna que vertía dulces gotas de lluvia primaveral. Unió las
palmas de sus manos formando un cuenco y recogió el agua caída del cielo. Se
mojó el rostro y sonrió, cerrando los ojos apreció como su tez era secada por
el suave calor del sol.
Desde entonces el joven que fue y ya convertido en hombre,
caminó hacia el lugar de sus tareas diarias, con la mirada altiva y una sonrisa
plena y llenándose de sensaciones que cargó en su hatillo junto con su
refrigerio que llevaba para pasar las duras labores del trabajo y que desde
aquel día se hicieron más leves.
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Miércoles, 16 de Abril del 2025
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