Opinión

¿Quién teme al feminismo?

Francisco Navarro | Miércoles, 11 de Marzo del 2020
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Uno, que ya está cercano a la sesentena, se ha tenido que ir adaptando a los cambios como ha podido. Casi siempre con aplicación e interés, pero algunas veces, las menos, con desilusión.  La tecnología, la forma de hablar, el trato a los animales, la manera de vestir o la ideología han mutado, y no poco, a lo largo de mi vida. Ya he contado hasta la saciedad en estas cuartillas electrónicas que de pequeño he ido montado en un trillo tirado por mulas y en la actualidad llevo en el bolsillo un teléfono con más tecnología que el Apolo XI cuando llegó a la Luna.

De los cambios más importantes que me han tocado vivir (y a los de my generation, que dirían The Who) ha sido el de los derechos de las mujeres. El de la igualdad entre hombres y mujeres. Cuando nací y durante mi infancia, ellas no podían tener una cuenta corriente a su nombre. Y no es una exageración. Ni viajar. En el colegio he visto como mis compañeras hacían labores en las clases de trabajos manuales. En casa me enseñaron que las tareas del hogar eran cosa de chicas. Los salarios tampoco eran los mismos, ellas ganaban menos y así quedaba reflejado en las inmundas tablillas que la Hermandad Sindical de Labradores y Ganaderos exponía, año a año, durante la vendimia y en la que a los niños también se les otorgaba un jornal institucionalizando, además de la discriminación por sexo, la explotación infantil.

Con el regreso de la democracia a España, las mujeres fueron luchando por sus derechos y, poco a poco se les fueron concediendo. Fue más difícil que se los reconociese la sociedad a que se los otorgasen las leyes. Cualquier avance tenía, en aquellos tiempos grises de la transición, un componente sexual, rijoso, de mal gusto, para muchos hombres. Para aquellos recalcitrantes que veían peligrar sus privilegios por haber nacido varones. Eran esos de “a las diez en casa”, “el sexo débil”, o “la mujer en la casa y con la pata quebrada”.

Nuestras compañeras han luchado titánicamente por la igualdad. Y, lógicamente, se ha avanzado y mucho. España es uno de los países del mundo más igualitarios. Pero todavía queda mucho por hacer. Se falla en la brecha salarial, en los techos de cristal y, por mucho que nos pese, hay un escandaloso repunte del machismo.

En los últimos años, el feminismo ha ido cogiendo sitio en la sociedad. Un movimiento, como tantos, poliédrico y con muchas sensibilidades. Hasta en Tomelloso se ha fundado una asociación feminista (con un nombre, por cierto, que escandaliza a algunos pero que fue elegido por votación). También tenemos una alcaldesa. Las mujeres, y hacen bien, no están dispuestas a ser sometidas por una sociedad en la que los machismos no han dejado de estar presentes.

Como digo, uno hace lo que puede por adaptarse a los nuevos roles luchando contra la educación recibida y los estereotipos atávicos y recalcitrantes; con humildad y errando con mucha frecuencia. Tampoco me parecen bien todas las reclamaciones de las feministas, pero están en su derecho de plantearlas.

Es por eso por lo que no entiendo que cuando en este periódico publicamos cualquier noticia sobre los derechos de las mujeres, el feminismo, la violencia de género o el 8 de marzo haya siempre unos cuantos que se dediquen a lanzar sus invectivas contra ellas.  Machistas a más no poder, “Las tontas del pueblo”, “las Trece rosas fueron condenadas por asesinato”, “los mozos del pueblo van a poder ver sus caras y así evitarse demandas”, “vivís de las subvenciones”, “de verdad, ¿saben leer lo que dicen las pancartas?” … Y muchos insultos que moderamos. ¿Qué temen? ¿Qué les molesta? ¿Por qué son tan intolerantes? ¿Quieren a las mujeres calladas y sumisas?

El domingo tuve la suerte de vivir en primera persona la manifestación del 8M en Madrid. Una marea humana reclamaba más derechos para las mujeres (con sus aciertos y errores). En varios momentos me emocioné: tengo una mujer y dos hijas, hermanas y muchas amigas, solo deseo el bien para ellas. Y lo mejor, creo yo, es que ellas decidan lo que quieren. Mientras haya actitudes como las que cuento, están justificadas todas las movilizaciones y celebraciones.

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