Apelando a la generosidad y a la paciencia de los lectores,
vamos a continuar con la crónica del paso de este periodista por el COVID19. En primer lugar, y si me lo permiten, me
gustaría mostrar toda mi solidaridad, cariño, empatía, cercanía y sentimiento
con todos los que pasaron, están pasando y pasarán por esto. Mis condolencias
para los que han perdido a algún ser querido, mi esperanza a los que están
enfermos y todos los ánimos del mundo para los que están convalecientes.
Como ya conté, el 27 de marzo, por la noche, después de una
semana en la zona polivalente, los facultativos me trasladaron a la Planta 2 —no
se pueden imaginar los lectores lo mal que se teclea con guantes de látex—. Tras
un sueño reparador, atendido por el personal sanitario como no puede ser de
otra forma, por la mañana, la mayor sorpresa fue la luz.
Venía, como les he contado, de un lugar siempre a oscuras en
el que se mezclaban la noche y el día. Ver aquella blancura entrar por el amplio
ventanal era un sueño. Una luz plácida, reconfortante, agradecida, calmada,
blanca, tranquilizadora, luminosa, no muy fuerte; estaba seguro que con ella,
nada malo podía pasar.
Allí estaba mi primer compañero, José Vicente, un argamasillero,
de complexión quijotesca y conversación agradable. Un erudito, por edad y vida,
pintor y mil cosas mal. A pesar de los años, mi compañero dormía como si tuviera
dieciocho años.
Enseguida noté que aquello había cambiado. Pasamos de la
urgencia del anterior estado a una cierta calma. Calma, ma non troppo, claro,
los tratamientos, las consultas, las atenciones, las visitas no paraban; pero
con más tranquilidad, o eso al menos me parecía. El personal sanitario,
encabezado por los facultativos (en mi caso por el doctor González Cervera) no
escatimaron esfuerzos. Teníamos que vencer la enfermedad y ellos fueron los
ejecutores de que así fuera, eran nuestros aliados, nuestros guardaespaldas, los
pretorianos que en ningún momento nos dejaron de proteger del COVID19 y sus consecuencias
devastadoras
Ahora, desde casa, uno recuerda un par de momentos
gloriosos. Seguramente sin importancia. El sábado 28 de marzo, en el almuerzo,
y después de casi un mes a base de zumos, comí un cuarto de pavo al horno en una
de esas bandejas de aluminio que ponen en las ferias. Aquello, como diría Micheleen
Flynn en “El hombre tranquilo”, fue “homérico”. Estaba delicioso y les juro que
hasta me levantó el ánimo a una altura que llevaba mucho tiempo sin conocer.
Otro gran momento fue cuando los médicos consideraron que
era capaz de ir solo al baño y abandonar el pañal. Bueno, es una independencia
que, a pesar del cariño y el buen hacer del personal, reconforta mucho como persona.
También daba mucha alegría la llegada al centro de personal
sanitario nuevo. Muy contentos y con muchas ganas de trabajar, ese fin de
semana empezaron a aparecer enfermeros y técnicos recién contratados, muy
contentos, con buenas condiciones laborales y muchos deseos de ayudar. Se les
notaba. Qué sonrisas, cuantas ganas de socorrernos, de sacarnos de la pesadilla
en la que estábamos metidos.
Y, también, el Hospital cambió destinos, usándolos para la pandemia.
Así, mientras uno estuvo ingresado, muchos servicios fueron trasladados a
solucionar la crisis. Y todos, como dije en mi anterior crónica, contentos y
orgullosos de poder colaborar. Son, insisto, los héroes de esta tragedia, los que
nos están enseñando el camino. La sanitaria es una profesión vocacional, de
otra forma no podrían enfrentarse, algunas veces con poco medios y una sonrisa,
a este desastre. Todos tienen familia, todos tienen amigos, todos saben lo que
se juegan y, por supuesto, no lo hacen por el sueldo.
Después de José Vicente llegó Francisco, un tomellosero
centrado, ecuánime, simpático y buen conversador (da gusto hablar con él). Fue
una delicia compartir esos días con Francisco.
Muchas gracias a todos, a Marga, Carmen, Javi, Cañas…
(perdonad que no recuerde todos vuestros nombres, pero nunca os olvidaré, a
ninguno), a todos los que habéis hecho mi vida mejor. Menuda alegría
encontrarme a la inquebrantable Lourdes, que pasó a saludarme una mañana. Aún a
riesgo de vuestra vida, habéis defendido la mía (la nuestra), y eso no tiene
precio, hay pocas cosas más grandes y honorables en este mundo tan complicado.
Gracias a vuestro esfuerzo sobrehumano desde el viernes
estoy en casa, con tratamiento, oxígeno y recuperándome. Todavía queda un paso
más, pero conociéndoos como os conozco, estoy tranquilo.
Quiero agradecer a todos los que se han preocupado por este
periodista que tiene la inmensa suerte de tener muchos amigos.
¡¡GRACIAS!!
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Viernes, 22 de Noviembre del 2024
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