RECORDANDO: Hace más de un mes que se publicó el
último número de El fantasma, de nuevo aparece este sábado como era su
costumbre. Todos estamos al revés, hasta este personaje ficticio.
Desde aquí quiero llorar por los que han muerto y
los que siguen muriendo.
Pero también quiero festejar por los que sanan,
entre ellos el director de este periódico, Francisco Navarro.
Y agradecer con lágrimas en los ojos el trabajo de miles personas que luchan cuerpo a cuerpo con el maldito virus.
PONIENDONOS AL DÍA: Habíamos dejado en un pueblo
de la Mancha, Bellavilla, a las autoridades buscando a un asesino, del que se
entreveía su identidad, pero faltaba la constatación para prenderlo.
El Cabo de la Benemérita ideando métodos para
descubrir al culpable, incluso echando mano de la Cinología.
Un antiguo policía tomando a chunga lo que ocurría
en la villa y dándose a la gran vida.
La narración continúa así:
Una coincidencia de alto valor fue la causa del
cambio de comportamiento del antiguo policía. Justo en el momento de acercarse
a tomar el café vespertino, observó, como buen detective que fue en su momento,
que el cartero, aparentemente con mucha prisa, se acercaba a casa del juez con
un sobre de gran tamaño. Llamaba con cierto sigilo, sirviéndose del llamador y
se introducía suavemente tras la puerta abierta, para salir al cabo de poco
tiempo, sin portar el sobre.
Se hizo el encontradizo con el mensajero en una de
las calles, cuando lo vio repartiendo la correspondencia a los vecinos. Tras
saludarlo y comentar cuatro simplezas con él, le insinuó algo de su visita a
casa del juez. El repartidor, aleccionado por el magistrado, negó haber estado en
casa del letrado por motivos de comunicación oficial, más bien el envío tenía
como destinataria a Jovita, la criada de la casa.
Insistiendo por el detalle de la rapidez en la
entrega, se encontró con la respuesta de que,
repartiendo, siempre va con prisas por dos motivos, uno porque a la
gente le gusta recibir sus cartas pronto y la segunda porque así terminaba
antes y como era ligero de canillas aprovechaba su cualidad de movimientos.
No quedó Fructuoso convencido, evidentemente eran
excusas para salir del aprieto. Única conclusión válida: «Habría que ponerse en
lo peor, posiblemente el sobre contuviera la respuesta a preguntas sobre su
propia identidad, y no tardarían en descubrirlo».
Habiendo sido conocedor Bornes de las
comunicaciones que le llegaron al juez, se reafirmó en su teoría de identificar
a don Fructuoso, el manido policía, con el autor de los asesinatos, pero habría
que descubrir pruebas suficientes para poder incriminarlo, y que el juicio
fuera condenatorio. Decidió dar un paso más y llevar a cabo su experimento
cinológico con el perro que ya había probado con éxito.
Se presentó en la tienda del dueño de Cinca, don
Joaquín, para concretar una cita y llevar a término en la realidad lo que
habían experimentado “en laboratorio”. No hubo problema por ninguna de las dos
partes para coincidir en día y hora.
Domingo, once y media de la mañana, está sonando
el primer toque para la misa parroquial de las doce. Hace mucho rato que salió
el sol y calienta la plaza, algunos hombres añados, otros mozos reciben a
Helios al abrigo de la pared en la base
de la torre de la iglesia; ahí se corta el aire, siempre frío, que entra por el
callejón de la Veracruz y se bacinea,
viendo entrar a la gente al templo, momento para criticar a unos, saludar a
otros o echar un vistazo a la moza, que le gusta al vuelto ya de la mili.
Dos hombres con un perro en Bellavilla toman la
calle Encomienda, giran a la izquierda para seguir la calle Norte, vuelven a
doblar por el callejón de la Veracruz; antes de comenzar su recorrido uno de
ellos descubrió desde lejos que en el grupo soleado contaban con el que más les
interesaba. A punto de encararse para entrar en la plaza, uno de ellos sacó, de
una bolsa de plexiglás unos guantes blancos (los que habían mandado a Bornes en
su momento con la carta mecanografiada, días posteriores al asesinato de
Adeodato del Rey Ajenjo, alias “Guavidi”); hizo que los oliera el perro por
dentro y por fuera repetidas veces. Se santiguaron, como pidiendo suerte con un
gesto que por repetido había perdido sentido, pero así lo hicieron. Don
Joaquín soltó la correa que sujetaba al
perro, éste comenzó a oler en todas direcciones, sin decidirse por tomar
ninguna de ellas.
-Acérquelo un poco más a la plaza y sígalo con
disimulo, -aconsejó Bornes al dueño.
-De acuerdo, -fue la respuesta y se adelantó al
perro para que lo siguiera.
No hubo que repetir la acción, el can entró en la
plaza del pueblo olismeando por el suelo y a la vez levantando la cabeza; lo
seguía su dueño y a unos pasos Bornes observaba la ceremonia.
Moviendo el rabo como hacía siempre, Cinca se
acercó al grupo de personas disfrutantes de la
mañana de domingo, levantó el hocico tomando aire en cantidades muy
cortas, ponía en funcionamiento todo
instinto canino y cazador y resoplaba para seguir “buscando”.
El guardia civil no podía contenerse escondido
detrás de la esquina, fue en ese momento cuando el can detuvo su búsqueda, se
sentó y levantó su pata derecha, mientras miraba fijo la espalda de alguien,
estaba detrás de uno de los componentes del grupo, que ni se percató de la
presencia perruna. Fue el de la benemérita el que confirmó la identificación;
no entró en la escena pero su mente la grabó en millones de píxeles. Únicamente
don Joaquín se acercó unos metros y llamó repetidas veces a su perro, tuvo que
darle una engañifa de salchichón, para que el animal dejara de señalar al dueño
de los guantes blancos.
Uno del grupo dijo dirigiéndose a don Fructuoso:
-Oiga, ¿ese perro es suyo? Se ha quedado detrás de
usted haciendo señal, como cazando.
-Seguro que lo ha confundido con un ciervo, -dijo
otro riendo a carcajadas por el chiste, de identificación del policía con otro
animal de cornamenta.
El único que no siguió la broma y puso cara de
color cera fue el señalado por el gozque. Se le atragantó la saliva en la
garganta y una tos de gripe profunda invadió todo su cuerpo. Conocía el sistema
de identificación de personas por parte de los sabuesos. Reaccionó en unos
instantes, y con la ayuda del compañero actual, Gumersindo, repensó que podría
tratarse simplemente de una confusión del perro. «¿Cómo iban disponer en este
pueblo, tan lejos de la capital, de perros adiestrados para estos menesteres?»
-le argüía el amigo.
Pardiñas continuó su camino por la plaza, tras
haber dado los buenos días al grupo, como si nada fuera con él. Disimulaba en
el exterior de sus actitudes, pero dentro de sí era el hombre más feliz del
momento: ¡Su Cinca había identificado al dueño de los guantes blancos, que
Bornes le había dado a oler!
El cabo se acercó posteriormente al grupo y saludó
amablemente añadiendo una sonrisa, rara en su cara, y que pareció malévola para el buscado, antiguo
policía:
-Buenos días tengan los señores. Disfruten del sol en la mañana del domingo, que fortalece los ánimos. –Y continuó su camino girando la cabeza en un par de ocasiones, para encontrar la mirada de Fructuoso, con lo que le aseguraba que estaba en lo cierto sobre lo que en ese momento tenía en la mente: «No había sido casualidad que le perro lo señalara. Debería ponerse más nervioso y cometer algún error, que lo incriminara definitivamente. Ahora se había confirmado, que el paquete con los guantes y el escrito en nombre del Fantasma, lo habían tenido a él como origen y manipulante».
(Continuará)
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Lunes, 19 de Mayo del 2025
Martes, 20 de Mayo del 2025