Montserrat Cano es una de esas personas a las que todo el
mundo conoce. Sobre todo, por los concursos televisivos. Ha participado en
Saber y Ganar, ha formado parte de “Las Extremis” en Boom y en alguno que otro
más. Pero Montse es también una gran escritora, con una importante trayectoria
literaria y que en el año 1994 ganó el Premio José Antonio Torres de la Fiesta
de las Letras de Tomelloso con el poema “El olvido imposible”.
Ha publicado, entre otros, los libros Retrato de la
felicidad, Equilibrio inestable, Dios y sus dados, Cielo abierto, La Gomera y
el arrebato, Arqueología, La mujer desarmada, Hazversidades poéticas o Hijos
del ocaso. Ha participado en numerosas pubicaciones colectivas y su obra figura
en varias antologías. En narrativa ha obtenido, entre otros, los premios
Gabriel Miró, Teodosio de Goñi, Tomás Fermín de Arteta, Flora Tristán y Villa
de Benasque, además de accésits en Hucha de Oro, Cuidad de Villa del Río y
Ciudad de Tudela. En poesía ha sido premiada en los certámenes José Antonio
Torres, Laguna de Duero y Dionisia García.
—¿Qué supuso para usted ganar el Premio José Antonio
Torres de poesía en la Fiesta de las Letras?
—Empecé muy tarde a mandar trabajos a certámenes, cuando era
joven me parecía que lo hacía muy mal y no me animaba a participar en ninguno. Éste
fue el primer premio literario de poesía que gané, a pesar de que no era mi
género. Recuerdo que el mantenedor fue Luis Antonio de Villena.
Imagínese, yo había ganado tres premios de narrativa y, como
le digo, este fue el primero de poesía, además, no conocía a nadie en el mundo
literario. Para mí, encontrarme en la Fiesta de las Letras, de la manera en la
que la organizan allí, con mucho respeto y de una forma tan importante y con
Luis Antonio de Villena, que ya era un personaje notable, fue un regalo, como decir
de pronto “¡Anda! Estoy en la literatura de verdad”. Se trató de una
experiencia estupenda, me trataron muy bien y todo estuvo organizado de una
manera excelente. A nivel personal, aquello me animó a seguir escribiendo.
—Señala que la poesía no es su género…
—Siempre digo que la poesía no es mi género, ni en el que
más he trabajado, me encuentro más cómoda escribiendo prosa. Pero la poesía me
ha dado más satisfacciones. A veces, la apreciación que tenemos de nosotros
mismos no es la que se tiene desde fuera.
—¿Qué le parece con el paso del tiempo “El olvido
imposible”?
—He vuelto a leerlo después de tantos años y no está tan mal
como yo creía. Siempre pensé que el jurado había sido excesivamente generoso.
—El jurado, según la crónica de la corresponsal de Lanza,
justificó el premio afirmando que “engarza con lo que supone la bella
generación del 68. El grupo de poemas está impregnado de imaginación y
nostalgia, con un lenguaje poético sencillo y directo, carente de retórica
alguna”. Era una premonición de la poesía que vendría, no solo en usted.
—Con la, poesía he tenido una extraña relación. Empecé con
ella, como casi todo el mundo, con dieciséis o diecisiete años. Tuve la mala, o
la buena suerte de tener un vecino que escribía una poesía excelente. Cuando la
comparaba con lo que yo escribía pensaba que lo mío no valía para nada.
Entonces dejé de escribir poesía, me dije que no era mi camino y que nunca más
lo haría. Pero es que hay cosas que son muy difíciles de contar con la
narrativa y que la poesía las hace más fáciles. Quería hablar de esa infancia
que está muy lejos, pero que sin embargo, a ciertos efectos está muy cerca de
la memoria. Me dije que tenía que ser en poesía. Y lo intenté.
A pesar de recibir varios premios más por mis trabajos
poéticos, a mí no me parecía que fueran buenos. Buenos al nivel que yo quería,
a los jurados les gustaba y yo encantada. No encontraba que fuese mi lenguaje y
lo deje de hacer, deje de escribir poesía hasta el año 2000, más o menos. Gracias
a una discusión con mis amigos poetas, me dije que ya que era la única que no
escribía poesía y criticaba a todo el mundo, tendría que demostrar si se podía
hacer lo que yo decía. Así que volví a la poesía con “Arqueología” donde, para
bien o para mal, hice lo que yo quería.
—¿Qué le parece que un pueblo manchego lleve 70 años
celebrando la cultura y entregando los premios literarios más antiguos de
España?
—Me parece una actitud ejemplar, por varios motivos. En primer
lugar, es muy difícil mantener un premio literario durante tantos años. Por la
parte que me toca y por la gente que conozco que ha sido premiada en la Fiesta
de las Letras, ha sido un certamen que nunca se ha podido criticar, con fallos
absolutamente intachables de jurados que escogen lo que realmente les parece
bueno. Esa es la forma de mantener un certamen con prestigio.
Además, en Tomelloso se hace algo muy importante que es
colocar a la literatura y a las artes en primer plano. No es una cosa
subsidiaria que se hace porque el Ayuntamiento tenga un presupuesto para
cultura y ya ha cumplido. Se le da la pompa, en el buen sentido, que merece un
acto para que se haga famoso, para que tenga relevancia y para que la gente
sienta que está haciendo algo notable. Tanto el pueblo como los premiados. Hay certámenes
en los que solo se entrega cubriendo el expediente y ya está. El hecho de que
todo el pueblo participe, recuerdo mucha gente en el teatro y por las calles,
convirtiéndose en algo representativo de la ciudad dice mucho de Tomelloso. Es
algo absolutamente meritorio y más en el momento en que vivimos, que parece que
todo da igual. Vivimos unos tiempos en los que la cultura es algo accesorio y prescindible,
la sacamos un día en la gaceta, hacemos una foto al señor importante que ha
venido, y ya está.
—¿Nos puede contar en lo que anda metida, literariamente
hablando?
—Actualmente estoy escribiendo la segunda novela del ciclo
de “Los hijos del ocaso”, que lo tenía un poco abandonado. Me estoy divirtiendo
escribiendo esa novela, que estoy seguro que me hubiese gustado leer con quince
o dieciséis años. Espero que pueda salir pronto.
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Lunes, 31 de Agosto del 2020
Viernes, 25 de Abril del 2025