“La
vida es una larga lección de humildad”. Sir James
Matthew
Si comienzo
diciendo que aquellas personas que dan las gracias con facilidad suelen ser las
mismas que perdonan y piden perdón de igual forma creo que muchos de ustedes
corroborarán este aserto o tesis. Y al contrario cuan antítesis: Quienes no dan
las gracias ni por casualidad, suelen ser los mismos o mismas, claro, que no perdonan
o piden perdón ni por equivocación.
De manera que hallándonos
millones de personas con distintas características, afinando yo me atrevería a
decir que pueden quedarse reducidas a dos; aquellas que poseen o que carecen de
estos dos valores o virtudes, el agradecimiento y el perdón. Virtudes y defectos
universalmente reconocidos porque responden generalmente al comportamiento que
todos deseamos y a veces exigimos o al contrario detestamos de los demás hacia
nosotros. Virtudes y carencias que por otra parte no se dan de manera aislada,
sino que guardan cierta correlación o vienen acompañadas con otras
manifestaciones en el comportamiento, a veces como causa o consecuencia.
Común observar
por ejemplo cómo las personas agradecidas poseen una elevada educación, sensibilidad,
delicadeza y generosidad siendo por tanto proclives a pensar en el prójimo, resultando
también condescendientes, justificando con facilidad aquellos errores o
afrentas de las que son objeto y muy exigentes sin embargo en el propio
comportamiento. Muy al contrario, aquellas que no agradecen nada son seres
enrocados, prepotentes, orgullosos, tocos y a veces de ademanes embrutecidos y
narcisistas, tremendamente sensibles consigo mismos y crasos y romos en sus
acciones con el prójimo; se enojan con facilidad por cualquier desliz de los
que se consideran víctimas y sin embargo no paran en barras, a veces de manera
abrupta con quienes se relacionan. Pues bien, estos mismos perfiles los
encontramos así mismo en quienes perdonan y piden perdón.
Dicho esto, resulta
curioso, muy curioso el hecho de que ambas actitudes “dar las gracias” y “pedir
y otorgar el perdón” se encuentren tan relacionadas y habiten casi siempre en
las mismas personas.
La pregunta es:
¿A qué puede ser debida la circunstancia de residir en un lugar común? La
respuesta nos viene dada por un nombre, la humildad, la verdadera humildad, virtud
difícil porque supone de quien la atesora una gran madurez estando reservada a
personas bondadosas y también inteligentes. Y refiero estos dos calificativos
porque ciertamente humillarse, hacerse pequeño, que en esto consiste la
humildad, es un acto que requiere ausencia de ego; e inteligente porque sabido
es que la humildad es la verdad, la que define nuestra dimensión real, aquella
que hace
reconocer a los seres humanos sus habilidades, cualidades y capacidades, poniéndolas
al servicio de los demás sin jactarse de ello, adquiriendo así grandeza no en uno mismo sino en el
corazón de los demás. “El hombre
crece cuando se arrodilla” A. Manzoni
Agradecimiento
y perdón suponen reconocer la frágil condición humana aceptando la desnudez que
produce quedar a merced del otro. Es más, pasa por aceptar que ese prójimo ha
sido o está siendo tanto o más generoso que uno mismo.
De ahí que la
humildad no se aprenda en “cuatro tardes” sino que sea fruto de un profundo y a
priori nada agradable ejercicio de renuncia hacia aquello que nuestro instinto y
e incluso nuestra razón reclama, una demanda esta última, justa y legítima que
solamente puede ser superada por un ejercicio de grandeza humana.
“El
perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos
más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz
tu alma y la tendrá el que te ofendió” (Madre Teresa
de Calcuta)
Fermín Gassol
Peco
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Sábado, 27 de Abril del 2024
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Viernes, 26 de Abril del 2024