En el diciembre pasado, el youtuber Jaime Altozano lanzaba
un vídeo sobre la experiencia de asistir a una ópera y analizaba algunos
motivos musicales sobre La Boheme. Me llamó especialmente la atención una
secuencia en la que explicaba porqué el estilo de canto clásico o lírico,
podría resultar tan artificial en un primer encuentro, y me parece una cuestión
importante que bien merece una explicación más detallada.
Precisamente el canto lírico en ciertos aspectos puede
considerarse el más natural de todos, pues no precisa de ningún artilugio
electrónico para ser escuchado. Como los instrumentos de la orquesta, es un
sonido puro, que va directo desde el músico al oyente y en él solo interviene
la propia acústica de la sala, nada más.
Por eso es tan importante guardar silencio en la música clásica, porque
cualquier ruido interfiere en la experiencia sonora, cosa que no ocurre con la
música amplificada que puede arrasar con todo.
Para que este sonido sea audible, teniendo en cuenta que
delante de ti hay toda una orquesta sinfónica muy numerosa, a veces dándolo
todo y dentro de la sala, mientras que tú estás detrás de ella y en medio de
una caja escénica muchas veces de dimensiones mayores que toda la sala, o
tienes una técnica para emitir el sonido de manera prodigiosa, o no es posible
que nadie te escuche. Y eso no se soluciona gritando, ni mucho menos, si haces
eso te destrozarías la voz en cuestión de un día. No es una cuestión de
volumen per se. Consiste en impostar y proyectar el sonido, lo cual no hay que
confundir con engolar el sonido, o engordarlo, que es lo que hace el común de
los mortales cuando quiere imitar una voz operística y no sabe cómo. Esta
percepción puede deberse sobre todo a solo haberlo vivido siempre a través de un medio electrónico como la
televisión y la radio, sin experimentar esta sensación del vivo crudo que
comento.
La técnica de canto lírico, en general, se basa en
aprovechar al máximo el aparato respiratorio y las cajas de resonancia que
tiene nuestro cuerpo para conseguir enriquecer el timbre (darle cuerpo o
timbrar el sonido) y emitirlo con toda la direccionalidad posible (proyección),
procurando a su vez y por increíble que parezca, el menor uso posible de las
cuerdas vocales para que estas no se fatiguen ni sufran. Para ello intervienen
multitud de músculos y cavidades, sino todo el cuerpo, pero como poco desde el
diafragma hasta el paladar, la lengua, la faringe, los senos nasales, todo debe
estar en la posición justa para poder maximizar nuestras propias cajas de
resonancia.
Esta imagen (que me encanta), muestra gráficamente donde podría estar el punto de resonancia más importante según la tesitura que se canta. En mi opinión es una imagen más artística que técnica, pero muy ilustrativa.
La experiencia de este sonido en una sala de teatro es de lo
más especial y yo creo que ha sido siempre lo que más me ha enganchado al
género por encima incluso de la propia música. Sin embargo, cuando interviene
un micro y algún aparato de reproducción, esta magia es imposible de captar y
reproducir. La vivencia acústica se pierde, y con ella una explicación
sensorial a un modo de cantar que nos resulta extraño cuando dependemos de las
membranas de algún altavoz.
Por otro lado la tecnología sonora ha permitido que un
simple susurro que incluso dicho a unos centímetros nos costaría entender, sea
audible para todo un estadio de fútbol aplaudiendo enfervorecido si se diera el
caso. Son experiencias muy distintas y cada una tiene sentido, sobre todo, en
su propio medio. Fuera de él suele hacer aguas.
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Domingo, 20 de Abril del 2025
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