Opinión

Cosejas y versetes IV. El marido infiel

Juan José Sánchez Ondal | Jueves, 25 de Febrero del 2021
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Aquella juventud no era sino camino

y tránsito al ahora; cicatrices de acné

premonitorias  de  estas arrugas hondas

que surcan las mejillas de silencio y de ausencia. 

Si en “Tragabuches” y en el romance de “El Cantaor” exponíamos  las dramáticas consecuencias de la infidelidad femenina, aquí lo haremos (lo haré) de las de una infidelidad masculina que siempre, o casi siempre, se juzgaba por preceptos diferentes y se medía con distinto rasero.

La anécdota que voy a contar es real. Me la narraron con todo lujo de detalles, con especificación de lugar y de autores que, como siempre, omitiré.  Se dice el pecado pero no el pecador, ya que en este caso no puedo afirmar eso de que cualquier  parecido con el original es mera coincidencia o que los hechos y personajes son fruto exclusivo de la imaginación del autor, pues, como decimos,  se trata de un “susedido verídico” como decía el gran cómico sevillano Paco Gandía.

Creo que  viene a cuento, como introito, este antiguo epigrama de E. BUSTILLO:

“— ¿Me perdonas?

—No perdono.

—Mujer, serte fiel abono...

Mi desliz inoportuno

fué una salida de tono.

—No, fue salida de tuno.” 

Los hechos  acontecieron, en un lugar de La Mancha que, como digo,  no quiero desvelar.

Se trataba de una familia más bien rica que acomodada; propietaria de tierras de sembradura, olivares y viñas, que vivían en una de esas grandes casas manchegas de dos plantas con cercado, corrales, graneros, cuadras, jaraíz y bodega, compuesta por el matrimonio y dos hijas casaderas.

Como en aquellos tiempos era frecuente, tenían criados para las labores del campo y criadas para el servicio doméstico.

Una mañana  la mujer que, con las hijas, acostumbraba a oír misa  diaria  tempranera, advirtió en el camino a la iglesia que había olvidado el, entonces, preceptivo velo y retornó a su casa a recogerlo. El imprevisto regreso tuvo como resultado  sorprender al marido, in fraganti, en plena actividad amatoria con una de las fámulas (“Desde que amanece ya apetece”) y, tras despedirla como primera providencia, le montó al marido el imaginable escándalo. Éste, muy digno, sin negar los hechos, pedir disculpas o exponer excusas ante el grado de evidencia de su pecado de fornicio y de infidelidad, se encerró en su despacho, con llave.

 Cuando llegaron las hijas,  alarmadas por no haber visto regresar a la  madre a la iglesia, la encontraron con un gran sofoco, sumida en un mar de lágrimas. Después de insistir en que les contara qué le ocurría, les puso al corriente de los hechos.

Entre lloros, consuelos y reproches llegó la hora de comer y el pillado en flagrante adulterio, continúo en su encierro sin salir a reponer energías. Pasó toda la tarde y ya, a la hora de la cena, ante el largo, ininterrumpido y silencioso encierro, más calmadas madre e hijas, tras las oportunas deliberaciones, se dirigieron, de consuno, al despacho y, a través de la cerrada puerta,  la indulgente esposa le dijo:

-“Fulano, sal a cenar.”

Ante el silencio por respuesta, una de las hijas le insiste:

-“Papá, sal a cenar que no has tomado nada en todo el día”,

Ausencia de respuesta.  Por tercera vez, y a tres voces, la mujer y las hijas le piden:

-Sal a cenar, anda, que te perdonamos”.

A lo que el enclaustrado respondió:

- “¡No salgo ni hoy ni pué que mañana!”

………………….

A veces,

en el retrovisor de los recuerdos,

allá a lo lejos, dejas de ser paisaje de ilusiones.

…………

“¿Por qué hablamos tan alto los españoles?”

se preguntaba el poeta León Felipe.

Se me ocurre que

gritamos,  no para ser oídios,

sino para eructar los pensamientos.

 

Madrid 25 F  de 2021

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