Aquella juventud no era sino camino
y tránsito al ahora; cicatrices de acné
premonitorias de estas arrugas hondas
que surcan las mejillas de silencio y de ausencia.
Si en “Tragabuches” y en el romance de “El Cantaor” exponíamos las dramáticas consecuencias de la
infidelidad femenina, aquí lo haremos (lo haré) de las de una infidelidad
masculina que siempre, o casi siempre, se juzgaba por preceptos diferentes y se
medía con distinto rasero.
La anécdota que voy a contar es real. Me la narraron con todo
lujo de detalles, con especificación de lugar y de autores que, como siempre,
omitiré. Se dice el pecado pero no el pecador, ya que en este caso no puedo
afirmar eso de que cualquier parecido con el original es mera coincidencia
o que los hechos y personajes son fruto
exclusivo de la imaginación del autor, pues, como decimos, se trata de un “susedido verídico” como decía el gran cómico sevillano Paco Gandía.
Creo que viene a
cuento, como introito, este antiguo epigrama de E. BUSTILLO:
“— ¿Me perdonas?
—No perdono.
—Mujer, serte fiel
abono...
Mi desliz inoportuno
fué una salida de
tono.
—No, fue salida de tuno.”
Los hechos
acontecieron, en un lugar de La
Mancha que, como digo, no quiero
desvelar.
Se trataba de una familia más bien rica que acomodada;
propietaria de tierras de sembradura, olivares y viñas, que vivían en una de
esas grandes casas manchegas de dos plantas con cercado, corrales, graneros,
cuadras, jaraíz y bodega, compuesta por el matrimonio y dos hijas casaderas.
Como en aquellos tiempos era frecuente, tenían criados para
las labores del campo y criadas para el servicio doméstico.
Una mañana la mujer
que, con las hijas, acostumbraba a oír misa
diaria tempranera, advirtió en el
camino a la iglesia que había olvidado el, entonces, preceptivo velo y retornó
a su casa a recogerlo. El imprevisto regreso tuvo como resultado sorprender al marido, in fraganti, en plena actividad amatoria con una de las fámulas (“Desde que amanece ya apetece”) y, tras
despedirla como primera providencia, le montó al marido el imaginable
escándalo. Éste, muy digno, sin negar los hechos, pedir disculpas o exponer
excusas ante el grado de evidencia de su pecado de fornicio y de infidelidad,
se encerró en su despacho, con llave.
Cuando llegaron las
hijas, alarmadas por no haber visto
regresar a la madre a la iglesia, la
encontraron con un gran sofoco, sumida en un mar de lágrimas. Después de
insistir en que les contara qué le ocurría, les puso al corriente de los
hechos.
Entre lloros, consuelos y reproches llegó la hora de comer y
el pillado en flagrante adulterio, continúo en su encierro sin salir a reponer
energías. Pasó toda la tarde y ya, a la hora de la cena, ante el largo,
ininterrumpido y silencioso encierro, más calmadas madre e hijas, tras las
oportunas deliberaciones, se dirigieron, de consuno, al despacho y, a través de
la cerrada puerta, la indulgente esposa
le dijo:
-“Fulano, sal a cenar.”
Ante el silencio por respuesta, una de las hijas le insiste:
-“Papá, sal a cenar que
no has tomado nada en todo el día”,
Ausencia de respuesta. Por tercera vez, y a tres voces, la mujer y
las hijas le piden:
-Sal a cenar, anda, que
te perdonamos”.
A lo que el enclaustrado respondió:
- “¡No salgo ni hoy ni
pué que mañana!”
………………….
A veces,
en el retrovisor de los recuerdos,
allá a lo lejos, dejas de ser paisaje
de ilusiones.
…………
“¿Por qué hablamos tan alto los
españoles?”
se preguntaba el poeta León Felipe.
Se me ocurre que
gritamos, no para ser oídios,
sino para eructar los pensamientos.
Madrid 25 F de 2021
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Sábado, 27 de Abril del 2024
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