Opinión

Miserere mei, Deus

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 27 de Febrero del 2021
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El artículo de la semana pasada  lo dediqué a ver con otros ojos o si se quiere con otra perspectiva  el entramado, que hemos y nos han creado a lo largo de muchos años entorno a la cuaresma. Cuando digo “hemos y nos han” no me estoy refiriendo a nadie en concreto ni jerarquía ni hermandades o cofradías, me atrevería a recordar el refrán: “Metámonos todos y sálvese quien pueda”.

Como no se trata de criticar las corregibles actitudes, incluidos los intereses que en estas cosas pueda haber, necesito ir directamente al tema de hoy.

El título “Miserere mei, Deus”. Lo he tomado del salmo 50. La traducción podría ser: “Ten piedad de mí, Dios”, nos lo han traducido también como “Ten piedad de mí, Señor”. Además de ser título, se ha tomado  también como oración exclamativa de petición de perdón al comienzo de las Eucaristías con la expresión: “Señor, ten piedad” o “Kyrie eleison” (Griego Clásico) pero con el mismo significado.

Estamos hablando de una actitud muy recomendada tanto en Cuaresma como en Adviento; pedir perdón por los pecados, faltas u omisiones que hemos cometido durante la vida o en los últimos tiempos. Todas las religiones tienen sus momentos para impetrar el perdón al Dios correspondiente.

La otra mirada, que quiero hacer, ver va por el camino siguiente:

Cualquier persona para pedir perdón deberá, en primer lugar, tener consciencia (no conciencia) de que ha actuado de modo incorrecto contra alguien, desaviniendo algún mandato, ley o consejo. En segundo lugar necesita pedir perdón por su error o pecado (no los enumero como sinónimos,  la palabra pecado lleva aneja la relación con una religión y sus mandatos, mientras que el error no necesariamente) a alguien, a quien ha molestado u ofendido.

Necesito subrayar que tanto amar, pedir perdón o perdonar son tres acciones que no se aprenden por explicaciones teóricas, por muchos catecismos o por todos los cánones que aprendamos. Me atrevería a decir, a fuer de irme al extremo, que el único modo de aprendizaje seguro y fiable es el empírico, el de la experiencia.

Aseguro que nadie puede querer a otra persona, si anteriormente no ha experimentado en su vida que él mismo ha sido amado. Nadie puede perdonar a nadie, si antes no se ha sentido perdonado.

Para respaldar estas dos afirmaciones no necesito traer a colación ningún texto científico, ni siquiera nombrar psicólogos de renombre. Solo es necesario traer a la memoria  la mejor maestra de nuestro mundo: La Vida.

Nada más nacer, un bebé comienza a sentir las caricias de su madre y su padre, va a ser a través de ellos dos, día a día y detalle a detalle por los que va  a sentir el amor, desde la tranquilidad que transmiten los abrazos, besos, caricias, miradas…, hasta lo más prosaico como podría ser cambiar el pañal. Todo lo van a hacer con el mayor cariño del mundo para su hijo o hija. No hay lugar a la menor duda.

Las personas aprendemos a amar desde los primeros días de nuestra vida, principalmente por el cariño que nos demuestran continuamente los de nuestro alrededor. Una persona que se ha criado en un ambiente de cariño, comprensión y entendimiento tiene un aprendizaje que no lo encontraría en ninguna universidad del mundo.

Por el contrario cuando descubrimos gente problemática, en un gran número de ocasiones, ha sufrido los perjudiciales ambientes de una familia desestructurada, por las razones o causas que sean.

De modo paralelo que estoy hablando sobre la experiencia del amor podemos decir de la experiencia del perdón. Nunca  una persona podrá perdonar o pedir perdón de modo satisfactorio para él o para el otro, si en su vida no se le ha enseñado, desde la experiencia, el perdón. Si no se ha sentido perdonado, si no ha experimentado la alegría del perdón en sus propias carnes. 

Un padre o una madre, cuando corrigen la conducta del hijo podrán echarle en cara y analizar el error o su mal comportamiento puntual, deberán exigirle cambiar los tropiezos cometidos; pero del mismo modo el final no puede ser una mala cara ni la regañina, el último punto deberá ser un abrazo tierno de los que dan las madres, con una sonrisa limpia y la complicidad de seguir ayudando a corregir los yerros, por grandes que sean, para poder sellar la lección y que quede aprendida

Además de la Vida o la Naturaleza, como maestras tenemos los cristianos otro maestro, el Maestro. Un repaso por las acciones de Jesús en cualquera de los cuatro evangelios nos da siempre el mismo resultado. Debía ser un pedagogo muy entendido, de hecho tenía mucha fama entre la gente que lo rodeaba, creyera en él o no, por el amor con que trataba a cada uno en particular, teniendo en cuenta especialmente a las mujeres, niños y necesitados.

Además siempre hace referencia al trato que Dios (Papá-Mamá) tiene con sus hijos. Con un ejemplo puede valernos: «Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden! » (Mt. 7, 9-11)

Concluyendo: Cualquier persona que se siente amada tiene más facilidad para amar; del mismo modo que alguien que se siente verdaderamente perdonado  tiene más facilidad  para perdonar.

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