El artículo de la semana
pasada lo dediqué a ver con otros ojos o
si se quiere con otra perspectiva el
entramado, que hemos y nos han creado a lo largo de muchos años entorno a la
cuaresma. Cuando digo “hemos y nos han”
no me estoy refiriendo a nadie en concreto ni jerarquía ni hermandades o
cofradías, me atrevería a recordar el refrán: “Metámonos todos y sálvese quien
pueda”.
Como
no se trata de criticar las corregibles actitudes, incluidos los intereses que
en estas cosas pueda haber, necesito ir directamente al tema de hoy.
El
título “Miserere mei, Deus”. Lo he
tomado del salmo 50. La traducción podría ser: “Ten piedad de mí, Dios”, nos lo han traducido también como “Ten piedad de mí, Señor”. Además de ser
título, se ha tomado también como
oración exclamativa de petición de perdón al comienzo de las Eucaristías con la
expresión: “Señor, ten piedad” o “Kyrie eleison” (Griego Clásico) pero con
el mismo significado.
Estamos
hablando de una actitud muy recomendada tanto en Cuaresma como en Adviento;
pedir perdón por los pecados, faltas u omisiones que hemos cometido durante la
vida o en los últimos tiempos. Todas las religiones tienen sus momentos para impetrar
el perdón al Dios correspondiente.
La
otra mirada, que quiero hacer, ver va por el camino siguiente:
Cualquier
persona para pedir perdón deberá, en primer lugar, tener consciencia (no
conciencia) de que ha actuado de modo incorrecto contra alguien, desaviniendo
algún mandato, ley o consejo. En segundo lugar necesita pedir perdón por su
error o pecado (no los enumero como sinónimos,
la palabra pecado lleva aneja la relación con una religión y sus
mandatos, mientras que el error no necesariamente) a alguien, a quien ha
molestado u ofendido.
Necesito
subrayar que tanto amar, pedir perdón o perdonar son tres acciones que no se
aprenden por explicaciones teóricas, por muchos catecismos o por todos los cánones
que aprendamos. Me atrevería a decir, a fuer de irme al extremo, que el único
modo de aprendizaje seguro y fiable es el empírico, el de la experiencia.
Aseguro
que nadie puede querer a otra persona, si anteriormente no ha experimentado en
su vida que él mismo ha sido amado. Nadie puede perdonar a nadie, si antes no
se ha sentido perdonado.
Para
respaldar estas dos afirmaciones no necesito traer a colación ningún texto
científico, ni siquiera nombrar psicólogos de renombre. Solo es necesario traer
a la memoria la mejor maestra de nuestro
mundo: La Vida.
Nada
más nacer, un bebé comienza a sentir las caricias de su madre y su padre, va a
ser a través de ellos dos, día a día y detalle a detalle por los que va a sentir el amor, desde la tranquilidad que
transmiten los abrazos, besos, caricias, miradas…, hasta lo más prosaico como
podría ser cambiar el pañal. Todo lo van a hacer con el mayor cariño del mundo
para su hijo o hija. No hay lugar a la menor duda.
Las
personas aprendemos a amar desde los primeros días de nuestra vida,
principalmente por el cariño que nos demuestran continuamente los de nuestro
alrededor. Una persona que se ha criado en un ambiente de cariño, comprensión y
entendimiento tiene un aprendizaje que no lo encontraría en ninguna universidad
del mundo.
Por
el contrario cuando descubrimos gente problemática, en un gran número de
ocasiones, ha sufrido los perjudiciales ambientes de una familia
desestructurada, por las razones o causas que sean.
De
modo paralelo que estoy hablando sobre la experiencia del amor podemos decir de
la experiencia del perdón. Nunca una persona
podrá perdonar o pedir perdón de modo satisfactorio para él o para el otro, si
en su vida no se le ha enseñado, desde la experiencia, el perdón. Si no se ha
sentido perdonado, si no ha experimentado la alegría del perdón en sus propias
carnes.
Un
padre o una madre, cuando corrigen la conducta del hijo podrán echarle en cara
y analizar el error o su mal comportamiento puntual, deberán exigirle cambiar
los tropiezos cometidos; pero del mismo modo el final no puede ser una mala
cara ni la regañina, el último punto deberá ser un abrazo tierno de los que dan
las madres, con una sonrisa limpia y la complicidad de seguir ayudando a
corregir los yerros, por grandes que sean, para poder sellar la lección y que
quede aprendida
Además
de la Vida o la Naturaleza, como maestras tenemos los cristianos otro maestro, el
Maestro. Un repaso por las acciones de Jesús en cualquera de los cuatro
evangelios nos da siempre el mismo resultado. Debía ser un pedagogo muy
entendido, de hecho tenía mucha fama entre la gente que lo rodeaba, creyera en
él o no, por el amor con que trataba a cada uno en particular, teniendo en cuenta
especialmente a las mujeres, niños y necesitados.
Además
siempre hace referencia al trato que Dios (Papá-Mamá) tiene con sus hijos. Con
un ejemplo puede valernos: «Si a alguno de vosotros le pide su hijo
pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues
si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,
¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le
piden! » (Mt.
7, 9-11)
Concluyendo:
Cualquier persona que se siente amada tiene más facilidad para amar; del mismo
modo que alguien que se siente verdaderamente perdonado tiene más facilidad para perdonar.
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Viernes, 25 de Abril del 2025
Viernes, 25 de Abril del 2025