Una buena amiga, Gema Molina, me recomendó el lunes que me
diese permiso para llorar. Es muy importante, me dijo. Además, me aconsejó que
me rodease bien. La única manera de hacer frente a la que a un servidor se le
viene hoy encima es esa, la compañía de las personas que, de una forma u otra
nos quieren —la pena son las injustas faltas—. Y es que, desde hace unos días
los sentimientos se agolpan en el magín y hoy 18 de marzo, han estallado. Hace
un año, mientras las desiertas calles de Tomelloso eran desinfectadas, comenzaba
mi odisea contra la Covid. Este mismo día, en una trágica coincidencia, mi
hermano Jesús Emilio habría cumplido 53 años.
El frío ha vuelto, como una hipérbole de una jornada de
malos recuerdos, añadiéndole (si fuese posible), aún más tristeza. A pesar del
sol, se nota la anunciada bajada de las temperaturas; el ánimo también se
enfría. Hoy también han regresado los titulares con los que los grandes medios
agreden a Tomelloso. En una suerte de “memento mori”, el “recuerda que eres
mortal” de los romanos, un gran digital nacional evoca el injusto epíteto que
nos colocaron en lo más duro de la pandemia “el Wuhan de La Mancha”. Tras la
hercúlea lucha de los tomelloseros por salir del pozo (y haberlo conseguido) nadie
nos llama “la Australia de La Mancha”. Los sambenitos venden más, como hemos
podido comprobar en carne propia.
Ya ha pasado un año y todavía las noticias de la pandemia
siguen ocupando la mayor parte de los noticiarios, quién nos lo iba a decir.
Doce meses después el virus sigue haciendo de las suyas. Nunca podremos olvidar
en Tomelloso aquellos tristes días de marzo y abril en los que 300 de nuestros
convecinos perdieron la vida. Días de calles vacías y redes sociales henchidas
de mensajes, gritos de dolor y textos de ánimo en muchos casos, pero no
faltaron quienes se dedicaron a sacar tajada. Escribí que, a pesar del sol, recuerdo
esos días con una luz apagada, mortecina y ocre, como la Gran Vía de
Antonio López.
Hoy hace un año que empezó mi batalla con el coronavirus,
que la muerte me gritó al oído que la siguiese. Afortunadamente viví para
contarla, gracias a Dios y, sobre todo, al esfuerzo del personal del Hospital
de Tomelloso puedo recordar aquello. Nunca olvidaré que el 18 de marzo de 2020
me ingresaron con Covid. Tampoco que este día mi hermano, injustamente
fallecido, habría cumplido años. Ese recuerdo indeleble, sobre todo de las
caras (de los ojos) de quienes me atendieron y de los que perdieron la vida me
hacen gritar que no bajemos la guardia
Hoy, insisto, es para este que escribe —como para tantos— un
día de sentimientos a flor de piel, de recuerdos complicados, de lágrimas
contenidas y de suspiros.
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Viernes, 22 de Noviembre del 2024
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