Deporte

Profesionalidad vs profesionalismo

Aurelio Maroto/Lanza | Viernes, 26 de Marzo del 2021
{{Imagen.Descripcion}} Foto de La Gaceta de La Solana Foto de La Gaceta de La Solana

Obviemos por un momento el asunto del Quintanar del Rey-La Solana. Dejemos al margen el sinsentido de jugar un partido a las 19:30 horas de un día laborable en una categoría amateur. Olvidemos la flagrante injusticia que supone para aquellos clubes con mayoría de jugadores no profesionales en sus plantillas. Apartemos la picaresca de los contagios que van y vienen y de las cuarentenas que cambian según salga el sol ese día. Incluso, no hagamos caso de los riesgos sanitarios, esos que algunos enarbolan como un tótem por la mañana y soslayan como un pelele al caer la tarde; según convenga.

Llueve sobre mojado. Que las federaciones deportivas en España son reinos de taifas ‘es más verdad que la doctrina’ –como diría la hermana Custodia en La rosa del azafrán-. Tres décadas después de la Ley del Deporte, poco o nada ha cambiado. Son el modus vivendi de un puñado de personas que –generalmente- solo mueven sus sillones por dos razones: jubilación o imputación. A veces, ni con esas. La Real Federación Española de Fútbol (RFEF) es un buen arquetipo.

En nuestra comunidad autónoma, la Federación de Fútbol de Castilla-La Mancha (FFCM) lidia con un morlaco difícil, no hay duda. La pandemia azota a todos y el fútbol no es ninguna excepción. Lejos de entrar en melodías más allá de las deportivas, es un organismo endogámico y con la opacidad que le otorga su titularidad privada, aunque ejerzan –por delegación- como entidades públicas. He ahí lo sangrante. La realidad es que al teléfono siempre se ponen los mismos. En los palcos siempre aparecen los mismos. Y a la hora de pedir apoyos, siempre los encuentran los mismos. Basta con rememorar cuántos presidentes ha habido en los últimos 50 años. La tutela del Consejo Superior de Deportes (CSD) es pura formalidad. Y claro, en situaciones como las actuales, hay que mantener el statu quo de cada cual. Dicho esto, no pongo en solfa la honestidad personal de Pablo Burillo y su equipo. Lo que no sabemos es cuándo decidirán honrar la palabra ‘alternancia’. Cualquiera sabe.

Detrás de todo –cuando deberían estar delante- se sitúan los clubes, auténticos sostenes de cada federación. Están soportando una competición leonina, repleta de obstáculos. Llevan meses navegando en patera por un océano embravecido. Pero siguen dando paladas a la tempestad, sin taquillas, sin socios, sin publicidad. Sin dinero, en suma. Un contexto de difícil digestión, amplificado según subimos de categoría. Y aquí, la Tercera División se lleva la palma, por razones obvias. Engalgados ante ascensos teóricamente más factibles, algunos han tirado con pólvora del rey. Ellos verán. Otros han preferido mantener su cuaderno de Bitácora, sin volantazos. Es el caso del CF La Solana, empeñado en anteponer sus compromisos a los cantos de sirena. Que lo valore quien quiera.

Los amarillos juegan este miércoles un partido infame. No importa el resultado final. Importa el fondo. Es admirable que el CD Quintanar del Rey tenga una plantilla profesional en un municipio con apenas 7.500 vecinos. La Solana, con más del doble de habitantes, no se lo puede permitir. Es su problema, sin duda, pero hay un dato troncal: la Tercera División es una categoría amateur. No importa si muchos jugadores ‘profesionales’ malviven con sueldos de miseria (por desgracia), dando tumbos de un sitio a otro. Ojalá tuvieran mejores salarios. Y ojalá todos los clubes les pagaran en tiempo y forma. La realidad es que, aun así, la Tercera División es una categoría amateur.

En las últimas temporadas hemos asistido a un intento de mejorar la organización interna de los clubes desde el punto de vista administrativo. Perfecto. Las exigencias se han multiplicado para sus directivos, generalmente currantes de a pie sin más miras que sufrir cada domingo esperando que sus futbolistas respondan y rezando porque ningún aficionado se quite la mascarilla. Geles, termómetros, memorándums y listas de acceso que nunca se piden… Mientras, la protección laboral al jugador, así como el control en la declaración de sus emolumentos también se ha activado. Igual de perfecto, toda vez que los clubes eran nidos de dinero negro.

Ahora bien, la profesionalidad que las federaciones exigen a los clubes es una cosa, y el profesionalismo es otra. He ahí la gran línea roja. Y es ahí donde la FFCM tiene jurisdicción para tomar ciertas decisiones si de verdad desea proteger a los clubes que tanto dice defender. ¿Qué debe responder la Federación a un futbolista que no puede jugar un miércoles a la 7,30 de la tarde porque está trabajando? Cualquier cosa excepto que se busque la vida. No es serio. No es justo. Y la razón es simple: sus clubes han pagado el mismo precio por su ficha, abonan lo mismo por sus tarjetas y están sujetos a las mismas reglas. Su único pecado es que no pueden jugar a cualquier hora. Es un atropello.

Y llegados hasta aquí, ¿qué nivel de responsabilidad tienen los propios clubes? Bastante. Nos equivocaríamos si pensamos que no son, también, reinos de taifas. Esta temporada, al calor del virus y de los positivos que han ido salpicando a los equipos, muchos han puesto el grito en el cielo, algunos incluso han amenazado con retirarse, aunque fueran brindis al sol. La indignación ha ido por barrios, igual que la indiferencia. La pregunta es si algo ha cambiado. Negativo. Quedan para la hemeroteca, por ejemplo, las particulares ‘rajadas’ de Kiko Vilches. ¡Qué chiquillo!, aunque tenga más razón que un santo. De esa guerra individual se aprovecha, precisamente, la FFCM. Divide y vencerás.

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