Opinión

A la infancia

Juan Romero Gómez | Sábado, 13 de Diciembre del 2025
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Hoy recuerdo y soy parte de la infancia y de la niñez que tuve, ahora  escribo recuerdos pasados, igual que el que enciende una vela en medio del tiempo, para iluminar un paisaje que aún me habita allí, donde los días olían a ilusión, a lluvia, y a tierra mojada, así eran los días donde  yo jugaba en  esas  calles, que  también  olían a  pan recién hecho, así aprendí que en la vida había un gesto sencillo: una risa suelta, una caricia, un abrazo y una piedra que guardaba historias, de un cielo que parecía infinito y un mundo que me esperaba.

En aquel mundo pequeño las horas corrían descalzas, sin reloj que las persiguiera. Yo caminaba entre sombras suaves buscando nuevas experiencias creyendo que todo era posible de alcanzar, que el viento sabía mi nombre y que la tristeza tenía el tamaño justo para no asustarme. Era un universo hecho de milagros, a mi alcance así oía yo la voz de alguien querido llamándome a casa, aún recuerdo su voz y la luz dorada que las tardes derramaban, el murmullo secreto de mis propios sueños en las calles así veía yo la infancia. 

Hoy, desde la distancia, con los años regreso para recordar este lugar que fue la inocencia de esos años como quien guarda un recuerdo sagrado impoluto. La infancia que tuve no fue perfecta... pero estaba hecha de una verdad tan limpia que aún me sostiene. Allí aprendí a mirar el mundo con asombro, a inventar horizontes, a levantarme con la misma suavidad con que cae la lluvia en las tardes silenciosas del otoño. 

 A esa infancia le debo la raíz y los sueños que me formaron para emprender el vuelo en la vida. Por eso la nombro con fuerza y la acaricio con palabras que guardo intactas en el corazón donde todavía las busco. Y aunque el tiempo haya borrado algunos nombres y desdibujado ciertos paisajes, todavía guardo entre los dedos la misma semilla de esperanza de la infancia. De vez en cuando la soplo al aire... por si algún día quieren volver y florecer. 

Guardados quedan, tibios, en mi pecho, 

los días que la infancia me ofrecía, 

la risa que en mis labios florecía, 

y el mundo, entonces nuevo, al echo. 



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