Opinión

Despedirse es algo parecido a morir un poco

Fermín Gassol Peco | Sábado, 3 de Febrero del 2018
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El hombre es un ser sociable por naturaleza al que gusta establecer relaciones que aun siendo de distinta profundidad todas se antojan como nuevos alumbramientos en su vida. Relaciones meramente ocasionales, circunstanciales o de amor y amistad. Estas últimas tienen aroma de permanencia porque el ser humano siempre tiende a conservar aquello que le es más gratificante y querido.


Será por esto que no me suelen gustar las despedidas que despedirse es algo parecido a morir un poco y hacerlo, como el cielo, es un imponderable que puede esperar para cuando nuestra naturaleza esté mejor preparada en soportar las ausencias. Me refiero, claro es, a las despedidas dolorosas, aquellas en las que siempre se acaba rompiendo algo y quisieras que una parte de ti también quedara o partiese con la persona amada.

 

No todas las despedidas tienen la misma importancia y transcendencia. Las despedidas, como los zapatos o camisas, se pueden medir por tallas y colores que no son otra cosa que el tiempo que duran las ausencias. No es lo mismo despedirse con un “hasta mañana” al abandonar el trabajo o a los amigos, que cuando la despedida acontece en la estación del tren o el aeropuerto al partir un ser querido donde flota y se transmite un sentido y deseoso “hasta pronto” y mucho menos cuando esas despedidas se realizan en el cementerio donde el deseo es de “un hasta siempre”. Las despedidas siempre ponen de manifiesto el grado de intimidad alcanzado por las personas que se separan. Las más duras, aquellas que son inesperadas o que aun siéndolas, no pensamos que algún día puedan producirse. En definitiva, si nos pusiéramos a enumerar todos los tipos de despedidas que pueden darse, nos encontraríamos con una lista tan extensa y variada como relaciones existen entre los humanos.

Sin embargo existen otras despedidas que tienen un cierto sabor a timo. Son aquellas que se proclaman como definitivas y tan solo son despedidas…de momento o salvo buen fin, cual pagaré que espera ser validado en el futuro y a su vencimiento. Son esas despedidas que sirven para hacerse con una posición de ventaja y esperar a ver qué pasa luego. Son las despedidas que suelen producirse en el mundo del espectáculo, las despedidas artísticas de algunos toreros y cantantes en los que la figura o la estrella se despide para luego reaparecer y volver a despedirse nuevamente y así, entre esas idas y venidas seguir viviendo de los incondicionales, apenados por las ausencias y emocionados por las reapariciones. Despedidas que se prometen para siempre y luego, cuando el pozo del dinero se ha secado invocar al arte que llevan dentro o al gusanillo que dicen padecer para hacerse con un nuevo caudal. Y nunca mejor dicho.

Existen otras despedidas que no son tales, son aquellas que se ajustan, las pactadas, protocolarias u obligadas y las que se esperan como agua de mayo, pues comportan una auténtica liberación. Son las despedidas en las que se piensa y se desea, “un hasta nunca”. 

Las despedidas importantes, aquellas que nos dejan huella y que quizás no tengan vuelta atrás son siempre actos rigurosos de sentimiento, de autenticidad que producen algo de vacío, como esos trapecios lanzados al aire donde no sabes si en el otro extremo habrá alguien que nos recoja, o por el contrario será el mismo trapecio el que nos vuelva al lugar del que partimos. Porque al fin, nuestras vidas son como trapecios sobre los que cada día volamos todos un poco, a mayor o menor altura. 

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