Opinión

Se llamaba Younes Bilal

Manuel Sánchez Patón | Lunes, 28 de Junio del 2021
{{Imagen.Descripcion}} Andrea Hidalgo del Valle junto a su pareja, Younes Bilal (Foto cedida por Andrea Hidalgo del Valle). Andrea Hidalgo del Valle junto a su pareja, Younes Bilal (Foto cedida por Andrea Hidalgo del Valle).

Un militar retirado asesinó el pasado 12 de junio a Younes Bilal de tres tiros a quemarropa en un bar de Mazarrón al grito de "Moro de mierda". Younes tenía 39 años y llevaba más de veinte en España. Había creado una familia. Estaba integrado, llevaba una vida normal si nos atenemos a su condición de trabajador inmigrante, esto es, deslomándose en todos los oficios que iba cogiendo para salir adelante.

El Gobierno murciano, en manos del PP, se ha abstenido de hacer declaraciones de condena, y de apoyo a la familia y a la población marroquí. El presidente de la Asamblea de Murcia (Parlamento autonómico), Alberto Castillo, uno de los famosos tránsfugas, bloqueó una propuesta de Podemos contra el crimen. El Ayuntamiento de Mazarrón (PSOE) no ha dicho nada, ni ha exteriorizado simbólicamente repulsa alguna, como ordenar poner las banderas a media asta, o convocar una concentración de repulsa. Eso sí, su Alcalde ha expresado condolencias a la viuda "a título particular". El Delegado del Gobierno, José Vélez (PSOE), ha minimizado el asesinato racista, calificándolo de "hecho aislado" (El País, 20 de junio).

El viernes 18 de junio, un millar de musulmanes despedían el cuerpo de Younes Bilal antes de partir a su ciudad natal, Beni Melal, epicentro de la migración marroquí con destino a nuestro país. Ningún representante oficial se personó en la ceremonia, sencilla y siguiendo el precepto islámico, a excepción del cónsul de Marruecos en la Región de Murcia.

Más ataques contra los marroquíes

La situación no pinta nada bien en Murcia para la población inmigrante, no solamente norteafricana, estimada en 220.000 personas. En esos mismos días y en Cartagena, una mujer apuñaló a una latinoamericana, en una cola para recoger comida en un economato de Cáritas, al grito de "¡Sudaca, nos quitan la comida!". Los servicios sociales llevan tiempo avisando del clima de aislamiento y hostilidad contra los inmigrantes (de origen marroquí y ecuatoriano, mayoritarios en la región). La pandemia, la crisis económica asociada, y las arengas de violencia y odio proferidas contra el colectivo musulmán por un partido neofascista (primera fuerza política en las elecciones generales de 2019 en esta Comunidad Autónoma), están tensionando los ya de por sí endebles lazos de convivencia en la sociedad murciana y española.

En los primeros meses de 2021 se han contabilizado ataques contra una mezquita en San Javier, que se saldó con un incendio. En Lorca se han producido protestas por la inminente inauguración de una mezquita (noticias recogidas por la Agencia Anadolu, el 21 de junio). El 5 de junio, en Alhama de Murcia, un ciudadano español agredía a Momoun Koutaibi, de 22 años, con una barra de hierro en la cabeza mientras trabajaba, rompiéndole el cráneo y mandándolo al Hospital Virgen de la Arrixaca. Permanece en coma. En la madrugada del 22 de junio, otra vez en Cartagena, un marroquí de 40 años sufrió una puñalada, sin que hasta la fecha se haya dado con el autor o autores y se desconozcan los motivos de la agresión. La víctima se encuentra en el hospital de Santa Lucía (Los dos últimos casos son citados por El País, el 25 de junio).

Aterrorizada y abandonada por las Administraciones públicas, la comunidad marroquí ha convocado manifestaciones en Murcia y Cartagena, con el apoyo de asociaciones y colectivos de inmigrantes, que claman contra el racismo galopante, la impunidad y la desidia de las instituciones.

Los daños colaterales del agronegocio

El milagro económico de la otrora huerta murciana, reconvertida desde hace mucho en un enorme complejo industrial de la agricultura intensiva, debe mucho al esfuerzo de millares de trabajadores y trabajadoras inmigrantes que en condiciones de semiesclavitud sacan adelante las recolecciones para la exportación. Los abusos laborales y sexuales forma parte del paisaje socioeconómico, subsidiario de un modelo agroneoliberal que depreda el territorio, usurpa suelo protegido, agota los acuíferos, y contamina la tierra.

Un tupido manto de silencio se ha cernido en Murcia, y en el conjunto de España ante estos terribles "sucesos". Ha trascendido muy poco en los medios de comunicación, que ya se sabe, se ocupan de cosas mucho más importantes, aunque sea a base de darle vueltas a lo mismo de siempre.

La sevillana Andrea Hidalgo, viuda de Younes, ha manifestado "El hombre que mató a mi marido no ha arreglado ningún mundo, ha destrozado una familia y una comunidad. No es un loco" (El País, 20 de junio).

Recordando a Ibn Arabí

Murcia es la patria del poeta y erudito Ibn Arabí, quien nació en esta ciudad el año 1165. Místico sufí, fue un precursor del entendimiento entre las distintas confesiones religiosas. Sería deseable rescatar su biografía y obra intelectual para vacunarnos contra esas otras pandemias cíclicas que, absurda e inoportunamente, entumecen nuestros sentidos y enturbian la razón, alcanzando en ocasiones la violencia contra los más débiles, un patrón que no muta desde hace siglos.

Toda mi solidaridad, todo mi cariño hacia la familia de Younes Bilal (además de la viuda, deja huérfanos a  Javi, Gloria y Rayan, todos menores) y hacia la comunidad marroquí de Murcia.

Del mutismo de las instituciones (Gobierno central, autonómico y local), y de la desinformación de los grandes medios, con alguna honrosa excepción, está todo dicho.

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