Opinión

Desmanes del capitalismo

Ramón Moreno Carrasco | Miércoles, 15 de Septiembre del 2021
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El fracaso del comunismo en aquellos territorios donde se ha instaurado ha tenido un nefasto efecto en un mundo globalizado como el actual, permitiendo que el neoliberalismo más conservador y desaforado campe a sus anchas. 

Primeramente, hay que puntualizar que, desde un punto de vista estrictamente teórico, el comunismo es un hermosa utopía que solo la hace imposible nuestros más recónditos y paupérrimos instintos. Por mucho que sus detractores se empeñen en descalificarlo, el comunismo ha fracasado porque somos incapaces de tener una visión horizontalizada de la sociedad y todo cuanto hacemos es para destacarnos de los demás y, así, atraer su atención. Para ello, grosso modo, ensalzamos nuestros méritos, y si podemos disminuir o anular los méritos ajenos miel sobre hojuelas. 

Esto actúa en nuestro ser como un potente motivador en todas las acciones que emprendemos en nuestra vida diaria, de modo que trabajamos con más diligencia para obtener un ascenso profesional y/o mayores beneficios económicos, consumimos productos y servicios que solo necesitamos para que los demás sean conscientes de nuestros éxitos y así atraer su atención, aunque para ello sea necesario un endeudamiento a intereses usureros, caemos con demasiada frecuencia en el narcisismo y egocentrismo pretendiendo convencer a nuestros semejantes de nuestra irrefutable erudición, sin darnos cuenta de que son meras opiniones, y como tales pueden ser erradas, etc. 

En realidad, no ha sido el comunismo el fracasado, sino los falsos estadistas a él adscritos que, haciendo un uso descontextualizado y torticero de la expresión marxista “dictadura del proletariado”, han cometido todo tipo de tropelías, totalmente comparables a las cometidas por sus antagónicos los fascistas y, en ocasiones, superándolos. Ellos han sido los primeros que han vivido rodeados de unos privilegios que el sistema comunista pretende erradicar por definición. 

Dicho esto, hay que poner de relieve el beneficioso efecto que tuvo el comunismo en ese incierto periodo en el que se desconocía si triunfaría o fracasaría. Su antagónico, el capitalismo, temeroso de su generalizada expansión, hizo importantes concesiones a favor de los sectores más desfavorecidos, creando ese conjunto de prestaciones sociales que hoy conocemos por el nombre de “estado del bienestar”. Desde la caída del mítico muro de Berlín, o si ustedes lo prefieren “telón de acero”, el comunismo dejo de ser una amenaza real para el capitalismo, en tanto se diluyó como un azucarillo en el café con leche la atracción que otrora producía sobre una amplia proporción de personas. 

Es en ese preciso momento histórico donde el capitalismo deja de hacer concesiones, instaurándose en su modalidad más ultra, no admitiendo injerencia alguna de los poderes públicos legitimados democráticamente y en donde continuamente se nos viene a decir que las prestaciones sociales de las que disfrutamos son inviables económicamente. Ante la inexistencia de una alternativa real hemos vuelto a un mundo en donde la cúspide de nuestros valores la ocupa la plusvalía, como algo inquebrantable al que hay que proteger por encima de todas las demás cosas. 

El panorama no puede ser mas catastrófico. Según la ONU la proporción de millonarios desde la crisis financiera de 2008 se ha duplicado. Credit Suisse, un banco privado suizo, sostiene que en 2018 el 1% de la población se apoderó del 82% de toda la riqueza mundial creada, mientras el 50% de la humanidad más pobre no recibió nada, acercándonos cada vez más a ese bonito concepto de “justicia social”. Es decir, como del enemigo a batir ya no quedan ni los restos óseos pues a alardear, si bien esto lo hacen con mesura y no se dice ni en los medios de comunicación de masas ni en las redes sociales. 

Para entendernos, mientras en 2008 y años siguientes nos bombardeaban con soflamas como la zorra de nuestra prima en común llamada riesgo, a la cual personalmente terminé aborreciendo con patológica inquina, la vida por encima de nuestras posibilidades que habíamos llevado en los años precedentes, la necesidad de apretarnos el cinturón y otras lindezas por el estilo, se generaba riqueza real, más allá de las alambicadas operaciones financiero-especulativas, que iban a parar a manos de los de siempre, los cuales siguieron con su vida de abundancia, despilfarro y jactancia. Si esto no es motivo para cuestionar la reputación de la madre que los alumbró que baje Dios, o quien sea, y nos lo explique. 

Y ahí empieza el virtuoso e ingenioso juego de espejismos. Bajaron los salarios generales para asegurar la dichosa plusvalía, recortaron derechos sociales que no han vuelto a instaurar pasada la misma y desviaron nuestra atención hacia hechos poco relevantes para ocultar la verdadera realidad. Ejemplo de ello lo veo a diario, aquí en nuestra inhóspita estepa manchega y en cualquier otro punto de nuestra geografía patria. Que el salario mínimo interprofesional se pone por las nubes o para contentar a los sindicatos hay que poner en el correspondiente convenio colectivo una subida salarial, no hay problema, ahora contratamos a tiempo parcial, si bien el asalariado/a  trabaja más horas que un reloj, y a lo sumo, cuando la empresa es de grandes dimensiones y le tiene cuenta que se refleje lo realmente pagado para disminuir la base imponible del Impuesto sobre Sociedades, pagamos horas extraordinarias, eso sí, previo agotamiento de los límites legales para hacerlo pasar por dietas y otros subterfugios legales consistentes en que dichos gastos no cotizan ni en la seguridad social ni en dicho impuesto por ser gasto deducible. 

En otros casos, cuando estamos hablando de la alta alcurnia de los pringados, que son las PYMES, donde el dueño entre retrasos de los pagos, impagos y salarios a duras penas saca para mal vivir, incluso en casos extremos ni eso, se paga en dinero B y asunto concluido, y si no lo hace así le queda la alternativa de cerrar el chiringuito. Porque esta alta alcurnia de los pringados, en su inmensa mayoría, no deja de ser una asalariada más de las grandes empresas, que mediante la subcontratación los hace desarrollar su actividad económica en unas condiciones leoninas. 

Por otra parte, los productos y servicios que el mercado nos ofrece cada día son de peor calidad. Vemos como la gente más cualificada, que son los mayores de 40 años más o menos, tienen problemas para encontrar trabajo. En ellos se da la cualidad de que, generalmente, junto a una buena formación académica tienen una amplia experiencia, y eso se paga, por lo que se procede a su despido directamente, pagando la correspondiente indemnización, que en su día fue reducida de 45 días por año trabajado a 33 días, y asunto resuelto. Sino es así lo hacemos mediante jubilaciones anticipadas, de tal manera que una persona de 50 años no puede aguantar la presión que tiene en el despacho de la entidad financiera empleadora, pero otra de 65 si puede subirse a 10 metros de altura en un andamio, conducir un camión durante horas mal comiendo y pernoctando en su cabina o puede hacer cualquier tarea agropecuaria. 

También esta ese maravilloso y maquiavélico invento de la obsolescencia programada, en donde te compras cualquier bien y resulta que al cabo de un tiempo, en que lo has cuidado con extremo mimo, deja de funcionar y te tienes que comprar otro. Que alguien pruebe a sustituir una pieza de un coche con una antigüedad superior a los diez años, por pocos kilómetros y bien tratado que éste, y vera si es mito o realidad. 

Lo dicho son meros ejemplos puntuales, hay tantas tretas que dudo sinceramente que fuera posible recopilarlas en un solo libro. En todo caso es evidente que este 1% de la población poseedora de la riqueza mundial puede putear a cualquier gobierno nacional, e incluso poner las peras al cuarto a las organizaciones internacionales. Sin legitimación democrática que valga acumulan un poder real que, adecuadamente combinado con las posibilidades que les ofrece los avances tecnológicos, les permiten imponer sus condiciones a cualquier gobierno nacional, bajo el chantaje de instalarse en cualquier otro lugar. 

Si se cotizase por las horas realmente trabajadas, todos los operadores económicos tributasen en igualdad de condiciones y la riqueza estuviese realmente distribuida entre toda la población mundial y dejasen de existir emporios más poderosos que cualquier estado-nación, la inviabilidad económica del “estado del bienestar” dejaría de ser tal. Para variar, también en esto nos engañan. 

Conclusión, no solo el comunismo quedó en una hermosa utopía irrealizable, sino que también lo hizo el concepto de “equitativo reparto de la riqueza” que inspiró en su momento la revolución francesa y otros movimientos reivindicativos, y seguimos siendo los vasallos de esa nobleza del medievo que no puede trabajar porque supone un desdoro social, los muy hijos de su santa madre.    

Ramón Moreno Carrasco es Doctor en Derecho Tributario 

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